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Soy un ganadero empírico

Seis años bastan para hacer una obra, teniendo como premisa la máxima explotación del área y la aplicación de la ciencia y la técnica. Foto: René Pérez Massola

Seis años bastan para hacer una obra, teniendo como premisa la máxima explotación del área y la aplicación de la ciencia y la técnica. Foto: René Pérez Massola

Seis años bastan para hacer una obra, teniendo como premisa la máxima explotación del área y la aplicación de la ciencia y la técnica. Foto: René Pérez Massola
Seis años bastan para hacer una obra, teniendo como premisa la máxima explotación del área y la aplicación de la ciencia y la técnica. Foto: René Pérez Massola

Desde la carretera, la finca no parece la más hermosa de todas cuantas han surgido en los últimos años en la periferia de la ciudad de Camagüey, pero la puerta está abierta y la búsqueda de un hombre que se hace famoso es siempre una tentación.

Unos dicen que es el más osado, otros que hace maravillas, algunos lo tildan de innovador y los conservadores lo califican como disciplinado, alguien que cumple al pie de la letra las indicaciones de los experimentados. Sea cual sea la verdad —que yo no voy a descubrir— a la familia de los campesinos le nació un nuevo hijo que dará mucho para hablar y escribir.

Andrés Pérez Posada no sabía de agricultura hasta que fallecieron sus abuelos paternos. La finca quedó abandonada y él, que se desempeñaba como jefe de los servicios técnicos del hotel Camagüey, tomó una de las decisiones más trascendentes de su vida: dedicarse a la ganadería buscando la sostenibilidad con un enfoque nuevo.

“Mis abuelos eran muy tradicionalistas y para lograrlo tenía que romper sus esquemas. Tengo la tradición familiar y los conocimientos que he adquirido con los especialistas, con los hombres de ciencia y los de experiencia, pero soy un ganadero empírico”.

De cero a cien

Cuando Andrés logró permutar aquella tierra por similar cantidad en un lugar más próximo a su casa, recibió 10,5 hectáreas al borde de la circunvalación totalmente cubiertas por el marabú. Era el año 2008 y se gestaba el Programa de la Agricultura Suburbana, en Camagüey.

Entonces trazó un camino poco común para los principiantes: no tenía ni una vaca, pero lo primero fue limpiar, acuartonar y sembrar alimentos para los animales. Después llegarían estos.

Todo lo que logró en el primer año fueron pérdidas, o como diría cualquier economista: lo que hizo fue invertir; al siguiente obtuvo un crédito para cebar toros y en el tercero vendió esos animales y compró más sin recurrir al Banco. Pasaron tres calendarios para que obtuviera las primeras ganancias. “No muchas porque los insumos son extremadamente caros, en la mayoría de los casos el precio no se corresponde con su calidad ni con el que tiene la leche que entregamos, que son 2,50 pesos por litro”.

El Renacer, nombre que dio a su estancia por la convicción de romper los tradicionalismos de los abuelos, tiene casi todo lo que necesita una finca ganadera: diferentes variedades de plantas forrajeras, pozos y un molino de viento para extraer el agua, un equipo de biogás para el alumbrado y la cocción de los alimentos, un ordeño mecánico y los potreros con cercas eléctricas donde aplica el pastoreo racional Voisin. “

¿Qué cómo pude hacerlo? Fui llegando por las instituciones que están al alcance de la mano para buscar asesoramiento en los temas agrícolas y ganaderos: en la subdelegación de ganadería, mirando lo que hacen los buenos productores. En la Estación Experimental de Pastos y Forrajes de Jimaguayú aprendí de la siembra de pastos y forrajes, cómo utilizarlos y en qué momento se les dan a los animales.

“También puse un área a disposición del Laboratorio Provincial de Suelos para la experimentación y nos hemos constituido en aula donde hacen sus prácticas algunos estudiantes de la Escuela de Capacitación de la Agricultura y de la Universidad de Camagüey. Hay un grupo de instituciones que están ahí y no piden nada a cambio, solo que siembres y hagas lo que te están diciendo”.

Diversificar para aprovecharlo todo

Del total de tierra que posee solo cuatro hectáreas se dedican al pastoreo de su reducido rebaño, las cuales están divididas en 36 cuartones para, aplicando la teoría del francés Andrés Voisin, lograr la fertilización natural con la orina y las excretas de las reses, así como respetar el tiempo de ocupación y de descanso de cada área, “que me han dado resultados fabulosos”.

Para evitar el hurto y sacrificio ilegal de los animales, al atardecer recogen las vacas y los búfalos, que ceba de forma intensiva, en una instalación donde se les garantiza una dieta balanceada y agua limpia. “Si las dejas sin agua y sin comida la producción de leche podría reducirse entre un 30 y un 35 por cientos”.

El resto del suelo, Andrés lo dispuso para la siembra de forrajes (tres variedades de king grass, morera, moringa y leucanea) y plantas forestales, la vaquería, una casita, la cochiquera y la conejera, pues de todo eso comercializa con las empresas estatales asignadas a tales fines. “Los cultivos varios son para el autoabastecimiento y aumentamos los frutales, que se integran muy bien a la ganadería, buscando frutas, sombras y bienestar para los animales.

“Todo eso lo hacemos dos obreros contratados, mi tío que está jubilado y permanece en la finca y yo. Realizamos los trabajos más fuertes por la mañana y ya para la tarde nos queda recoger el rebaño, distribuirles la comida y revisar las labores del día siguiente”.

La increíble eficiencia

Gracias al manejo y alimentación que reciben los animales en la finca El Renacer, durante los primeros meses de este año las ocho vacas en ordeño promediaron 10 litros (tiene 14 en total) y cerraron con 2 mil litros por cada lactancia.

Consolidaron una vaquería que entregó 22 mil litros en el 2012 y tienen condiciones para mantener una cifra similar en el actual. Ya vendieron 20 búfalos que sobrepasaban los 420 kilogramos, quedan cuatro por alcanzar ese peso y uno que se dedica a la tracción de implementos agrícolas.

Insatisfecho aún con tales resultados, la finca (pertenece a la CCS Hugo Camejo, de Jimaguayú) está integrada a un proyecto de bases ambientales para la sostenibilidad alimentaria local (Basal), del cual forman parte también los municipios de Los Palacios, en Pinar del Río y Güira de Melena, en Artemisa, buscando nuevos conocimientos y posibilidades para aumentar los resultados productivos y económicos en armonía con la naturaleza.

Porque el crecimiento de El Renacer deberá basarse únicamente en la eficiencia, al no contar con la posibilidad de crecer en áreas. La ciencia y la técnica y la introducción de nuevas fuentes renovables de energía también son otra oportunidad.

La comercialización de las semillas pudiera convertirse en práctica para Andresito, quien hasta el momento las ha distribuido para diversificar las producciones y la base alimentaria en otras parcelas.

Recorriendo la finca pienso en cuanta tierra ociosa hay en el país que pudiera explotarse con mínimos recursos y la inteligencia de los hombres, no importa si saben de agricultura o no, sino con los que tengan el coraje de asumir el reto que impone este momento.

Pienso en otros que teniendo más condiciones, recursos y conocimientos no alcanzan la extraordinaria hazaña de este camagüeyano, quien al transcurrir su sexto año como ganadero tiene una obra y una escuela para compartir, y en los miles de campesinos que durante años han mantenido la vanguardia en la alimentación del pueblo.

Y regreso a El Renacer porque la lluvia está al caer y Andrés “dispara” otro de sus razonamientos: “Para mí la seca es mejor que la primavera porque con la lluvia viene el retoño, las diarreas en las vacas y la disminución de la producción de leche”. Entonces le recrimino por haber dejado el trabajo en el hotel y me dice: “Son dos cosas diferentes, ambos trabajos son bonitos, pero aquí las recompensas son mayores”.

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