Ley Helms-Burton: como en Girón, la derrota

Ley Helms-Burton: como en Girón, la derrota

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Ley Helms-Burton Como en Girón, la derrota
Julio Denis Cisneros. Foto: Jorge Pérez Cruz

“¿La Helms-Burton?, es una ley mercenaria, porque por otras vías pretende lo mismo que los invasores de Playa Girón y, como a ellos, le espera la derrota”, afirma categórico Julio Denis Cisneros, un hombre casi octogenario que guarda con envidiable retentiva escenas cotidianas vividas por él, su familia y muchísimas personas más antes del primero de enero de 1959.

Aunque se ha aplatanado en el poblado de Cañada Honda, en el actual municipio tunero de Majibacoa, nació en Santiago de Cuba el 27 de junio de 1940, donde vivió hasta los 16 años, porque “era miembro del Movimiento 26 de Julio y después del levantamiento del 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del yate Granma, las cosas se pusieron muy malas y tuve que irme para La Habana.

“Pero —dice— en aquellos tiempos ser joven, tanto en Santiago como en La Habana y en otras ciudades del país era un riesgo tremendo. El que cayera preso hasta por delito común, si se producía alguna acción revolucionaria la policía se enfurecía, lo torturaban, le daban cuatro balazos y lo tiraban en cualquier cañada. Así era entonces”.

Otra vez a Santiago…

“Ya me fui del tema”, se excusa, lo escucho, lo disculpo y lo entiendo, y le acepto su decisión de volver a la tierra natal, a la calle Bayamo, entre San Agustín y Reloj, otra vez a su infancia y adolescencia de limpiabotas, a la propia y a las de sus otros 11 hermanos, huérfanos de escuelas por culpa de la pobreza.

“Mire, periodista, de ese muelle que ahora mismo están reclamando en Miami, al amparo de esta ley, no puedo olvidar las horas que pasaba mi papá en la fila de los estibadores ocasionales esperando una oportunidad para llevar algo de dinero a la casa, la mayoría de las veces sin poder lograrlo”, lo dice en tono airado, con gestos de repudio.

Sigue en el rostro la misma expresión de desencanto por las afrentas sufridas y recuerda que en algunas oportunidades, “los fijos, los que tenían la plaza asegurada, les daban chance a los demás, pero eso sí, por una bagatela de dos o tres pesos, la mayor tajada era para el dueño del contrato”.

Y habla de la madre y de los sinsabores que pasaba para conformar el menú de cada día, “ella era conserje en la Escuela 77, al lado del cine Capitolio, y casi siempre le pagaban un mes y le adeudaban dos, tres, cuatro y hasta cinco. Aquello era un abuso”.

Nuevas vivencias

Cuando triunfó la Revolución, el primero de enero de 1959, estaba en La Habana y enseguida se integró a las Milicias, “era miembro de una unidad ubicada en Infanta y Manglar. Hacíamos guardias en escuelas, almacenes, tiendas…, para contrarrestar los sabotajes. Recuerdo a Los Yaquis Negros, una banda contrarrevolucionaria integrada por hijos de magnates, que usaban esa prenda de vestir y montados en autos o motos trataban de sembrar el terror en las calles. A ellos también nos enfrentamos”.

Después se hizo artillero y con esa pieza fue a luchar contra los mercenarios en Playa Girón, “ellos venían armados hasta los dientes, pero no pudieron hacer lo que querían, porque encontraron a un pueblo unido y dispuesto a defender la Revolución”, enfatiza.

Ahora, con esas vivencias contribuye a formar a las nuevas generaciones con el ejemplo de un hombre, casi octogenario, que no olvida el pasado de oprobios y se reveló contra esos males, que nuevamente quieren imponernos con otros métodos, pero “que están destinados al fracaso, porque no vamos a entregar nuestra soberanía, ni van a doblegar nuestros principios”.

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