Kahuta se despide de la Cachemira

Kahuta se despide de la Cachemira

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Un halo de misterio y curiosidad despertó siempre el hospital cubano ubicado en Kahuta. Era el más alejado de la zona de la Cachemira paquistaní y para llegar hasta allí se necesitaban muchas horas de camino.

 

Para Alfredo (a la izquierda), el repliegue de Kahuta fue especialmente emotivo. Foto: Roberto Suárez

 

El anhelo de visitarlo superaba el temor a las largas e interminables horas de trayecto, y algunos incitaban ese interés, pues aseguraban que desde allí se divisaban algunos poblados de la India que —si bien no serían muy distintos a los de la Cachemira— era como conocer otro país.

Kahuta fue también un lugar especial por otras razones. Más allá de sus callecitas estrechas y lúgubres, donde en los pequeños comercios amontonados, el polvo y la suciedad lo cubren todo, de sus estrepitosas pendientes y bellos paisajes, adornados por un río ahora seco, de sus pobladores generosos y nobles, era un sitio donde los cubanos trabajaban de sol a sol, apenas sin saber de los suyos —pues es una zona de silencio—, con la única recompensa de saberse útiles.

El amanecer nos despertó en la carretera. Las primeras horas parecían advertir que no habría mucho calor. Pero a medida que el día transcurría el sol calentaba y las montañas parecían arder. El clima era totalmente distinto al que habíamos conocido a fines del año pasado. Ya no había frío, ni nieve. Y quizás si en el invierno alguien se hubiera referido a las altas temperaturas de esta época del año, posiblemente no lo hubiéramos creído.

Luego de más de siete horas de camino apresurado, pero muy seguro por la excelente conducción de Tambir, el chofer paquistaní, llegamos al campamento. La dirección del repliegue estaba a cargo de los jóvenes Alfredo Marrero, Líber Reyes y Luis Alberto Cabrera, enfermero, economista y médico, respectivamente, dedicados ahora a las labores de la logística.

Tras cinco meses de ardua labor asistencial, de descubrimientos y asombros por una cultura y una religión hasta esos momentos desconocidas, había llegado la hora de la retirada. ¡Cómo despedirse con un adiós!, era preferible decir un ¡hasta siempre! al pueblo que con tanta generosidad los había acogido.

Para Alfredo el momento fue especialmente emotivo. En noviembre último, cuando el hospital de campaña número 24 llegó a Paquistán, el holguinero, acostumbrado a duras metas, fue de los primeros en explorar la zona donde el campamento debía situarse.

Así Malot, un asentamiento poblacional ubicado en el propio distrito de Bagh, fue el lugar escogido. Después de 15 días de instalado el hospital, se hizo necesario trasladarlo para Kahuta donde, definitivamente, el personal médico cubano ha dejado una huella profunda.

El director de la instalación, el cirujano Fidel Raúl Valdés, dejó registrado para la historia esos momentos. “Horas de agotador trabajo de recogida y empaquetamiento. Noche entera sin dormir. Proeza de levantar con las manos para los camiones dos grupos electrógenos de más de dos toneladas y un equipo de RayosXde similar peso. Llegada a Kahuta, similar labor en el nuevo despliegue. Al segundo día ya el hospital tenía vitalidad. Comenzaron los primeros ingresos. Nuestros médicos generales integrales se distribuyeron en cuatro puntos de atención, además del cuerpo de guardia, y en la unidad quirúrgica fue operado el primer paciente, afectado de una hernia umbilical atascada”.

Ahora parece increíble el tiempo transcurrido. La partida de los cubanos allí ha sido conmovedora. Mujeres y hombres paquistaníes lloran el momento. Los niños nerviosos entran a una y otra tienda de campaña en busca de recuerdos y Ania Pérez, la enfermera de la unidad quirúrgica, no encuentra que más ofrecerles, todo le resulta poco.

El calor es sofocante, pero la recogida es necesaria. Alejandrina Rodríguez, la cocinera, “la negra más querida del campamento”, como asegura Niurka Corrales, doctora residente en Ginecobstetricia, abandona la cocina por este día, mientras las muchachitas —según dice— se preparan algún que otro alimento.

Alfredo y Luis Alberto llevan la delantera en el desarme de las tiendas, lo han hecho tantas veces que les resulta más fácil. Los demás les siguen. En esos instantes no importa si se es médico, enfermero, técnico. Lo imprescindible son las fuerzas físicas.

Comienza a anochecer. Ania y Niurka están extenuadas, apenas durmieron la noche anterior, pues alrededor de las cinco de la mañana asistieron a una embarazada, a la cual hubo que practicar una cesárea por una placenta previa.

Mientras, a pocos pasos del campamento, la comunidad prepara un agasajo. Ni ese día se prescinde del picante en la comida. Pero cubanos y paquistaníes se funden en un abrazo inolvidable. El médico José Páez Bandera se emociona cuando un militar, que se quedará supliendo las fuerzas de los profesionales cubanos, va a despedirse, y otro tanto le sucede a Arnaldo Alvariño, el ortopédico espirituano, que en esta instalación hospitalaria tuvo la responsabilidad de ser el subdirector. Es una noche de emociones y la madrugada no será menos.

 

Víspera de la partida, la comunidad dio un agasajo al personal cubano de la Salud. Foot: Roberto Suárez

Las tiendas de campaña que sobreviven a la partida —ya que aquí queda un hospital con servicio gratuito— son el mejor recuerdo de lo logrado por los cubanos: más de 27 mil pacientes atendidos y 200 vidas salvadas.

El sueño y el cansancio no faltan, pero las ansias de regresar a la Patria y abrazar a la familia apenas dan tiempo para el descanso. A las tres de la mañana el “de pie” es unánime. Una hora después aún está oscuro. Kahuta duerme mientras la caravana de pequeños autobuses va dejando un rastro de esperanza.

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