Alfredo López: siempre fiel a los trabajadores

Alfredo López: siempre fiel a los trabajadores

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Dos episodios protagoniza­dos por Alfredo López, líder de oficio tipógrafo y alma de la Federación Obrera de La Habana y de la Confe­deración Nacional Obrera de Cuba (Cnoc); y por el se­cretario de gobernación del dictador Gerardo Machado, Rogerio Zayas Bazán, dan la medida del temple del pri­mero, que nunca se doblegó ante las amenazas de sus opresores.

En junio de 1925 el se­cretario de gobernación vi­sitó el Centro Obrero en un momento en que Alfredo es­taba dirigiendo una junta de la Federación. Al recibir este el anuncio de la visita de tan encumbrado personaje, no in­terrumpió el intercambio con sus compañeros de lucha. Su respuesta fue: “¡Que espere!”.

Luego, durante la entre­vista, el enviado del régimen le sugirió un entendimiento cómplice, y el sindicalista le replicó: “Usted y yo nunca podremos entendernos, por­que usted representa a un gobierno al servicio de la bur­guesía y del imperialismo; y yo represento al proletariado explotado por ellos”.

Cuando el visitante inten­tó convencerlo presentándose como un abanderado de la honradez y el orden, Alfredo no lo dejó continuar al recor­darle sus tiempos de jugador empedernido en Camagüey. De ese encuentro salió furio­so Zayas Bazán, pero no sería el último.

Alfredo había batallado por la legalidad del Sindica­to de la Industria Fabril y a la Audiencia no le había que­dado más remedio que fallar a su favor. Al Gobierno no le convenía la actuación de ese sindicato, no obstante Alfredo convocó a una gran asamblea en el cine Margot para fijar sus normas de funcionamien­to, por lo cual fue encarcelado.

Al ser llevado ante Zayas Bazán al día siguiente, este le expresó amenazante que solo tenía dos caminos: marcharse del país y no continuar con la agitación de los trabajadores, o la muerte; a lo que el inter­pelado reaccionó con el aplo­mo que lo caracterizaba y un gesto muy suyo, según narró uno de sus contemporáneos: “Pues voy a que me asesinen”.

Días después, apresado nuevamente, fue presenta­do ante el segundo jefe de la policía secreta Desiderio Fe­rreira, quien irritado ante la actitud impasible de Alfredo cuando lo convocó a aban­donar la lucha, le lanzó una amenaza: “Si no abandonas los sindicatos, tu cabeza te huele a pólvora”.

Sus compañeros, preocu­pados, le aconsejaron marchar al extranjero para librarse de la persecución y la muerte, sin embargo, él afirmó invariable: “Yo no puedo abandonar a los trabajadores”.

Julio Antonio Mella fue testigo de la confianza que estos tenían en su líder: “Al escenario del Centro Obre­ro llegaba él con su corba­ta blanca, su traje oscuro, el único que se le conocía, y todos tenían la sensación de quietud y alegría de quien está seguro de lo que va a pa­sar. Y cuántas veces fueron a buscarlo a su mesa de trabajo para presidir una junta por­que algo grande y necesario parecía que faltaba”.

En la noche del 20 de julio de 1926, mientras se dirigía al Centro Obrero fue inter­ceptado por un auto, del cual salió un esbirro que le propi­nó un golpe en la cabeza con un hierro. Lo condujeron al Castillo de Atarés, donde fue arrojado a una fosa abierta y rematado con dos pesados pe­druscos. Durante siete años Alfredo engrosó la fatídica lista de los desaparecidos. Su suerte se conoció tras la caída del régimen machadista. No llegó a cumplir los 32 años.

Según la prensa de la épo­ca una manifestación de más de 25 mil personas acudió a su entierro. Muchos otros se incorporaron en el trayecto de la comitiva. Era el home­naje merecido a quien había entregado su vida a la causa de los trabajadores.

Acerca del autor

Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …

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