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Carilda enamorada

Carilda Oliver Labra fue una mujer valiente. Y no solo porque en 1957, en los tiempos duros de la tiranía batistiana, se atreviera a escribir unos versos que pudieron haberle costado mucho: No voy a nombrar a Oriente,/ no voy a nombrar la Sierra,/ no voy a nombrar la guerra/ —penosa luz diferente—,/ no voy a nombrar la frente,/ la frente sin un cordel,/ la frente para el laurel,/ la frente de plomo y uva:/ voy a nombrar toda Cuba:/ voy a nombrar a Fidel.

No solo por eso: también por esa decisión de vivir como quiso, sin ataduras pequeñoburguesas; vivir, sentir, amar como una mujer libre… y escribirlo, dejar testimonio, recrear sus circunstancias con una profundidad y una verdad (prodigio de los grandes poetas) que conmovieron (conmueven) a miles de lectores.

En tantos y tan bellos versos, Carilda bordeó las claves inefables del amor.

Algunos subestimaron ese torrente lírico, lo creyeron mero regodeo sentimental, devaneo romántico… no alcanzaron a vislumbrar las hondas raíces que nutrían esa poesía.

La de Carilda es una tradición larga, con ramas disímiles: por un lado, el gran acervo de la lírica de su Matanzas, ciudad de grandes poetas; por el otro, el patrimonio inmenso de la cultura cubana; y también, no menos importante, sus vínculos estrechos, de hecho, su pertenencia a un ámbito singular de la poesía hispanoamericana: la obra de grandes poetisas (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, nuestra Dulce María Loynaz).

El amor y la muerte han sido quizás los más grandes móviles de la poesía universal, Carilda escogió —sobre todo— el amor, con sus eternos altibajos, con sus raptos y arrobamientos, pero también con los golpes o las caricias de la melancolía, o la memoria exultante de la pasión.

Carilda escribió: Anoche me acosté con un hombre y su sombra./ Las constelaciones nada saben del caso./ Sus besos eran balas que yo enseñé a volar… y hubo quien se solazó en la confesión de una aventura erótica, pero era más, y lo notaron sus mejores lectores: era la fuerza de un sentimiento hecho metáfora, era el caudal rico y suelto de su feminidad.

En tiempos de dobleces y moralinas, Carilda Oliver Labra miraba de frente, diáfana y serena.

No obstante, no conviene circunscribirla: su obra se abrió a múltiples paisajes: el amor filial, la evocación histórica, el orgullo por la patria…

Estos versos pudieran enarbolarse como bandera: Cuando vino mi abuela/ trajo un poco de tierra española,/ cuando se fue mi madre/ llevó un poco de tierra cubana./ Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:/ la quiero toda/ sobre mi tumba.

Ajena a corrillos literarios, a intrigas y revanchas, se consagró a su poesía y al culto de la hospitalidad. Cuando pretendieron acallarla, permaneció, con la certeza de que el poeta puede ser una isla: ella fue isla pródiga y abierta.

Hizo de Matanzas nido y atalaya. Amó intensamente, hasta el final. Aunque en su caso, no tiene sentido hablar de finales: Carilda Oliver Labra (su legado) seguirá latiendo siempre.   

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