Estados Unidos y la construcción temprana de opinión frente a la Revolución

Estados Unidos y la construcción temprana de opinión frente a la Revolución

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La política estadounidense de construir estados de opinión negativos sobre la Revolución Cubana data del propio año 1959, así como la orientación de que no se supiera su participación en tal objetivo. Por tanto, es una de las líneas que desde entonces ha estado presente en la hostilidad de los grupos de poder norteños frente al proceso revolucionario que ha vivido Cuba.

La visita de Fidel Castro, quien ya desempeñaba el cargo de Primer Ministro, a los Estados Unidos en el mes de abril, que se extendería a otros países como Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay, mostró la simpatía que despertaba el líder cubano en el continente.
La visita de Fidel Castro, quien ya desempeñaba el cargo de Primer Ministro, a los Estados Unidos en el mes de abril, que se extendería a otros países como Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay, mostró la simpatía que despertaba el líder cubano en el continente.

Si bien en los primeros meses de 1959 hubo una actitud expectante, aunque no inactiva, que incluía la búsqueda de contactos con figuras “moderadas” dentro del nuevo Gobierno, así como algunas campañas de prensa, entre otras formas de actuar para frenar el ímpetu del cambio revolucionario que se iniciaba; en la medida en que la Revolución comenzaba a tomar medidas de beneficio popular se fueron articulando estrategias desde los Estados Unidos que implicaban la hostilización del proceso cubano, aunque no siempre desde una confrontación pública, en lo cual resultaba importante tomar en cuenta el estado de opinión, tanto en Cuba, como en los Estados Unidos, como en América Latina.

La visita de Fidel Castro, quien ya desempeñaba el cargo de Primer Ministro, a los Estados Unidos en el mes de abril, que se extendería a otros países como Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay, mostró la simpatía que despertaba el líder cubano en el continente, y fue también ocasión para que este llamara a la unidad y la acción de América Latina para resolver sus problemas históricos, al tiempo que mostraba a la Revolución Cubana como parte esencial de esa nueva etapa que debía abrirse. La recepción de que fue objeto en esos lugares evidenció la fuerza del proceso cubano y de su líder en la opinión continental. Esto seguiría en ascenso en los meses siguientes.

Las disposiciones del Gobierno Revolucionario, a pesar de sus contradicciones internas, seguirían el rumbo de mayor justicia social y, en ese contexto, se llegó a la aprobación de la Reforma Agraria que significó la primera medida que afectaba la propiedad de los grupos oligárquicos internos y externos. Este devenir, acompañado de la crisis que derivó en la renuncia del presidente Manuel Urrutia y una mayor radicalización dentro de aquel Gabinete, indicaba que el propósito de potenciar las fuerzas “moderadas”, como las llamaban en los documentos internos norteamericanos, para frenar la posible radicalización de la Revolución, no se lograba.

El prestigio internacional de la Revolución crecía y Cuba se convertía rápidamente en un ejemplo para muchos pueblos latinoamericanos. La visita de Osvaldo Dorticós a Argentina, Uruguay, Brasil, Perú, Venezuela y México, entre mayo y junio, corroboraba esa imagen y prestigio. En otros espacios geográficos también hubo presencia temprana como la visita del comandante Ernesto Che Guevara a países de Asia, África y Europa, entre ellos, Egipto, Irán, Paquistán, India y Japón.

En el contexto sumariamente descrito, se inserta un documento significativo del Departamento de Estado de los Estados Unidos, de fecha 15 de septiembre de 1959: la Instrucción a todas las postas diplomáticas y consulares en las repúblicas americanas, desclasificado y publicado posteriormente en Foreign Relations of the United States, 1958-1960. (Vol. VI, Cuba. United States Government Printing Ofiice, Washington, 1991). El asunto: “Información de la política de los Estados Unidos hacia el régimen de Castro en Cuba”.

El documento en cuestión comienza afirmando que la rama ejecutiva del Gobierno de los Estados Unidos había seguido una política “cuidadosamente calculada” de limitación y paciencia en sus acciones y declaraciones públicas sobre Cuba, desde que “el actual gobierno de Cuba llegó al poder”, para evitar “cualquier impresión de que Estados Unidos es hostil al régimen del Primer Ministro Fidel Castro” o que no simpatizaba con los objetivos humanitarios que la Revolución había proclamado. A continuación, decía que se había evitado hacer declaraciones o acciones que se pudieran interpretar como una campaña contra Castro.

Llama la atención como este documento centra en la figura de Fidel Castro la atención acerca de lo que se hizo o no por los Estados Unidos respecto a Cuba en aquellos primeros meses. Por supuesto, estaban hablando de acciones o declaraciones públicas, lo cual no significa que en el plano no público no se hubieran tomado ya algunas acciones o formado una política, aunque fuera temporal.

Después de la introducción planteada, el documento repasa la historia reciente, reconociendo el masivo apoyo popular a Fidel Castro en Cuba y su lugar en el imaginario de amplios sectores de opinión en el hemisferio, a partir del cual plantea que se convirtió en “un objetivo de la política de los Estados Unidos establecer un clima libre de hostilidad en el que Castro pudiera demostrar cualquier disposición a tener relaciones normales y amistosas con los Estados Unidos”, al tiempo que daban una máxima oportunidad a “los elementos moderados amistosos con los Estados Unidos a ejercer una influencia temporal sobre el Gobierno de Castro”.

La explicación precedente terminaba con una conclusión: había sido un objetivo importante de la política de los Estados Unidos, en cuanto a la opinión pública, establecer que “cualquier estado insatisfactorio de las relaciones cubano-norteamericanas no deriva de la influencia e intransigencia” de estos, sino de las políticas y actitudes de Castro. Como corolario planteaban que, “la desilusión acerca de Castro y muchos aspectos de su programa y gobierno” debía verse llegar “inicial y principalmente” desde los cubanos, latinoamericanos y fuerzas independientes y no por acciones o declaraciones del gobierno estadounidense.

Después de establecer este principio, sumarizaba los aspectos negativos que, según su mirada, tenía la situación cubana: a) cuestión de democracia o dictadura; b) exportación de la Revolución Cubana y c) el comunismo y la Revolución Cubana. Luego de estos puntos, el documento pasa a las conclusiones que constituyen el centro del mismo, su objetivo, por cuanto es donde trazan una línea de acción.

Es de interés de los Estados Unidos la conversión de las tendencias de la opinión latinoamericana sobre Castro en escéptica en los asuntos de dictadura, intervención, y comunismo, lo que debe ser intensificado y acelerado. Si el resultado final de la presión de la opinión latinoamericana sobre estos asuntos lleva a que Castro adopte más aceptables actitudes y cursos de acción o reducir su apoyo público, el objetivo de los Estados Unidos de aislar y eventualmente eliminar los aspectos indeseables de la Revolución Cubana serán servidos. Permanece como importante, sin embargo, de modo particular en estas etapas, que cualquier escepticismo público sobre Castro mantenga la apariencia de ser una reacción “indígena” latinoamericana. (…).

Es decir, que había que construir una opinión pública desfavorable a Fidel y la Revolución, pero no podía verse como “·un esfuerzo de parte de este Gobierno para desacreditar a Castro”, sino que debía proyectarse como nacida desde América Latina. Después de esta conclusión que, sin duda, era una instrucción para el trabajo de sus misiones a nivel continental, establecía la responsabilidad de la USIS (United States Information Service), a través de sus funcionarios, para coordinar la manera de enfocar la opinión latinoamericana de manera de destacar los aspectos negativos del “régimen de Castro”, pero que no se atribuyera su origen al Gobierno norteamericano.

Como puede observarse, en 1959 ya había una estrategia para construir una opinión pública contraria a la Revolución Cubana y, especialmente, a su máximo líder, aunque con la insistencia de que no aparecieran los Estados Unidos como los promotores de ello. De esta manera puede comprobarse el papel que muy tempranamente se otorgó a este aspecto como vía para destruir el proceso revolucionario cubano.

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