Canto popular a la Central de Trabajadores de Cuba

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Cuando tuve uso de razón, uno de los primeros valores espirituales que me trasmitió mi padre —entonces joven herrero y dirigente sindical de base— fue su orgullo de que Lázaro Peña me hubiera tenido en brazos, cuando era yo apenas un niño balbuceante y mis progenitores me llevaban a sus reuniones en el comité de barrio del Partido Socialista Popular.

La anécdota, repetida después en corrillos familiares —las más de las veces en voz baja por la represión batistiana— y enriquecida con otras que me revelaban, poco a poco, la dimensión de aquel hombre, pasó a formar parte del incipiente cofre de mis propios, pequeños e intangibles tesoros personales, siempre advertido por los mayores de que, en lo personal, debía comprenderlo como un premio del azar, que yo mismo podría hacer valedero con mis futuros pasos.

En los primeros meses de 1959, mis andares adolescentes junto a mi padre me llevaban cada mañana a buscar el periódico Hoy, de los comunistas cubanos, y yo le escamoteaba la primera plana para disfrutar la aún incomprendida fascinación que me producían los versos de la sección Al son de la historia, escritos por el Indio Naborí. Debe de haber sido entonces que leí, entre aquellos textos, las primeras alusiones poéticas al Capitán de la clase obrera.

En 1960, con 15 años, mi estreno como activista sindical —en tareas de propaganda en el entonces Sindicato de Carros y Camiones donde a la sazón se desempeñaba mi viejo— me puso ya en contacto definitivo con la trascendencia humana y revolucionaria de Lázaro Peña, cuya huella en mi propio decurso fue entonces para siempre inmarcesible más allá de su vida física, tras cuyo doloroso apagamiento escribió el Indio Naborí, como para retenerlo en versos, este poema:

 

CANTO POPULAR A LA CTC

CENTRAL DE TRABAJADORES
DE CUBA, Lázaro Peña
extrajo tu roja enseña
de un mar de sangre y sudores.
Él —con otros fundadores—
despertó la mutua fe
del proletariado en pie,
te alzó como una montaña
y sintetizó su hazaña
con las siglas CTC.

Fragua de Mella y Martí
fundidora de ideales,
bandidos y criminales
se rompieron contra ti.
Ante el ciego frenesí
de ellos, fuiste faro y guía,
central de Jesús, que ardía
en fuego de luchas recias,
barco de Aracelio Iglesias,
timón de José María.

Cuando a la Patria volvió
el tiempo gris de Machado,
tu palacio fue asaltado,
pero tu espíritu, no.
En todas partes ardió
la lucha —hoguera de grana—,
por ti, que eras la guardiana
del pan de la clase obrera:
Amancio que a la caldera
dio el azúcar del mañana.

Fueron grandes tus conquistas
desde los tiempos ingratos:
y han sido tus Sindicatos
Escuelas de Comunistas.
Y cuando los fidelistas
junto a su Titán de Acero
volvían por el sendero
del heroísmo y la gloria,
tú sellaste la victoria
con la Gran Huelga de Enero.

Ahora impulsas y compasas
el ritmo de producción,
polea de trasmisión
entre el Partido y las masas.
Tus hombres construyen casas
y hospitales dondequiera;
y si llama la trinchera
se visten de verde olivo,
como si Lázaro vivo
¡Adelante! les dijera.

Hoy dices a cada obrero
que vaya desajustado:
—Acuérdate del pasado
y despierta, compañero.
No midas por el dinero
el tiempo de tus labores,
sino por días mejores.
Piensa que Lázaro Peña
extrajo su roja enseña
de un mar de sangre y sudores.

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