Venció la insensatez

Venció la insensatez

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Por Arthur Chioro / Médico y profesor de la Escuela Paulista de Medicina – UNIFESP, ex ministro de Salud del primer gobierno de Dilma Rousseff

Ha ocurrido una tragedia para la vida y la salud de 30 millones de brasileños.

Se ha desatado el caos para la organización del Sistema Único de Salud (SUS), que depende de la atención básica para coordinar el acceso a las redes regionales y garantizar la universalidad y la integralidad de la salud.

Se viene un colapso en el sistema de salud de los 2.885 territorios que participan del Programa Más Médicos (PMM) y cuentan con médicos cubanos, en particular en 1.575 municipios, la mayoría con menos de 20 mil habitantes, distribuidos en todas las regiones del país y que dependen exclusivamente de los médicos del Programa.

El vejamen internacional sacude la relación del país con la Organización Panamericana de la Salud (OMS) y desencadenará un escenario de desconfianza generalizada en las relaciones con otros países, socios de Brasil en innumerables proyectos en el área de la salud.

Sin la presencia de más de 8.500 equipos de Salud de la Familia completados con médicos cubanos, volveremos al dramático cuadro que estuvo vigente hasta 2013. Antes del comienzo del Programa Más Médicos, los brasileños que vivían en áreas de alta vulnerabilidad no tenían acceso a las acciones de promoción, prevención, diagnóstico y tratamiento. Estaban a su propia suerte, obligados a buscar Puestos de Salud u hospitales para cuidados básicos.

La atención básica es capaz de resolver más del 80% de los motivos que llevan a alguien a buscar servicios de salud. Todo eso se perderá y los que más necesitan del SUS, serán los que  pagarán la cuenta, gracias a la total falta de preparación del presidente electo, incapaz de medir sus palabras.

Para los que festejan el rompimiento de la asociación entre el Ministerio de Salud, la OPS y Cuba, por no haber tenido nunca problemas para conseguir una consulta médica en sus vidas, es necesario que recuerden que las unidades básicas de salud donde la casi totalidad de médicos son cubanos, se encuentran ubicadas en la selva amazónica, en los municipios del G-100[1], quilombos y pueblos ribereños, en el Valle de la Riviera, el Valle del Jequitinhonha y en la periferia de los grandes municipios brasileños.

Son lugares donde los médicos brasileños no quieren ir. Los argumentos que utilizan son falacias corporativas. La mayoría de los médicos brasileños no quieren y no saben prestar atención básica. Se formaron sólo para ser especialistas, en un modelo elitista, restrictivo y sin compromiso social. No están preocupados por los 30 millones de brasileños que quedarán sin ninguna atención médica.

Fingen querer una carrera de Estado, pero todos sabemos que no dejarán sus consultorios privados para adentrarse en Brasil. Ni el presidente electo asignará más recursos para eso, como lo dejó claro esta semana. Por otra parte, el presupuesto aprobado para 2019, gracias a la EC-95[2] (techo de gastos), será casi 2 mil millones (de reales) menor que el de 2018, incapaz hasta de recomponer la inflación y mantener lo que hoy, precariamente, está funcionando.

He seguido la llegada de los médicos cubanos como Ministro de Salud. Todos tenían más de 10 años de graduados. Todos tenían residencia en medicina general y comunitaria, más del 50% una segunda especialización y el 40% tenían al menos una maestría. Además de eso, los dos mil primeros que vinieron a Brasil ya habían participado por lo menos una misión en el exterior.

Bolsonaro, al lanzar desconfianza pública sobre la capacidad y veracidad de la formación médica de los cubanos e imponer cambios en la forma de contratación y funcionamiento del PMM de manera unilateral, autoritaria e inconsecuente, irrespetando las vías de negociaciones establecidas y la soberanía de un país asociado, provocó la implosión del PMM, la del SUS y junto a estos, la esperanza de millones de brasileños.

Las acciones del PMM enfocadas a la apertura de nuevas escuelas médicas sólo garantizarán el número de médicos brasileños formados en cantidades suficientes a partir de 2026 para suplir nuestras necesidades. Por lo tanto, es inconsecuente la postura del presidente electo que culminó en esa decisión del gobierno cubano sin siquiera estar preocupado por un plan alternativo.

Más inconsecuente y risible sigue siendo la propuesta del casi-nombrado para la cartera del Ministerio de Salud (casi, ya que los problemas judiciales que enfrenta como ex-gestor municipal de salud en Campo Grande parecen que no permitirán que sea nombrado en el cargo), que condujo incansablemente los ataques contra el PMM en el Congreso Nacional en los últimos años. Ahora, propone el servicio médico militar obligatorio para los recién graduados. Sería interesante ver cómo reaccionarían aquellos médicos que se opusieron al PMM viendo a sus hijos trabajar durante 3 años en favelas, aldeas indígenas, y en quilombos. Tal vez se muden a Miami o les pidan a los colegas cubanos que regresen con urgencia.

Por tanto, ¿qué tienen para celebrar los opositores del PMM? Bolsonaro y sus partidarios serán responsabilizados por el aumento de la mortalidad infantil, de la materna, de la hipertensión, de la diabetes, de enfermedades respiratorias y de otros problemas sensibles a la atención básica que se verán profundamente afectados con el fin del PMM.

Es un crimen contra quien más necesita de salud. Es una lástima terminar así un programa reconocido y elogiado internacionalmente y que, como ha sido demostrado por innumerables estudios, investigaciones y tesis, tuvo un impacto excepcional en la salud del pueblo brasileño.

Venció la insensatez. Pierde Brasil. Sólo me queda pedirles  disculpas a los médicos y al pueblo cubano así como agradecerles por todo lo que hicieron por nuestra gente.

[1] Grupo que reúne a las cien ciudades brasileñas con más de 80 mil habitantes y menor ingreso per cápita, donde se concentra la pobreza, la pobreza extrema y la indigencia en Brasil.

[2] Enmienda Constitucional No.95 aprobada en diciembre del 2016 por el Congreso a propuesta del gobierno golpista, la cual congela el gasto social en Brasil por 20 años.

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