Palestina: el horror cotidiano

Palestina: el horror cotidiano

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Ni siquiera respetaron los ritua­les musulmanes del Ramadán: Israel arreció los controles y puso en vigor medidas extremas que incluyeron el uso de gas pimienta y granadas aturdidoras dentro de la mezquita de Al-Aqsa, el lugar más sagrado para el mundo islá­mico después de La Meca y Me­dina.

Mujer palestina y un hombre judío discuten en una de las calles de Sheij Jarrah. Foto: BBC
Mujer palestina y un hombre judío discuten en una de las calles de Sheij Jarrah. Foto: BBC

El Movimiento de Resisten­cia Islámico (Hamás) emitió un ultimátum: se retiran las fuerzas militares del complejo de Al-Aqsa y de Sheij Jarrah, o disparamos. Abrieron fuego y algunos cohetes alcanzaron el Jerusalén contro­lado por Israel. La respuesta fue con misiles y se repite el horror. Sucede desde hace más de 70 años.

Los palestinos han llevado la peor parte; son más de 180 muer­tos, una cifra desconocida de he­ridos y decenas de hogares des­truidos. Es la guerra de piedras contra balas, de pecho contra es­cudos blindados.

Si bien la zona es un polvorín desde hace más de un siglo, las tensiones subieron de tono en las últimas semanas debido a la ame­naza de desalojo a otras seis fami­lias en Sheij Jarrah, barrio pales­tino en Jerusalén Oriental.

El vecindario de clase media fue el destino donde reubicaron familias palestinas desplazadas por Israel en 1948. Así lo deci­dieron entonces autoridades de Jordania, bajo cuyo control había quedado Jerusalén Oriental. Hoy los palestinos son un estorbo allí también.

En realidad, Sheij Jarrah es una plaza codiciada, se ubica en la línea que separa el Jerusalén controlado por Israel, y el que aún ambiciona. Recientemente apare­cieron en la zona colonos judíos con añejos títulos de propiedad, válidos para la justicia israelí en su primera instancia. Estaba pendiente el veredicto final de la Corte Suprema, el cual fue apla­zado por las protestas de los re­cientes días.

Para vestir de legalidad el ex­polio sistemático a los palestinos, el Estado sionista ha establecido códigos como el de Propiedad de Ausentes, que permite apoderarse de bienes de aquellos que, según Israel, abandonaron o huyeron de sus casas. Asimismo es socorrida, como en el caso de Sheij Jarrah, la Ley de Asuntos Legales y Ad­ministrativos, que confiere valor a títulos de judíos residentes en Jerusalén antes de 1948, y se lo niega a los palestinos, incluso a los que aún residen en áreas con­troladas por Israel.

Historia necesaria

El espacio que hoy disputan Israel y Palestina ha sido ruta comercial y asentamiento para culturas y religiones diversas. Las huellas de su milenaria existencia yacen en las calles, especialmente en Jeru­salén Oriental, que Palestina re­clama como capital de un añorado Estado independiente.

Allí se encuentran, por ejem­plo, la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa, reverencia­dos por musulmanes; el Monte del Templo y el Muro de las Lamen­taciones, sitios sagrados para los judíos; y el Santo Sepulcro, vene­rado por los cristianos.

La zona ha sido, y lo sigue siendo, escenario de disputas im­periales. Como resultado de la I Guerra Mundial, Francia e In­glaterra dibujaron en el Medio Oriente fronteras que potenciaron o crearon conflictos interétnicos que todavía se expresan en Siria, Líbano e Iraq. En aquel momento quedó una zona sin designación, sobre la cual la Sociedad de Na­ciones o Liga de las Naciones –an­tecesora de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– creó el Mandato Británico de Palestina.

Varios expertos aseguran que esa circunstancia y las amena­zas del sionismo hicieron que las tribus palestinas comenzaran a verse como un pueblo único, en­frentado a la ocupación británica y acechado por el sionismo, ene­migo que labraba su camino en los lobbies políticos y empresaria­les de las potencias europeas y de Estados Unidos.

Los judíos de igual modo ubi­can a sus ancestros entre el Me­diterráneo y el Levante, especí­ficamente en el Monte Sion, una colina al sureste de Jerusalén de la que fueron expulsados, comen­zando con ello la historia del pue­blo errante que le acompañó du­rante al menos dos milenios.

A mediados del siglo XIX el sionismo cobró fuerza como ideo­logía. Inicialmente simbolizó los anhelos de pueblos desposeídos, pero hoy traiciona su esencia rei­vindicatoria, y sirve de soporte al Estado victimario, excluyente, imperialista y racista de Israel.

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