Raymond Carver y Abelardo Castillo: saber elegir quien cuenta la historia

Raymond Carver y Abelardo Castillo: saber elegir quien cuenta la historia

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¿Dónde te pararías para contar una historia? ¿Desde la limitación?, es una opción, un riesgo quizás, mas puede ser muy efectivo…; así sucede con los narradores de Catedral, del escritor estadounidense Raymond Carver (cuento del libro homónimo, 1983); y en La mujer de otro, del argentino Abelardo Castillo (cuento que aparece en la selección Narrativa Argentina Contemporánea, Arte y Literatura, 2006).

Abelardo Castillo.
Abelardo Castillo.
Raymond Carver
Raymond Carver

Desde una primera persona deficiente se cuenta en ambos relatos, narradores que no logran ver de big picture (todo lo que pasa) diríamos. Lo interesante es irles descubriendo a esos tipos (los dos son hombres, ninguno da su nombre) las fisuras justo en lo que dicen, o no.

Eso lo sentimos desde el minuto cero en La mujer de otro, basta que el protagonista cruce el pequeño jardín de aquella casa, que no es la suya, para encarar al marido de Carolina. Bastan sus palabras y ya intuimos la torpeza de nuestro hombre al invadir un espacio que no le pertenece. “―Usted se preguntará a qué vine― dije por fin. ―No, nunca me pregunto demasiadas cosas. Y siempre supe que algún día íbamos a encontrarnos― volvió a sonreír, con los ojos fijos en el mate― Pero, ya que lo dice: a qué vino”.

Así queda establecido el triángulo: amante narrador-marido de Carolina-Carolina (esta última solo referida por los otros personajes). La historia es aparentemente trivial: este hombre (que nos cuenta) ha decidido confrontar, sin siquiera tener claro el fin de sus actos, al marido de la mujer con quien tuvo alguna especie de romance, no sabemos exactamente de qué calidad, cuánto tiempo, ni por qué ella ya no está (parece que ha muerto). “Yo había tocado el timbre sin pensar qué venía a decirle, sin saber siquiera si venía a decirle algo. No tenía la menor excusa para estar en esa casa a las diez de la noche. La situación era incómoda y absurda. Si es que no era algo peor”.

Tanto Abelardo Castillo como Raymond Carver apelan a la técnica del iceberg como estrategia, de modo tal lo que se ve es apenas un pequeñísimo trozo de hielo (lo narrado) que, en la medida que se avanza, se imagina más profundo; y va creciendo en la conjetura (lo que se infiere).

También en Catedral la tríada ―aquí de matiz diferente, las circunstancias son otras―, el hombre que cuenta-su esposa-un amigo (de la mujer) ciego. Igualmente en esta historia nada parece particularmente trascendental: un ciego que ha enviudado decide visitar a su amiga, con quien (a partir de un período en que ella trabajó para él como lectora) mantiene una entrañable relación (usemos el eufemismo pues no queda claro en el cuento qué tipo de relación, una amistad, obvio; algo más que eso, lo dejo a cada lector).

El marido nos confiesa que le resulta incómodo la presencia de este ciego que les va a invadir el espacio según su perspectiva. Y maneja una tesis que termina siendo bastante ingenua. “La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase con ilusión”.

Y, por otra parte, sabe que esta visita significa mucho para su esposa (ella misma se lo ha referido) y no puede colocar bien la dimensión de la importancia de ese hombre, en quien solo ve su discapacidad, y con el que su mujer parece tener una complicidad que no logra entender.

Hay una invariante entre Carver y Abelardo: eligen la escena para el momento climático; en las cuales, irónicamente, quien cuenta (eso es lo genial) será el menos favorecido. Lo que se nos (les) revela deviene punto de giro radical, cierre de plano que los deja, a estos personajes petulantes, muy mal parados a nuestros ojos (incluso a los suyos).

En La mujer de otro será a través de la insistencia del marido de Carolina para mostrarle fotos de ella al torpe amante narrador. “Traía una caja de cartón. Se sentó un poco lejos de mí y me alcanzó la primera fotografía: Carolina sola. Detrás, unos árboles, que podían ser una plaza o un parque. Descartó varias y me alcanzó otra. Carolina sola, arrodillada junto a un perro patas arriba. Miró tres o cuatro más, una de ellas con mucho detenimiento. Las puso debajo del resto, en el fondo de la caja, y me alcanzó otra. Carolina sola. (…). ―Usted no estaba en ninguna de las que me mostró― le dije. ―Bueno, yo era el fotógrafo― dijo él”.

Por su lado, en Catedral, la estocada está exquisitamente construida, se ve venir. Así, después de una cena placentera, una conversación llena de detalles entre su esposa y el ciego, unos cigarros de mariguana, y luego que la mujer termine aletargada en el sofá, quedan solo ellos dos, sin tener exactamente que decirse, sentados frente al televisor viendo un programa sobre catedrales. Ese es el detonante: cuando nuestro narrador intenta describir la catedral al ciego (supuestamente para ayudarlo puesto que a aquel le resulta imposible verla), llegan balbuceos como: realmente grandes, de piedras, de mármol, hasta que…

“—Tendrá que perdonarme —le dije—. Pero no puedo explicarle cómo es una catedral. Soy incapaz. No puedo hacer más de lo que he hecho―. El ciego permanecía inmóvil mientras me escuchaba, con la cabeza inclinada. —Lo cierto es —proseguí— que las catedrales no significan nada especial para mí. Nada. Catedrales. Es algo que se ve en la televisión a última hora de la noche. Eso es todo”.

Para rematar, la escena evolucionará hacia algo aún más incisivo “—Lo comprendo, muchacho. Esas cosas pasan. No te preocupes. Oye, escúchame. ¿Querrías hacerme un favor? Tengo una idea. ¿Por qué no vas a buscar un papel grueso? Y una pluma. Haremos algo. Dibujaremos juntos una catedral. Trae papel grueso y una pluma. Vamos, muchacho, tráelo―”. El desenlace: ¡sencillamente magistral!

Sin duda, disfrutar de estos relatos es ―no sin algo de compasión― aprovecharnos de esos deficientes narradores tan deliberadamente elegidos. Golpe de gracia de Raymond Carver y Abelardo Castillo para contar sus historias ―Catedral y La mujer otro― y, sobre todo, para contarlas bien.

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3 comentarios en Raymond Carver y Abelardo Castillo: saber elegir quien cuenta la historia

  1. Saludos, con grata sorpresa conocí de esta nueva en el Trabajadores… Un toque fresco de cultura, con un lenguaje literario por partida doble, que llega como un buen manjar a los ojos de los lectores… Gracias Yanay por estos regalos.

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