Por un país de lectores

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Algunos creen que los libros son objetos anacrónicos. Algunos jamás han abierto uno, a no ser los de texto de la escuela, que son obligatorios. Algunos han cumplido toda su existencia sin haber disfrutado una novela, un cuento, un sencillísimo poema…

Ciertamente, se puede vivir sin leer. E incluso, hasta se puede vivir intensa y satisfactoriamente; es cuestión de prioridades e intereses. Pero solo los que incluyen la lectura en sus rutinas habituales saben lo que se pierden los que no.

Cuando se dice que el libro (la literatura, en su más amplio espectro) es la base de la pirámide cultural, se asume que todas las aristas del conocimiento humano, todos los saberes, todas las técnicas y procedimientos, o sea, el inmenso acervo de la humanidad… todo puede ser “concretado” y “explicado” en palabras.

La palabra (y en consecuencia, la escritura) es la suprema expresión de la cultura.

A todo eso habría que añadir el patrimonio artístico, que tiene en el libro uno de sus soportes esenciales.

Leer, por tanto, no es solo un entretenimiento, es también una necesidad de los hombres y de sus sociedades. Sería bueno que acabáramos de comprender que las campañas para la promoción de la lectura, las exhortaciones públicas, los programas nacionales en los diferentes niveles de enseñanza, la labor de bibliotecas y librerías… nunca serán cuestión de segundo orden: deben ser asumidos como prioridades de la nación.

La Feria Internacional del Libro es por tanto una de las citas más relevantes del año en Cuba… y su impacto va mucho más allá del ámbito puramente artístico.

Puede que la repetición, a veces fuera de contexto, de ciertas frases las haya desprovisto de sus sentidos primigenios. No pocos repiten aquello de que “solo la cultura nos salvará” y creen que es pura exageración.

Sin embargo, esa afirmación —que ha estado en voz de nuestros más trascendentales pensadores y líderes— encierra una verdad esencial: el conocimiento es la base de la dignidad y la independencia de los pueblos, la garantía del desarrollo de sus sociedades, de la emancipación plena de los ciudadanos.

La ignorancia es una de las peores plagas de la contemporaneidad. Lo ha sido siempre. Fue, es y será sinónimo de sometimiento.

La sociedad a la que aspiramos, la que deberemos construir entre todos, debe tener entre sus fundamentos el culto y el ejercicio de la ciencia. No la ciencia como concepto abstracto, sino como sostén de una conciencia y un compromiso públicos. El camino hacia el enriquecimiento del espíritu.

La ciencia está en los libros. Tenemos que leer más.

El inmenso esfuerzo que hace el país para sacar a la luz cada año millones de ejemplares no puede ser en vano. La Feria del Libro es la principal vitrina. Ojalá que no fuera solo vitrina, sino punto de partida.

Porque no deberíamos confiarnos en que las decenas de miles de personas que abarrotan las instalaciones de la fortaleza de San Carlos de la Cabaña son indicio de que en Cuba se lee lo suficiente. La Feria es una cita multicultural, y por tanto, una opción para pasar un buen rato. Mucha gente va solo por eso. Es más, no son pocos los que compran montones de libros, “víctimas” de una especie de frenesí… y no los abren nunca.

La labor más importante es la que se hace (la que debería hacerse) en el seno de las familias y en las escuelas. El mejor momento para familiarizarse con los libros (aunque nunca es tarde) es la niñez.

Al Estado le corresponde la responsabilidad de garantizar la existencia y calidad de la base material, y promover el más democrático de los accesos. Desde los primeros días de la Revolución de 1959 esa siempre ha sido voluntad y vocación de las instituciones.

Pero el hábito de la lectura no se puede imponer.

Ojalá que todos los padres fueran conscientes de esa necesidad. Todos los maestros tendrían que serlo. Hay que motivar a los niños y jóvenes rehuyendo de fórmulas dogmáticas, que solo consiguen identificar la lectura con una pesada obligación. Y hay que aprovechar las posibilidades de las nuevas tecnologías.

El soporte es secundario. Ya sea un libro de papel o un e-book la experiencia puede ser igual de gratificante. Es más, la multimedia puede abrir nuevas probabilidades.

Contamos con el potencial, deberíamos ponerle más empeño a la aspiración de vivir en un país de lectores.

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