Merecido homenaje a Jesús Menéndez

Merecido homenaje a Jesús Menéndez

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«Este es el homenaje que merecía Jesús Menéndez: que liberáramos el lugar donde fue asesinado», expresó el capitán Horacio Rodríguez Hernández, el primero de enero de 1959, en el andén de la terminal ferroviaria de Manzanillo, donde el líder azucarero había sido asesinado once años antes.

Horacio Rodríguez Hernández, expedicionario del Granma

El 30 de diciembre, cuando se avecinaba la toma de Manzanillo, el capitán Horacio se reunió, en el central San Ramón, con delegados de todos los sectores laborales de la región Manzanillo-Campechuela-Niquero, para instruirlos acerca de cómo se realizaría la toma de la ciudad cabecera. También les orientó que, una vez liberadas las poblaciones, militantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26- 7) y del Partido Socialista Popular (PSP) crearan comisiones que asumieran la dirección de los sindicatos hasta la celebración de elecciones noventa días después.

Importante bastión combativo

La huida del tirano Fulgencio Batista Zaldívar, en la madrugada del 1 de enero de 1959, precipitó el triunfo de la Revolución liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, y la toma de todas las posiciones del descabezado régimen por parte de las diferentes organizaciones revolucionarias implicadas en la lucha.

En Manzanillo, fueron los trabajadores la fuerza principal que, junto al Ejército Rebelde, el MR-26-7 y el PSP, garantizó la victoria. Este singular hecho fue posible por la especial tradición de lucha existente entre los trabajadores manzanilleros de diversos sectores, iniciada en 1930 cuando, por iniciativa de Blas Roca Calderío, secretario general del Sindicato de la Industria del Calzado, los obreros de este sector, armados con piedras, enfrentaban a las fuerzas represivas en defensa de sus derechos. Significativa participación tuvieron también los portuarios, gráficos, metalúrgicos, tabaqueros, panaderos y pescadores.

En esa región el PSP gozaba de fuerte influencia sobre la población, especialmente entre los zapateros, donde laboraban la mayoría de sus militantes y los de la Juventud Socialista. A esto se sumaba la actividad de organizaciones dirigidas por los comunistas, entre ellas la Unidad Femenina Revolucionaria, la Sociedad Maceo; y la Asociación de Hijos y Nietos de Veteranos de la  Guerra de Independencia, así como las asociaciones campesinas.

Una idea más cabal de esta realidad se alcanza si se tiene en cuenta que en esa ciudad, alrededor de nueve mil personas se dedicaban a la confección de calzado, incluidos menores de edad, en más de medio millar de pequeños talleres —los llamados chinchales— los cuales cubrían el 75% de la producción local.

Entre las jornadas gloriosas protagonizadas por los aguerridos trabajadores manzanilleros se cuentan movilizaciones por la reposición de compañeros desplazados en diferentes sectores, y por la liberación de los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; la huelga del 7 de junio de 1955 que, convocada por el Comité de Defensa de las Demandas y Democratización de la CTC contra los acaparadores de calzado personificados por israelíes, franceses, españoles y cubanos, declaró a Manzanillo «ciudad muerta» durante 24 horas; las huelgas espontáneas por el asesinato de Frank País, en agosto de 1957, y la del 9 de abril de 1958.

Manzanillo, ciudad sitiada por su acceso a la Sierra Maestra, constituyó fuerte retaguardia para el Ejército Rebelde. Así lo reconoció Fidel en la madrugada del 4 de febrero de 1959, al definir a los manzanilleros como el pueblo del cual los revolucionarios estuvieron siempre seguros porque, cuando se trataba de huelgas y de luchas, la dirección revolucionaria contaba con su presencia.

Avalancha proletaria sobre la ciudad

El último día de diciembre de 1958, toda la región Manzanillo-Campechuela-Niquero había sido liberada por el Ejército Rebelde, excepto la ciudad cabecera. Conocida la fuga de Batista, la tropa rebelde dirigida por el capitán Horacio Rodríguez marchó de inmediato sobre ella y tomó el puesto naval y el cuartel de los denominados «Tigres de Masferrer».

Esa madrugada fue también de gran actividad para la dirección del PSP, la cual convocó a los trabajadores para los parques Bertot —hoy Paquito Rosales— y Central; las calles 12 de Agosto y José Miguel Gómez, y las casas de los «tirapiedras» Manuel Escalona y Plácido Figueredo, sitios donde se concentraban habitualmente para librar sus combativas jornadas a la señal lanzada mediante detonación de «voladores» desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad.

Aquel 1 de enero victorioso, en el Parque Central confluyeron trabajadores y rebeldes para tomar la estación de la policía y el cuartel del escuadrón No 12 de la guardia rural. En la primera penetró el capitán Horacio, acompañado por el secretario del PSP en la región, Walfrido La O Estrada; los zapateros José Lázaro Pina Soria, Julio Garrido Tamayo, Juan Ramón Montes de Oca, Miguel Vázquez y Manuel Enoa; y el metalúrgico Genaro Bofill Lora.

Tomada esa posición, Horacio indicó a La O ocuparse del cuartel que, tras infructuosa solicitud de parlamento por parte de su jefe, comandante Andrés Pérez Chaumont, fue rápidamente rodeado por las masas arengadas por el primer teniente rebelde Oscar Ortiz Domínguez.

Hacia las once de la mañana, el poder revolucionario quedó establecido en Manzanillo, sin que ni una gota de sangre fuera derramada, y los trabajadores, que exponiendo sus vidas salieron siempre a las calles para defender a pedradas sus derechos, supieron que la libertad alcanzada con aquel triunfo sería imperecedera porque para la patria había llegado al fin la hora de la verdadera independencia.

El 2 de enero, al conocer que en el Chalet Verde se ocultaban tres miembros de los «Tigres de Masferrer», el capitán Horacio Rodríguez se dirigió hacia allí con el objetivo de capturarlos; pero una vez frente al inmueble, una ráfaga de ametralladora lanzada por Juventino Sutil, uno de los criminales, le provocó la muerte.

Horacio, nacido en la matancera finca Triunvirato, el 25 de abril de 1926, desde muy joven comenzó a trabajar en el ingenio Triunfo, donde logró convertirse en soldador eléctrico. Se destacó como dirigente sindical, encargado de las finanzas, y en la lucha por las reivindicaciones obreras.

Luego del golpe de Estado de 1952, junto con José Antonio Echeverría y José Smith Comas, entre otros, participó en la organización de grupos de acción contra la tiranía en Cárdenas.

A México viajó para sumarse a la expedición que organizaba Fidel, y estuvo entre los que junto a este sufrieron prisión en la capital azteca.

Integró la expedición del Granma y tras la dispersión de Alegría de Pío pudo abandonar la  zona y dirigirse a La Habana. Poco después se trasladó a Matanzas y posteriormente a Santiago de Cuba, donde estableció contacto con Frank País, quien viabilizó su reintegración al grupo guerrillero, en la Sierra Maestra. Por su valor y entrega a la causa revolucionaria, por orden de Fidel fue ascendido póstumamente al grado de comandante.

Acerca del autor

Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.

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