En la galería Los Oficios Nelson Domínguez: Mi otro yo

En la galería Los Oficios Nelson Domínguez: Mi otro yo

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“Las imágenes en su pulso creativo nos van revelando a hombres, mujeres y niños en veneración de Nuestra Señora de Regla, la Yemayá de los cultos religiosos cubanos de origen africano, la madre universal…”.

 

Así describe en las palabras del catálogo, la escritora, ensayista, investigadora, artista de la plástica y etnóloga cubana Natalia Bolívar (La Habana, 1934),  la más reciente muestra de fotografías de Juan Carlos Romero, titulada Mi otro yo, inaugurada desde el pasado 7 de septiembre —fecha en que se celebra a esta Virgen Católica sincretizada con la deidad africana—  en la galería Los Oficios Nelson Domínguez, en La Habana Vieja.

Cámara en mano, este experimentado artífice del lente se trasladó hacia el ultramarino pueblo de Regla, para registrar escenas de las peregrinaciones al santuario existente allí, un acontecimiento cuyos orígenes se remontan al año 1696 cuando sobre una pequeña colina cercana al mar se erigió  una humilde ermita para acoger a la Diosa Negra proveniente de España, declarada en diciembre del año 1708 como la Patrona de la Bahía de La Habana.

Desde ese momento, esa iglesia  (construida en 1811, su edificación se preserva como fuera en aquel entonces), ha estado relacionada con relevantes sucesos de nuestra cultura nacional, entre ellos, el haber propiciado el surgimiento, alrededor del templo, de un pequeño asentamiento humano, que en sus inicios vivía en casuchas en cuyos entornos proliferaban improvisados establecimientos en los que las mujeres negras confeccionaban dulces que vendían a los visitantes.

Motivado por los espectaculares peregrinajes de cada año —desde que se ubicó en ese lugar la imagen de la Virgen de Regla—, en víspera del 7 de septiembre o ese mismo día, por practicantes de la religión africana que veneran a Yemayá o por los fieles que rinden culto a la santa católica —la mayoría lo hace a los dos ídolos—, Juan Carlos ofrece al espectador una suerte de reportaje —en términos periodísticos— de algunos de los más sobresalientes momentos de esta festividad, al captar imágenes del recorrido de la sagrada divinidad por los alrededores de su capilla, además de conmovedores testimonios de las evocaciones populares a la dueña del mar que —como los demás orishas del panteón yoruba— forma parte de la transculturación de lo africano y lo español.

El artista recrea mediante efectivos encuadres  la mística relación entre la deidad de las aguas saladas y los practicantes de la Regla de Ocha (santería), quienes le ofrecen, como muestras de gratitud o devoción, disímiles ofrendas —frutas, flores, dulces, rezos, velas encendidas, cantos con tambores batá…— a la orilla del mar, sobre todo en las crestas de las olas al chocar contra las costas y los arrecifes, rítmico movimiento muy similar al baile de esta osha de cabecera que, entre otros muchos atributos, representa al útero como fuente de la vida, la fertilidad y la maternidad.

Sus composiciones ofrecen diferentes puntos de vista sobre ese acontecimiento socio-cultural de gran arraigo entre los cubanos. A través del ordenamiento de los elementos visuales —personas, muñecas, músicos, el mar, el cielo, el entorno…—  desde una perspectiva que resulta atractiva para el observador,  los mensajes que transmite este creador en sus obras son impactantes, gracias a la fuerte expresividad que revelan sobre los mitos, veneraciones y alabanzas a la también madre de todos los peces —su nombre proviene del Yorùbá Yemòjá (Yeyé: madre, Omo: hijo, Eyá: Peces).

Juan Carlos  establece “motivos” en cada una de sus escenas, al destacar un centro de atención, sin desdeñar lo que le rodea, con inmediatez o en lontananza (los muros, las rocas, la ciudad…).  En tal sentido, en sus instantáneas a color sobresalen el contraste y la iluminación  —beneficiada por la luz solar—,  para hacer énfasis en la interrelación entre los  tonos, variados y brillantes, en particular los azules —con los que se identifica a Yemayá—; amén de sus precisos  enfoques y ángulos.

Al apresar el movimiento, sobre todo del mar, evidencia un ágil manejo del obturador y el diafragma de la cámara, con la que consigue estricto control de las luces y las sombras;  asimismo  crea diferentes sensaciones, como reflexión, viveza, espiritualidad, fe…

Mi otro yo es una exposición que vale la pena disfrutar, aunque nos queda el deseo de deleitarnos con más fotografías que las que se exhiben en la galería Los Oficios, desde donde los visitantes saludan a la Hija de Olokun y hermana de Oshún:  “¡Omío Yemayá Omoloddé! ¡Yemayá Ataramawa!”.

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