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Mi “problema” es solucionar problemas

Aunque creo percibirle un sano orgullo cuando habla de aquellos tiempos en que trabajó en la Dirección de Inteligencia del Ejército Rebelde, de seguro Mario Aparicio Bolaños no sabría decir si prefiere que lo llamen así o que le digan Cheka, su sobrenombre  cuando colaboraba con aquella incipiente Seguridad del Estado.

De niño casi no fue a la escuela, por lo que siendo ya mayorcito apenas sabía escribir dos palabras: papá y mamá. Su adolescencia y primera juventud lo sorprende vinculado al Partido Socialista Popular y al Movimiento 26 de Julio.

Nacido en Caibarién, en julio de 1939, Mario, el mayor de siete hermanos, lo que más conoció de pequeño fue la miseria. Su padre era chofer de una rastra, y ganaba tan poco que la familia prácticamente malvivía.

“Por 1950 papá dejó la rastra y se puso a trabajar con un cacharrito que tenía. Yo por esa época era cargador de maletas en la terminal de ómnibus del pueblo y me metía en cualquier trabajo que apareciera. De adolescente las cosas no mejoraron y me vinculo a los compañeros del Partido Socialista Popular en el poblado.

“Algunos meses antes del triunfo de la Revolución intenté unirme a al Ejército Rebelde, pero como no teníamos armas alguien nos dijo en el trayecto que así no podíamos llegar al campamento de los guerrilleros. Tuve que irme para La Habana enganchado en un camión cargado de plátanos. Como a los tres días me encarcelaron en la capital y me soltaron después de darme tres o cuatro piñazos. Ahí me sorprende la llegada de Fidel a La Habana.”

Mario se incorpora entonces a las Fuerzas Tácticas del Che en La Cabaña y lo mandan a Playa Girón a custodiar el lugar. “Allí estuve como un año”. Y más tarde se incorpora a la Dirección de Inteligencia del Ejército Rebelde. Participa en los combates de Girón, en la Lucha Contra Bandidos,LCB, y en 1962 llega al Instituto Cubano del Petróleo (ICP) en Santa Clara.

Su verdadera historia

En sus tiempos de maletero en la terminal de ómnibus del pueblo, cada vez que tenía un chance se iba al taller donde se reparaban automóviles. “La mecánica me gustaba mucho y llegó el momento en que ya no había que indicarme las cosas… así fui aprendiendo”.

En el Instituto Cubano del Petróleo se inicia entonces lo que bien puede considerarse como su mejor etapa, la que define su historia. Crece por día su obsesión, sus inventos, para que ningún camión estuviera parado y obtiene sus primeros éxitos en la emulación.

“No, no recuerdo cuál fue mi primera innovación, pero no olvido, asegura, que por aquel entonces se iba mucho la electricidad en la zona donde estaba enclavado mi centro. Me dediqué por eso a construir una planta eléctrica con piezas y equipos en desuso y al echarla a andar comprobamos un ahorro de 700 mil pesos al año.”

Fueron décadas de lucha en la mecánica. Y también como chofer voluntario, porque en muy poco tiempo llegó a sumar 650 viajes en el traslado de combustible en una rastra para los centrales azucareros de su provincia.

Poco a poco Mario llegó a convertirse en inventor y racionalizador destacado, pero su bajo nivel de escolaridad no le permitía avanzar como quería. Tenía muchas ideas en la cabeza y no siempre las podía llevar a vías de hecho. “Esa es mi gran frustración.”

Para Cheka, como todos le llaman, no había nada imposible, “pues en mecánica, dice, todo tiene solución, la cuestión es encontrarla”. No tenía hora de trabajo y muchos aseguraban que le gustaba más laborar fuera de su horario normal. “Parece que era verdad, porque cuando estaba fuera del bullicio del taller, yo me podía concentrar mejor y trabajaba con más calma”, expresa.

“Pero en cuestiones de mecánica sí que he podido hacer cosas que me han llenado siempre de satisfacción. Una vez mis compañeros y yo contamos todas las innovaciones realizadas y llegamos como a 260. Es que ‘mi problema’ siempre fue solucionar problemas.”

Hasta los espejuelos se me querían caer

Dejó de fumar el día en que se enteró que Fidel había dejado el tabaco. No toma bebidas alcohólicas. Tiene ocho hijos y subraya que nunca le ha dado por la jubilación. Dos veces internacionalista, en Angola y el Congo. Mario es un hombre feliz.

En 1991 le impusieron la estrella de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. “Siempre los condecorados habían sido varios, pero ese año, por primera vez, era sólo uno, yo. Figúrate tú, yo paradito allí, sin nadie a mi lado y Fidel en persona delante de mí. Estuvo como una hora hablando conmigo y hasta los espejuelos se me querían caer del nerviosismo que yo tenía”.

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