Freddy Maragotto:  “Los actores necesitan un poco de arrebato”

Freddy Maragotto: “Los actores necesitan un poco de arrebato”

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En el personaje de Cesonia. Foto: Buby
En el personaje de Cesonia. Foto: Buby

Freddy Maragotto nunca cursó estudios profesionales de actuación, su formación fue sobre todo cuestión de práctica, de deseos de superarse, de atreverse… Y ahora es uno de los más reconocidos actores de su generación. Conversamos con él antes de una función de Calígula, puesta en la que interpretó el personaje de Cesonia.

¿El actor es una persona singular?

El actor es una persona común y corriente. Nadie del otro mundo. Eso sí, necesita una buena dosis de arrebato.

¿Qué no podría permitirse un actor?

No puede permitirse ser inorgánico. Francamente, no puedo con esos intérpretes inorgánicos, me enferman. Son como peces fuera del agua. Los actores tampoco pueden darse el lujo de no entrenar su voz, su cuerpo… que son sus instrumentos de trabajo. Uno tiene que estar al tanto de todo, tiene que interesarse en todo, tiene que ser muy curioso.

Sobre la escena, ¿pasión o razón?

Tiene que haber una mezcla de las dos cosas. Si no hay fibra, emoción, todo resultará demasiado mecánico. Hay que sentir, obviamente. Pero siempre tienes que tener una zona que controle lo que estás haciendo, con cierta frialdad analítica. Resumiendo: hay que actuar con bomba, pero controlando la bomba.

En este momento integras dos compañías importantes: Teatro El Público y Teatro de la Luna. Son dos maneras muy singulares de asumir el hecho teatral, dos maneras de dirigir. Carlos Díaz por un lado, Raúl Martín por el otro…

Son dos grandes directores y tienen algo en común: saben muy bien lo que hacen, escogen muy bien el repertorio, saben tratar a los actores. Son dos directores con una gran calidad conceptual, un gran conocimiento sobre el arte teatral, y al mismo tiempo, conservan un encanto singular, cada uno a su manera. Carlos es muy lúdico. Siempre me llamó la atención esa espectacularidad de sus puestas, era como si los actores lo estuvieran disfrutando todo, como si hacer teatro fuera un maravilloso juego. Con Carlos se trabaja con una paz envidiable, con mucha libertad, porque él siempre te deja participar en el proceso de creación, no es un director rígido. Raúl Martín es quizás más “coreográfico”, se centra mucho en la construcción del personaje, en su movimiento escénico… Pero ahora que lo pienso, Raúl tiene mucho de Carlos… fue su alumno y eso se nota.

El personaje de Cesonia, en Calígula es bien particular. Primero, es una mujer…

El actor va al alma de los personajes. El sexo no es la esencia. Carlos Díaz ha sabido aprovechar mi androginia. Me encantan los retos. Hice Fedra en el 2007 y ahí descubrí que tenía esa faceta femenina. Estoy convencido de que un actor no debería ser esquemático. Ya te digo, lo importante no es el aspecto o el sexo del personaje, hace falta llegar al alma, hay que descubrirla.

 ¿Tratas de parecerte a tus personajes o tratas de que tus personajes se parezcan a ti?

Trato de parecerme a mis personajes. O sea, es un proceso a veces complejo, lleno de tientos y de encantos. De hecho, ese proceso de descubrimiento del personaje no debe acabar nunca, siempre vas encontrando nuevas ópticas, nuevas razones. Cuando un actor cree que ha terminado de comprender a su personaje, es que ya se está aburriendo.

¿Te llevas el personaje a tu casa? ¿Te obsesionas?

Nunca. El personaje queda en el teatro. Cuando se acabó la función, se acabó la magia. Vuelvo a ser el que soy.

Antes de venir para La Habana tuviste una carrera importante en Matanzas, ¿qué te aportó Teatro de las Estaciones?

Rubén (Darío Salazar) y Zenén (Calero) eran parte de Papalote, mi primer grupo. Siempre me sentí muy cómodo en esa compañía. Fueron años de mucho trabajo, de mucho crecimiento. No parábamos. Yo les agradezco mucho a Rubén y a Zenén Calero, los admiro muchísimo. Mucho de lo que soy se lo debo a ellos. Exploré muchas técnicas de manipulación. Me formé como actor. Y siempre fue muy placentero. Tuve mucha afinidad con los niños.

¿Extrañas trabajar para los niños?

Muchísimo. Es un público muy difícil, a pesar de que algunos lo subestiman. Yo sé que en cualquier momento volveré a hacer teatro para ellos.

¿Y por qué decidiste hacer teatro dramático, para adultos?

Te repito: no abandoné a los niños. Ese teatro sigue vivo en mí. Pero tenía también otras necesidades artísticas, y quería probarme. La verdad es que tampoco quería quedarme mucho más tiempo en Matanzas, necesitaba cambiar de aire. Me dije: “Si soy actor, voy a ser actor en toda la amplitud del término”. Vine a conquistar nuevos espacios.

¿Qué haces en el minuto antes de salir a escena?

Respiro muy profundo, me persigno. Si estoy seguro del personaje (y siempre trato de estar seguro del personaje) dejo que todo fluya.

¿Qué sientes cuando acabas una función?

Si salió bien, un gran alivio.

¿Sueñas que actúas?

Sí, muchísimo. Tengo sueños rarísimos. Sueño que estoy sobre el escenario, en plena función, y todavía no estoy listo para actuar, no estoy vestido ni maquillado, me siento incapaz de hacer algo y tengo la obligación de hacerlo. Es terrible, despierto agitado. Entonces me doy cuenta de que fue solo una pesadilla, de que nunca me ha pasado algo así en el teatro. Y sigo durmiendo.

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