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Martí, Fidel y el veredicto de la historia

Hay ideas que, distanciadas por el tiempo, se enlazan en determinada coyuntura por su sentido de continuidad: “( …) la historia no nos ha de declarar culpables”, expresó José Martí; “La historia me absolverá” dijo Fidel Castro.

La primera, forma parte del discurso del Apóstol conocido como La Oración de Tampa y Cayo Hueso, pronunciado el 17 de febrero de 1892, y refleja su satisfacción por la positiva respuesta de la emigración cubana a su convocatoria a la unidad para emprender la lucha independentista; la segunda es la conclusión del conocido alegato de autodefensa que pronunció ante sus jueces el joven líder de los sucesos del 26 de Julio de 1953, y refleja su convencimiento de que aquella acción era tan justa, legítima y necesaria para el porvenir de la patria como la guerra convocada por el Héroe de Dos Ríos.

La intervención de Fidel en el juicio, convertida en el análisis más profundo desde el punto de vista político, ideológico y jurídico, de las razones que lo motivaron a él y a sus compañeros de lucha a asaltar los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, ratificó lo que ya había expresado durante el interrogatorio en la Audiencia de Oriente: que el autor intelectual de aquellos hechos era José Martí.

Y dijo más: declaró que los muertos en combate o asesinados posteriormente habían caído defendiendo sus doctrinas, “ jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria.”

No dejar morir al Apóstol significaba defender el derecho de los cubanos a rebelarse contra un orden social injusto, y la misión de los protagonistas de las acciones del 26 de Julio era precisamente convertirse en la nueva vanguardia de la lucha por una Cuba libre y digna.

Fidel lo declaró en el juicio con un pensamiento de La Edad de Oro: “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Ellos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a sus pueblos la libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana…”

No dejar morir al Apóstol significaba proponerse y luchar por una república diferente cuyos problemas y su solución fueron magistralmente expuestos por Fidel en su autodefensa. A quienes lo llamaban soñador por aspirar a ello, les contestó, también con palabras del Maestro, que esos jóvenes encarnaban la única actitud posible del revolucionario para lograr sus propósitos, en abierto contraste con el comportamiento de los políticos tradicionales que habían vivido a costa del pueblo en el medio siglo trascurrido de la república: “El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el único hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley del mañana”.

No dejar morir al Apóstol significaba enfrentarse a las maniobras del régimen por impedir que se conociera la verdad de los hechos y el ideario de sus protagonistas, porque aquel juicio, como subrayó Fidel, rebasaba el debate sobre la libertad de un individuo para abordar cuestiones de principio, relacionadas con las bases de la existencia misma de Cuba como nación civilizada y democrática.

Por ello mencionó ante sus jueces aquella frase martiana de que “Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército”. Y fueron precisamente las ideas que expuso en el juicio, las que al salir a la luz, venciendo la conjura del silencio, se convirtieron en el programa de la Revolución, movilizaron al pueblo e hicieron realidad lo que parecía imposible: enfrentarse a las poderosas fuerzas armadas que sostenían a la dictadura y derrotarlas.

Desde aquel 26 de julio de 1953, Martí siguió vivo entre los patriotas cubanos, y muchos años después, en un lugar tan significativo en la vida del Maestro como Playitas, Fidel resumió la línea de continuidad que representó el gesto valeroso de la Generación del Centenario: “Si los mambises tuvieron el 10 de Octubre, nosotros tuvimos nuestra fecha histórica el 26 de julio; si ellos tuvieron el 24 de febrero, el inicio de la Guerra de Independencia, eso exactamente significó para nosotros el desembarco del Granma”.

Cada uno de ellos, en su tiempo, fueron sometidos al juicio más justo: el de la historia, y salieron victoriosos.

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