La política cultural en EEUU y el “modelo” del Movimiento San Isidro

La política cultural en EEUU y el “modelo” del Movimiento San Isidro

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A principios del 2019, durante el debate suscitado en las redes sociales por el Decreto 349 aprobado por el Consejo de Ministros a propuesta del Ministerio de Cultura y cuya aplicación está pendiente aún, el analista canadiense y colaborador habitual de Trabajadores Arnold August, escribió el artículo cuyos fragmentos reproducimos a continuación a propósito de los sucesos del Movimiento San Isidro.

 

 

En Cuba está en marcha un debate amplio y abierto acerca del Decreto 349 —enfocado en la cultura—, y sobre los términos de la reglamentación para aplicarlo. La polémica también viene agitando la escena internacional, especialmente en América del Norte, Europa y América Latina. Hay quienes están a favor del nuevo código. Otros son críticos y, de hecho, algunos son muy críticos, pero están participando en la consulta del Ministerio de Cultura para redactar la reglamentación habilitadora. Otros están completamente en contra de la nueva legislación y del reglamento para aplicarla, aunque todavía las consultas públicas en el campo cultural se encuentran en curso.

No obstante, algunos están tratando de influir sobre la situación en Cuba y, como veremos más adelante, esta orientación está ampliamente inspirada en Estados Unidos o desde allí. El método empleado para ello es la habitual campaña de desinformación. Se espera capitalizar las ideas preconcebidas como aquel comodín estadounidense de la “libertad de expresión”, aplicado como mantra a sistemas políticos en países que son distintos de Estados Unidos.

Esto no es nada nuevo, aunque hay una iniciativa novedosa: actualmente se aplica a actividades artísticas. La campaña apunta al sector de la sociedad cubana dedicado a la cultura, con la esperanza de atraer a quienes apoyan críticamente el nuevo estatuto y crear división entre las personas involucrados en la cultura. No obstante, el presente artículo se ocupa solo de los opositores drásticos al Decreto y sus normas reglamentarias, tanto en Cuba como a nivel internacional, especialmente en Estados Unidos.

Leyendo cuidadosamente una amplia gama representativa de los planteamientos de la oposición, las publicaciones y comentarios de los medios de comunicación social revelan un punto de referencia común: la Embajada de Estados Unidos en La Habana que tuiteó a favor de la “libertad artística”, con un lema muy poco diplomático: “No al Decreto 349”.

La Subsecretaría Adjunta de Estados Unidos para Latinoamérica recientemente expresó que “el gobierno de Cuba debe celebrar, no restringir, la expresión artística de los cubanos”. Entre las posiciones de “izquierda”, «centro» y abiertamente de derecha, en el núcleo duro de la oposición se destaca un hilo común, incluidos algunos académicos.

 

EE.UU. toma la vía moral de la libertad de expresión artística para Cuba

 Tanto en Cuba como en Estados Unidos la oposición fundamentalista toma el supuesto camino moral de la libertad de expresión artística para Cuba. En realidad, están viendo a Cuba con las anteojeras de Estados Unidos, país en el que dan por hecho que hay libertad de expresión artística, y de otros tipos de expresión, en el ámbito cultural. Su lógica es que no existen tales restricciones culturales en Estados Unidos como las hay en Cuba.

Según semejante punto de vista, “no hay en Estados Unidos un Ministerio de Cultura” que pudiese controlar y guiar allí las expresiones culturales. El “pensamiento único” estadounidense insinúa, abiertamente o de forma encubierta, que en esa nación todos son libres de expresar sus talentos artísticos. Se presenta como el modelo cultural para el mundo, de la misma manera que alardea acerca de otras características de la sociedad, como la economía y los procesos políticos.

Muchas personas en Estados Unidos y en el resto del mundo están muy familiarizadas con el complejo de superioridad de esa nación. Esta psiquis se halla profundamente incrustada en sus orígenes, en la noción del “pueblo elegido” que emerge con el nacimiento del país en la época de las Trece Colonias, en el siglo XVII.

Viniendo del Norte y habiendo experimentado directamente las expresiones artísticas de la corriente predominante estadounidense, como la música, es evidente que lo que vende es lo que se promueve. Si las élites pueden comercializar con éxito la banalidad, el sexo y la violencia, entonces que así sea. La ganancia es el criterio rector.

Los pocos artistas dispuestos y capaces −debido principalmente a su apariencia física–que se prestan a este mercado, son altamente compensados. A su vez, éstos pagan a sus patrocinadores destacándose explícita o implícitamente como una expresión del “sueño americano” hecho realidad. Además, el individualismo extremo “a la americana”—o sea, a lo estadounidense— desfila como un valor que debe ser adorado por encima de las preocupaciones sociales e internacionalistas. En suma, la narrativa de cuento de hadas pretende que cualquiera proveniente de los tugurios estadounidenses puede triunfar.

Sin embargo, este proceso se presenta como si fuera espontáneo, sin la participación del Estado. Se supone que se trata del mercado de oferta y demanda aplicado al ámbito artístico. Es la lógica de la “mano invisible” del capitalismo que determina lo que es apropiado en el ámbito artístico.

¿Puede la cultura ser considerada una mercancía más?

El 8 de diciembre de 2018, en la interacción por los medios sociales vinculada al programa en curso de televisión cubano Mesa Redonda, el viceministro cubano de Cultura, Fernando Rojas, citó un mensaje de mi propio Tweet, y añadió un comentario. Mencionó el Convenio de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural y la posición estadounidense contrapuesta a dicho acuerdo de la UNESCO (ubicado en París) con el libre mercado.

 

EE.UU. igualó libertad de creación a libre mercado en el arte

De ello resultó una investigación de mi parte pues no estaba lo suficientemente familiarizado con esta controversia. En el año 2005, en París, la UNESCO adoptó el Convenio sobre la Diversidad Cultural

Éste establece que la cultura no es una mercancía más, y otorga a los Estados el derecho soberano de impulsar y proteger su producción cultural, material e inmaterial, contra toda medida que consideren una amenaza.

El convenio permite a los Estados proteger su creación cultural. El texto fue aprobado por 148 votos a favor y 2 en contra. ¿Adivine quiénes votaron en contra? Estados Unidos e Israel. Se opusieron argumentando promover la verdadera diversidad cultural, obrando por las libertades individuales para que todos puedan tener “libertad cultural” y “disfrutar de sus propias expresiones culturales y no de las impuestas por los gobiernos”.

 

El embajador de Níger ante la UNESCO durante la votación del “sí.” Octubre de 2005 Foto: AP

¿Debería cada país tener el derecho a defender su propia cultura?

Mirando esto superficialmente, podría parecer que el gobierno de Estados Unidos no impone normas en la escena cultural. De hecho, según esta historia, dado que la “libertad de expresión artística” está garantizada sólo en esos dos países, EE. UU. tiene el fardo, una vez más, de ejercer su papel de pueblo elegido, responsable de enseñar al planeta acerca de la cultura, como hace acerca de democracia y derechos humanos.

De hecho, tomando una página de la clásica literatura bíblica (se debe dar crédito allí donde se debe), EE. UU. ha evolucionado como una “ciudad sobre la colina”, allí donde todo el mundo debería buscar orientación. De tal manera, si aplicamos esa lógica, con excepción de Estados Unidos e Israel, todos los demás países del mundo son violadores de la libertad artística.

Sin embargo, al oponerse a la Convención propuesta por la UNESCO en un intento de proteger la actividad artística frente a los designios del mercado, y haciendo énfasis en el rol del gobierno como protector de la creación, se plantea la cuestión de cuál es el papel del gobierno de Estados Unidos en la cultura.

De forma predeterminada y a través de su propia admisión −como se indicó antes−de abogar por la supremacía del mercado bajo el disfraz de la “libertad individual” en la Conferencia de la UNESCO en París de 2005, es posible concluir que el modelo de EE. UU.  impone el mercado capitalista como norma primordial para los artistas por lo cual ese Gobierno no sólo protege la economía de mercado hacia lo interno, sino que se opone al derecho soberano de otros países a proteger su cultura tradicional.

La postura de Washington constituye también una guía para extender sus tentáculos culturales hacia otros países, algo de lo cual somos muy conscientes en Canadá. La defensa de la UNESCO al derecho soberano de impulsar y proteger su producción cultural fue probablemente algo que molestó a Washington, en París, en 2005.

Algo de historia 

Para comprender mejor el problema es necesario dar una mirada al contexto histórico. Junto con la expansión económica y la guerra militar e ideológica, la cultura forma parte de los objetivos del imperialismo estadounidense de dominación mundial, independientemente de quién ocupe la presidencia en la Casa Blanca.

Recordemos el innovador libro Who Paid the Piper: The CIA and the Cultural Cold War, de Frances Stoner Saunders, publicado por primera vez en inglés en 1999 y luego en español en 2001, bajo el título de La CIA y la Guerra Fría cultural. El volumen presenta un informe detallado de los medios con los cuales la CIA penetró e influyó en una amplia gama de intelectuales y organizaciones culturales durante la guerra fría.

 

Desde entonces, y a raíz de revelaciones similares antes y después del libro de Saunders, EE. UU. se ha visto en la necesidad de adoptar una forma más sutil para influir en los acontecimientos. De esta manera ha canalizado su apoyo a través de grupos no abiertamente vinculados a la CIA. Por ejemplo, el periodista estadounidense y experto en la promoción de la democracia de su país, Tracey Eaton, en su informe de diciembre de 2018, escribió que durante las últimas tres décadas su Gobierno ha gastado más de mil millones de dólares en radiodifusión hacia Cuba y en programas de “democracia” para la isla.

La promoción estadounidense de la “democracia”, la “libertad de expresión” y los “derechos individuales” es tan abarcadora que incluye la cuestión cultural, y está catalogada como uno de los objetivos de dicha financiación.

Adicionalmente, al pulsar en los enlaces que conducen a las actividades de grupos como aquel del título que suena muy inocente, “Observa Cuba”, se encuentra lo siguiente: “Artistas hacen sentada de 4 días en Cultura contra el 349.”  De más está insistir en el nivel de falsedad de tal “noticia”.

Ahora bien, esto no quiere decir que todos o la mayoría de los oponentes drásticos al Decreto 349 están vinculados financieramente a Estados Unidos. Sería una afirmación injusta. Sin embargo, viviendo casi en las entrañas de la bestia, sabemos que uno no debe ilusionarse acerca de la política exterior de EE. UU.

Los hechos exigen reflexionar y llevar a cabo una investigación seria antes de escribir, y al mismo tiempo urge el deber de ocuparse de la campaña de desinformación dirigida por Occidente. Fue de gran ayuda para mí obtener las “Postales de Cuba” del 16 de diciembre de 2018, distribuidas por la periodista estadounidense Karen Wald, quien tiene cinco décadas de experiencia acerca de Cuba. Desde La Habana, ella escribe lo siguiente sobre su investigación inicial acerca de la controversia en torno al Decreto 349:

 

“Mi hipótesis es que lo que puede estar detrás de esta [oposición a dicho Decreto] puede ser el hecho de que muchos de los seudo “artistas” de todo tipo conforman un fuerte componente de lo que EE. UU. elogia como la ‘disidencia’ aquí… La mayoría de los artistas ‘disidentes’ reportados por la prensa de Estados Unidos ni siquiera son conocidos aquí…”.

 

Cuba tiene todo el derecho de defender su cultura y el proceso involucrado en la elaboración de su política cultural y, si no lo hace, se hundiría. Según Fidel Castro, la cultura es el escudo de la nación, por lo cual, de acuerdo con el propio líder, es también lo primero que debe salvarse para garantizar la marcha del proceso revolucionario.

 

Para mayor información,puede consultar:  Convenio completo en español de la UNESCO, 2005

Acerca del autor

Arnold August, periodista y conferencista canadiense, es el autor de los libros Democracy in Cuba and the 1997–98 Elections (1999), Cuba y sus vecinos: Democracia en movimiento (2014) y Relaciones Cuba-EE.UU: ¿Qué ha cambiado? (2018). Es un colaborador de Trabajadores. Twitter: @Arnold_August FaceBook: Arnold August

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