“La Doctrina de Monroe”: un temprano libro de alerta

“La Doctrina de Monroe”: un temprano libro de alerta

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Puede asombrar la lectura de un libro de 1893 que, bajo el título “La Doctrina de Monroe”, presenta una exposición de profundo calado acerca de la política exterior norteamericana y de sus intenciones, cuando apenas esto se percibía en el mundo.  Este parece haber sido un llamado de alerta cuando los Estados Unidos ya se habían decidido a desplegar una política activa en América Latina, expresada en la convocatoria a la Conferencia Internacional de Washington, conocida como la primera Conferencia Panamericana, entre 1889 y 1890; y luego en la Conferencia Monetaria Internacional en 1891. Los textos de Martí sobre estos “convites” resultan muy ilustrativos de los propósitos de aquellas reuniones desde los intereses expansionistas estadounidenses. Aquel año (1893) se inserta también en el momento de fuerte preparación de la nueva guerra que debía continuar la obra revolucionaria en Cuba. En el contexto señalado salió a la luz el libro de referencia.

El autor, Dr. José María Céspedes y Orellana, era profesor de la Universidad de La Habana, donde era, sin duda, figura destacada, puesto que llegó a ser Decano de Derecho y pronunció el discurso inaugural del curso en más de una ocasión desde la década de los ochenta. Este profesor universitario publicó en La Habana de finales del siglo XIX un texto que ponía al desnudo el sentido de la doctrina enunciada por el presidente estadounidense James Monroe en 1823.

El prólogo del libro presenta las impresiones que tenía Céspedes acerca de los Estados Unidos antes de conocer el país de manera directa que, en sentido general, se correspondían con la imagen generalizada de aquella sociedad como paradigma de libertad y democracia, y también de modernidad. El autor llegó a tierra estadounidense en febrero de 1869, según confiesa, con “ilusiones más halagüeñas”, pues creía que “los norteamericanos eran algo así como dioses, que tenían en sus dedos la vara mágica de la libertad, y que tocarían con ella a todos los mortales que se les acercasen. Había aprendido a estimarlos desde el colegio, y me complacía, elogiándolos, defendiéndolos y enalteciendo sus virtudes y su carácter en todos los tonos.” [1] Esta impresión no era privativa de Céspedes, pues era compartida por muchos, solo que el autor le pone un tono irónico en este texto.

Según el profesor, su primer desagrado se produjo en Nueva York, cuando en el muelle el aduanero pensó que llevaba contrabando de tabacos, cuestión muy molesta para el cubano. Después, narra sus decepciones con el taxista, con los comerciantes de la ciudad, de manera que pensó que “aquellos hombres no valían todo lo que yo me había imaginado (…).” Este fue el comienzo de un proceso de análisis de la sociedad norteña.

A la decepción siguió el estudio de la política del país y, de manera especial, sus relaciones con las repúblicas americanas. Esto lo llevó a la doctrina Monroe. En su opinión, esta “fue la causa principal de mis falsas creencias y de mis ilusiones respecto de las cosas de la América del Norte.” Por esta afirmación, se puede colegir que Céspedes había asumido inicialmente el enunciado de aquella política en su letra y no había penetrado en lo profundo de sus intenciones.

Este autor pone cuidado en declarar que no existía en él prevención contra los Estados Unidos pues, por el contrario, admiraba “el prodigioso crecimiento material e intelectual de la Gran República”, sus “sabias instituciones”; sin embargo, hablaba con mucha intención acerca de “la exquisita prudencia con que manejan sus relaciones exteriores en beneficio propio, sin cuidarse mucho ni poco” de la “suerte de los otros”. Con tal enunciado estaba entrando en materia, de ahí que añadiera que él no daba “fe á sus protestas de amor por todas las libertades”.

Desde ese punto de vista, Céspedes afirmaba que “para ellos no hay en América más americanos que los del Norte. Ellos son los únicos acreedores a la libertad”, son los “únicos capaces de gobernarse por sí mismos y los únicos predestinados por la Providencia para absorber y dominar toda la América continental y antillana.”  Para ejemplificar esta afirmación, mencionaba los casos de Luisiana, Florida, Alaska y los intentos de compra y tentativas de anexión que habían realizado.

Otro aspecto que abordó el Dr. Céspedes fue el relativo a los criterios despectivos de aquel país sobre las colonias latinas y a que la anexión no sería asimilación sino destrucción. Era una indudable llamada de alerta a quienes veían en la unión con el poderoso vecino el camino de prosperidad para nuestros pueblos.

La coherencia de Céspedes y Orellana se puede observar cuando, después de la intervención de Estados Unidos en la guerra cubano española, el inicio de la ocupación militar y la imposición de la Enmienda Platt, publicó un nuevo libro titulado La intervención. Aquí este hombre. que en la reapertura de la Universidad de La Habana en 1901 desapareció de la nómina de su claustro, calificó aquella intervención de hipócrita, por lo que afirmaba que no había creído nunca en el móvil de la libertad o del amor humanitario del vecino, de ahí que se refiriera a las apreciaciones que plasmó en su libro sobre la doctrina Monroe y afirmara: “Los hechos que en la actualidad presenciamos hacen, por el contrario, que las rectifique y confirme sin quitar ni añadir cosa alguna que las desvirtúe.[2]

Con estas acciones, Estados Unidos se habían quitado la careta, en opinión de Céspedes y Orellana, de manera que mostraban los móviles reales de la doctrina Monroe. Fue, sin duda, una aproximación temprana a una cuestión que ha mantenido vigencia a lo largo del tiempo y que en estos tiempos se ha vuelto a enarbolar en el discurso estadounidense. Quizás haya que volver al libro de ex profesor para recordar su alerta temprana.

[1] Todas las citas están tomadas de: José María Céspedes: La doctrina de Monroe. Imprenta La Moderna de A. Miranda y Comp., La Habana, 1893.

[2] José María Céspedes y Orellana: La intervención. Imp. De Rambla y Bouza, Habana, 1901, p. 1

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