Mordidas de serpiente

Mordidas de serpiente

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Por Frank Padrón

La nueva película de Arturo Sotto (producida por el Icaic; Ítaca Films, México; y Cottos Producciones S.R.L., República Dominicana; en colaboración con el Programa Ibermedia) se inserta en el llamado “cine de género”, especialmente en su línea thriller: Nido de mantis emplea la metáfora del amor que mata, de esa especie de ofidio cuya hembra, mientras copula, devora; lo cual en buena medida define las coordenadas de un relato que en afán un tanto reduccionista pudiera definirse como una variante  del  triángulo  amoroso desigual que encadena (y escalona) esa pasión no solo irreflexiva e irrefrenable como todas, sino trágica.

Dos hombres, de estratos sociales diferentes (uno humilde, borrachín y mujeriego; otro de extracción burguesa, cuya familia marcha a Estados Unidos en los años sesenta), que aman a la misma mujer (campesina, alfabetizada por el primero; casi “comprada” por el segundo), amor maldito que los convierte en rivales desde niños y se extiende, se alterna y finalmente se comparte, mas no por ello encuentra la solución que sin duda no tiene. Estos elementos dan vida a un  filme que abarca más de cuatro décadas, desde los prerrevolucionarios años cincuenta a la llamada Crisis de los balseros a mediados de los noventa.

Mezcla de melodrama coqueteando todo el tiempo con la tragedia griega —pespunteada de algún que otro chiste que baja a veces  la temperatura y densidad altamente dramáticas que la definen—, su realizador ya versado en atmósferas y temáticas policiales (La noche de los inocentes), el pastiche posmoderno e intertextual (Pon tu pensamiento en mí; Boccaccerías Habaneras), los nexos eróticos difíciles colisionando con los más hostiles contextos (Amor vertical), logra conferir a la compleja y dilatada historia singularidad y coherencia.

Si bien el trasfondo histórico no ocupa nunca el primer plano, que en todo momento detenta la trama —y que por supuesto no interesaba en lo mínimo al guionista y director—, este sitúa en tiempo y espacio las peripecias, lo cual no obsta para que en algunos pasajes las alusiones se sientan un tanto forzadas, mientras el exceso de detalles y complicaciones del relato lo tornan a veces algo farragoso.

El carácter analéptico de la narración, que comienza justamente por el desenlace (no confundir con el final), garantiza no obstante el interés sostenido del público, incluido el giro que toman las pruebas y evidencias de los hechos. Sotto ha echado mano, con la complicidad de un muy implicado y preciso director de fotografía (Ernesto Calzado), al blanco y negro para el pasado, que alterna con el color del presente, confiriendo peso dramático a la puesta, algo que refuerzan la dirección de arte (Carlos Urdanivia), el vestuario y la banda sonora, con una música (Beatriz Corona) que define los momentos por los que atraviesa la microhistoria respecto a la macro, incluidas canciones representativas de aquellos.

Respecto al subsistema de personajes, la tríada protagónica se caracteriza con suficiente riqueza de matices, si bien en el caso del burgués (donde Arturo quiso homenajear según confesara al Sergio de Memorias del subdesarrollo) no se aprecian las contradicciones y dudas sociales/ontológicas de tal referente, demasiado enfocado al pernicioso enlace que alimenta el guion. Los campesinos que, como suerte de coro griego, acompañan la investigación y aportan sus testimonios, pudieron acaso tener una participación más decisiva desde el punto de vista diegético, pues con la excepción del “líder” —que asume brillantemente Luis Alberto García—, apenas son telón de fondo.

Los dos actores que dan vida a los rivales (Armando Miguel Gómez y Caleb Casas) confieren autoridad y convicción a sus respectivos papeles, algo semejante a lo que ocurre con el fiscal que lleva la investigación del caso (Yadier Fernández). La debutante Yara Massiel no corre igual suerte; aunque con potencial para desarrollar una consistente trayectoria como actriz, se proyecta casi siempre lacrimosa y enfática, con voz demasiado trémola, algo que debió controlar mejor la dirección tomando en cuenta su novatada.

Nido de mantis no es un filme perfecto, con más de una insatisfacción, pero a la vez es un texto fílmico con no pocos valores y provocaciones artísticas, como es costumbre en el cine de Sotto.

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