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La mecha encendida de la mentira se acerca al polvorín

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Foto: AFP

por Yahima Vega Ojeda

Independientemente de la decisión que adopte Estados Unidos antes o después de conocer los resultados de las investigaciones del comité de expertos de la ONU, la nueva maniobra de Washington y sus aliados contra Siria promete convertirse en uno de los principales momentos mediáticos del año, sin contar su potencial alcance de tragedia y muerte.

Parece que Obama ha encontrado la excusa perfecta para crear un estado de tensión real en torno a la posibilidad de una intervención militar en Siria, y de esa manera examinar la reacción de la comunidad internacional. Los líderes de la OTAN, escandalizados, califican de inaceptable la actitud del gobierno sirio, sin tener pruebas contundentes contra él. No sorprende que, aun cuando ya hace varios meses que la oposición acusa al gobierno de Al Assad de utilizar armas químicas contra la población civil, ha sido precisamente ahora, durante la visita de los expertos de la ONU, que los mencionados ataques han tomado una magnitud verdaderamente “alarmante”.

Quizás sea justamente por lo frágil y artificial de las circunstancias, que la Casa Blanca no escatima en cautela a la hora de planear su estrategia. Medios estadounidenses han divulgado las posibles condiciones de la intervención: golpes quirúrgicos limitados, que durarán apenas tres días, sobre objetivos militares que hayan tenido que ver con el despliegue de las armas químicas.

Queda claro que la meta de estos ataques no es derrocar al gobierno de Damasco, entre otras cosas porque aún no existe un sustituto viable para el actual presidente y un vacío de poder bien podría conducir al encumbramiento de grupos extremistas; solo desean dar un escarmiento por el presunto uso de ese armamento, y disuadirlo de volverlo a utilizar en el futuro.

Sin embargo, las posibilidades de éxito de esta solución a término medio son bastante discutibles, y solo demuestran que Estados Unidos está urgido de enviar un mensaje de fuerza al gobierno sirio y al resto de sus aliados, especialmente a Rusia, pero que no está preparado para hacerse cargo de toda la situación.

De hecho, el empecinamiento por intentar demostrar que el mundo sigue siendo unipolar, y tal vez por dar una respuesta – muy desproporcionada por cierto – al atrevimiento de Moscú de conceder asilo temporal al excontratista de la CIA, Edward Snowden, podría traer consecuencias completamente indeseadas.

Los propios rotativos norteamericanos han reconocido que el daño al potencial bélico de Siria será moderado, pues se necesitaría más tiempo y recursos para debilitar significativamente dichas fuerzas armadas, equipadas con moderno armamento ruso y, según declaraciones de sus líderes, preparadas para dar una respuesta a la agresión internacional.

Por su parte, los grupos opositores al gobierno, que durante más de un año han estado recibiendo apoyo de Occidente y sus amigos en el área, podrían considerar que esta es su oportunidad para llegar al poder, y quedar insatisfechos con unos pocos ataques de la OTAN.

En resumen, más que amainar, hay grandes posibilidades de que la violencia aumente y hasta se haga más mortífera, si ambas partes vislumbran un posible desenlace.

Después de la histeria de inicios de la pasada semana, cuando la prensa fijaba el jueves como el día de inicio de las incursiones, Washington y sus asociados se han tomado un tiempo para  pensarlo dos veces antes de enviar sus cohetes. Mientras el presidente y el secretario de estado estadounidenses mantienen reuniones privadas para analizar el tema, ya Gran Bretaña e Italia han declarado que no accederían a la opción militar sin el apoyo del Consejo de Seguridad.

No es para menos. Un giro violento ahora solo empeoraría la situación y lo más seguro es que convierta a Siria en otro polvorín en manos de la comunidad internacional del tipo de Kosovo, Iraq o Libia, sumidos hoy en la inestabilidad y sin nada que agradecer a los amos del mundo.

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