El médico de las diferencias

El médico de las diferencias

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Marcar la diferencia, he ahí el sello distintivo de Graciliano Díaz Bar­tolo, nacido monte adentro, en La Prueba, municipio santiaguero de Songo-La Maya. Basta con repasar sus pasos por la vida para notarlo.

Dentro o fuera del país el doctor Graciliano destaca por su trato afable, cordial y muy profesional. Foto: Betty Beatón Ruiz
Dentro o fuera del país el doctor Graciliano destaca por su trato afable, cordial y muy profesional. Foto: Betty Beatón Ruiz

Llegó a la carrera de Medicina a la edad en que la mayoría ter­mina de estudiarla: 23 años. Venía de culminar la Facultad Obrero Campesina y de trabajar dos años como electromédico en Santiago de Cuba.

Obtuvo la plaza de alumno de la Universidad de Ciencias Médi­cas como todo lo que hasta hoy ha logrado en vida: a fuerza de mucha entrega. También ha ganado cientos de estímulos, medallas, condecora­ciones, diplomas, incluso un auto­móvil en el año 2019.

Signado por la buena fortuna fue de los iniciadores del Programa del Médico de la Familia, en 1984, en un consultorio en Los números de Guisa, provincia de Granma, del que guarda muy gratos recuerdos, tantos como los que atesora de los otros lugares donde ha dejado su huella como médico, como hombre cabal, hermano, amigo… tanto en Cuba como fuera de ella.

Cada labor le ha permitido cre­cer en el orden humano y como es­pecialista de Primer Grado en Me­dicina General Integral.

Ahí están de testigos los pacien­tes, compañeros de trabajo y subor­dinados, en los tiempos de directivo, que ha ido conquistando a su paso: en el policlínico Armando García, el municipal y el departamento de la Cruz Roja, todos en la ciudad de Santiago de Cuba.

Igual en sitios de la geografía boliviana, en los que el Che dejó su impronta internacionalista; en Gui­nea Conakry —por dos ocasiones, la segunda de ellas para enfrentar el ébola— en Haití, en Alemania —im­partiendo conferencias de los cono­cimientos cubanos frente al ébola— y finalmente en Italia, donde dio batalla contra la COVID-19 y como sus hermanos de combate, salió vic­torioso.

Después de eso ha sido fiel a marcar la diferencia. Lejos de to­marse unos días para sí, Graciliano volvió al trabajo en cuanto trans­currió el tiempo requerido de cua­rentena.

Ya está en las calles del re­parto Sueño, una de las áreas del policlínico Armando García, que recorre bajo la canícula santia­guera, tan peculiar como ago­tadora, y cumplir con la tarea asignada de dar seguimiento a los casos febriles para que ni por error la COVID-19 rebrote en la tierra indómita.

“No puede haber descuidos, ni excesos de confianza; por buen tiempo tendremos que convivir con esta enfermedad, eso implica un pe­ligro mayor, así que por lo que a mí respecta no hay tiempo para el des­canso”.

Próximo a cumplir 65 años el doctor Graciliano deja sentado su pacto de vida: trabajar mientras tenga fuerzas.

La familia lo entiende, lo apoya, se inspira en él: la esposa, la madre, los hermanos, las cuatro hijas. Los pacientes, amigos y compañeros lo aplauden, “es nuestro héroe”, comen­tan ufanos de tener entre ellos a uno de los integrantes del Contingente Internacional de Médicos Especiali­zados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias, Henry Reeve .

El doctor Graciliano Díaz Bar­tolo lo asume como un credo, muy a su modo, marcando la diferencia.

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