¡Cien años y todavía cose!

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Víctor Manuel Bernal Reyes, más conocido como Manengue, acaba de cumplir cien años y todavía, en su vieja máquina de coser Singer, podemos encontrarlo asumiendo encargos en su casa, en Versalles, en la ciudad de Matanzas, a 100 km de La Habana.

“Un hombre siempre tiene que estar haciendo, lo que sea, lo que pueda, pero haciendo”, asegura.

Durante la celebración de su centenario, Manengue recibió un presente muy peculiar: el homenaje de la filial provincial de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA). Quedaba destacado así su trabajo de más ocho décadas y su condición de maestro de generaciones de sastres formados viendo sus modos de hacer.

En San Juan de los Yeras, Ranchuelos, actual Villa Clara, nació este hombre que cuando tenía 11 o 12 años, su madre le preguntó qué quería ser en la vida  y él le dijo: “Sastre como mi hermano Pompilio”. La madre lo matriculó en una academia de ese oficio. “Recuerdo aún el nombre del maestro que me enseñó: Perfecto Oliva…”

¿Y a Matanzas, cuándo llegó?

“En 1933. Entonces Pompilio vivía aquí, había puesto un taller de sastrería. Vine para estar cerca de él y también porque se había producido la llamada Revolución del 30: la cosa estaba mala, había muchos problemas políticos y económicos. Con mi hermano por lo menos tendría trabajo seguro”.

En la calle Navia #21, entre Riechi e Isabel Primera, quedaba el taller. “En aquel momento tenía poca experiencia… Hacer un traje: saco, chaleco, pantalón, no es fácil. El diseño, el corte, la costura… tiene sus especificidades, eso lleva tiempo, práctica.

“Yo aprendí con mi hermano y con los demás sastres del taller, sobre todo con uno español, muy bromista. Decía que me llevaba ventaja para coger los bajos. La cachaza que tenía en la yema de los dedos le permitía sentir la aguja sin lastimarse, así le resultaba más fácil dar la puntada. Luego esa cachaza me salió a mí. Es típico de los sastres”.

Además de la sastrería, Mamengue  se dedicaba a la música. “Tocaba la tuba. Lo aprendí también en una academia de San Juan de los Yeras, donde fui parte de la banda de música local. Luego, en Matanzas, conseguí un puesto en la banda militar. Después del triunfo revolucionario en 1959, seguí dos años más. Estaba cansado, la música no me entraba ya. Pero seguí en la sastrería’’.

¿En el taller de Pompilio?

“Pompilio había muerto ya. Empecé en unos talleres de servicios que abrió el gobierno revolucionario. Los llamaban Consolidados. Después que terminaba el trabajo, le daba clases a costureras que solo tenían conocimientos elementales del oficio. Me jubilé en 1973. Ya en la casa, no podía estar con los brazos cruzados, saqué patente y, con mi Singer de siempre, empecé de nuevo…”

¿Su Singer de siempre?

“Es la única máquina de coser que he tenido. Me la vendió una vecina hace más de 70 años y todavía sigue como nueva. Debo decirle que no la utilicé yo solo. También la utilizó Zenaida, mi señora, una excelente costurera que hacía ropa femenina, tejía y además me daba una mano en la sastrería, sobre todo en esa etapa en que empecé aquí en la casa. Tenía muchos encargos. Casi todas las semanas estaba obligado a hacer pedidos de tela a mis suministradores en La Habana. Aquello no paraba”.

¿Quién le vendía los tejidos?

“Los compraba en un almacén conocido como La borla. Enorme, bien surtido, quedaba en la calle Muralla. Yo contrataba a un emisario para que fuera todas las semanas y me trajera los pedidos”.

¿Qué telas se preferían?

“Yo tenía un muestrario para que lo vieran los clientes. Era amplio. Tela que había, tela que estaba allí. El casimir era lo que más se quería. Es muy suave y elegante. Pero también se pedía el paño, el dril, la muselina…

“Por supuesto, había telas que tenían que usarse necesariamente. A veces es así. Cuando una pieza pide una tela, tienes que ponerle esa tela, o al menos algo muy parecido”.

Y los diseños, ¿cómo los concebía?

“Había revistas con modelos y por otro lado me facilitaban moldes en una de las más importantes sastrerías de La Habana. Tanto lo que veía en las revistas como los moldes servían como materia prima para que luego yo hiciera mis cosas, mis propios diseños”.

Sabemos  que todavía sigue haciendo “sus cosas”…

“Sí, las hago, aunque más bien encargos ligeros: cogerle o soltarle de ancho a un pantalón, arreglar los bajos, poner un zíper… Casi nada si me pongo a mirar lo que yo hacía en mis buenos tiempos… Pero al menos estoy haciendo. Un hombre siempre tiene que estar haciendo, lo que sea, lo que pueda, pero haciendo.”

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