Con Filo: El hábito hace al cuidado

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Noviembre ya comenzó y continúa la progresiva incorporación de estudiantes a la vida escolar, incluyendo el regreso esta semana de no pocas universidades a sus clases presenciales.

Las imágenes e impresiones que trascienden son las del esperado y emotivo reencuentro, y así seguramente proseguirá ese proceso en la medida que termine la vacunación de niñas, niños y adolescentes, hasta la vuelta completa a la actividad docente presencial, prevista para mediados de este mes de noviembre.

En ese nuevo contexto, la primera lección que suponemos esté bien aprendida es la del necesario autocuidado que debe predominar en nuestras aulas y espacios comunes.

La disminución de casos de COVID-19 durante las últimas semanas no debe llevarnos de ninguna manera a subestimar los riesgos todavía presentes.

La propia escuela puede resultar un escenario de aprendizaje y ejemplo en esas nuevas precauciones que la circunstancia nos obliga a mantener.

El papel del profesorado e incluso del personal educativo no docente resulta clave en ese empeño. No será fácil explicarles y exigirles a infantes y jóvenes si los adultos frente al aula no hacen lo correcto todo el tiempo, también en los recesos, y al llegar o salir de la escuela.

Las organizaciones estudiantiles en cada tipo de enseñanza tienen un nuevo ámbito de acción, incluyendo la labor con sus integrantes para proteger la higiene y la salud del colectivo.

Pero no toda la responsabilidad debe recaer sobre la escuela. Las familias desempeñan un importante papel en la exigencia y la educación de esos hábitos de autocuidado de sus hijas e hijos. No importa la edad, por cierto, porque a veces hay comportamientos inadecuados y actitudes temerarias en jóvenes a quienes podríamos suponer mayor madurez.

Las alertas ciudadanas por algunos episodios de los últimos fines de semana, en plena desescalada de las restricciones de la pandemia, nos deben hacer pensar que todavía es preciso incrementar la labor educativa para evitar los excesos de entusiasmo y una carrera desenfrenada que podría empañar nuestros resultados en el control de la pandemia.

Como alertamos hace casi justamente un año, en la primera ocasión que hubo un regreso a las aulas después de los primeros picos de contagios, es preciso volver a revisar las condiciones para el aseo periódico y la higiene de las instalaciones escolares, un asunto históricamente con bastante precariedad en no pocos centros.

Los baños, los comedores, los albergues, en el caso de las becas, son espacios muy sensibles a los cuales hay que prestarles especial atención.

Mantener en ese entorno físico los requisitos adecuados, e incluso mejorarlo en los casos donde todavía haya dificultades, tiene que ser una prioridad y un objeto de atención constante, de las autoridades educativas, de los gobiernos locales y de las organizaciones comunitarias.

La vuelta a la escuela ocurre, por cierto, en medio de un llamado a incrementar el protagonismo de la población como elemento transformador del barrio. Esa prioridad tiene que hallar también un reflejo en la labor de prevención de salud que debe liderar la escuela entre sus educandos, pero que no solo corresponde a las instituciones docentes.

La responsabilidad con que actuemos todos puede enseñar más que mil charlas educativas. Al fin y al cabo, el hábito también hace al cuidado.

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