Egipto, el color sangriento de la inconstitucionalidad

Egipto, el color sangriento de la inconstitucionalidad

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La determinación de la cúpula militar  de utilizar la violencia y la represión  masiva contra los partidarios del depuesto  presidente constitucional, Mohamed  Mursi, e incluso sobre quienes  no han sido sus seguidores ha provocado  en los últimos días centenares de  víctimas fatales y miles de heridos y  detenidos.

Los sucesos muestran la voluntad  de las Fuerzas Armadas de mantenerse  en el poder y de conservar las prerrogativas  que disfrutaron durante el régimen  dictatorial de Hosni Mubarak,  derrocado en febrero del 2011 por una  rebelión popular sin precedentes en la  República Árabe de Egipto.

Las extremas acciones desatadas  por los cuerpos represivos tras el golpe  militar perpetrado el pasado 3 de  julio, para detener las multitudinarias  protestas en El Cairo y otras grandes  ciudades, devinieron sangrientas  jornadas y agravaron la situación de  inestabilidad e inseguridad en que se  encuentra sumido el país, afectado por  una severa crisis económica, resultante  en buena medida de la supresión de  los altos ingresos provenientes del turismo.

Observadores políticos estiman que  entre los factores originarios del conflicto  se encuentran las divergencias  de Mursi con los mandos castrenses, y  el hecho de que en su primer y único  año de gobierno, el líder de la islamista  Hermandad Musulmana —prohibida  durante varias décadas— y del partido  Justicia y Libertad, comenzó a distanciarse  de importantes instituciones y  de otros sectores religiosos islámicos;  demandó poderes omnímodos y no se  empleó a fondo en resolver los males  económicos y sociales que afectan a la  mayoría de la población, y que tampoco  habían sido solucionados en los largos  años de la dictadura de Mubarak.

La sedición de la cúpula castrense  dividió aún más a la mayor de las  naciones árabes entre partidarios del  depuesto mandatario y sus oponentes  izquierdistas, liberales y seculares, y  aquellos que apoyan el golpe, dando  origen a enormes manifestaciones y  violentos enfrentamientos, sujetos a  una represión brutal.

Durante varias semanas los simpatizantes  de Mursi colmaron las principales  calles y plazas de El Cairo y otras  ciudades exigiendo la restitución del  mandatario y desafiando las amenazas  del ejército.

El desalojo por las fuerzas de seguridad  egipcias del principal campamento  de protesta en la mezquita Rabaa  al Adawiya, en El Cairo, utilizando helicópteros,  vehículos blindados y gases  lacrimógenos, y la imposición del estado  de emergencia y el toque de queda,  reafirman la negativa del gobierno de  facto a la restitución de Mursi, mantenido  bajo arresto y acusado supuestamente  de espionaje, corrupción, pretender  islamizar la sociedad y de otros  severos cargos.

Medidas similares contra las manifestaciones  antigubernamentales se  llevaron a efecto en diversos campamentos  y localidades en el interior del  país. A consecuencia de estos actos de  inusitada violencia el vicepresidente  del gobierno interino, Mohamed El Baradei  renunció a su cargo, alegando no  apoyar tales excesos.

A pesar del rechazo de la comunidad  internacional, los llamados de  Naciones Unidas a la mesura y los pálidos  intentos de Estados Unidos y la  Unión Europea por mediar y aplicar  medidas paliativas en un conflicto que  escapa de sus manos y puede lesionar  sus objetivos geopolíticos, son escasas  las probabilidades de que la situación  no se siga deteriorando, dado el grado  de beligerancia entre los sectores que  conforman el panorama político egipcio,  que también mantiene al gobierno  de Israel en ascuas, debido a sus estrechas  relaciones con El Cairo.

Hasta el presente, prevalece la incertidumbre  de lograr una inmediata  solución a las pugnas entre el mando  militar, la sociedad civil y el sector  religioso, que posibilite el diálogo, el  retorno a la legalidad y a las vías institucionales,  en una nación con una  situación geográfica privilegiada que  constituye un importante factor para  la estabilidad y la paz regional, tanto  en el Oriente Medio como en África del  Norte.

La espiral de violencia amenaza  con desembocar en una guerra civil  devastadora para el pueblo egipcio,  que ha visto frustrada la rebelión iniciada  contra un régimen tiránico, por  libertades democráticas, el respeto a  sus derechos y el retorno al gobierno  civil.

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