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Un estilo de vida y trabajo

A fuerza de reiterarlo, el vocablo ahorro se presta en Cuba a las más disímiles interpretaciones. Simplemente, no todos estamos pensando en lo mismo cuando nos referimos a él.

Hay quienes piensan en que ahorrar es una opción de país pobre, que es una manera de disimular o justificar las inevitables carencias que atravesamos, como consecuencia de más de medio siglo de bloqueo económico, agravadas por la crisis mundial y nuestras propias deficiencias organizativas.

Nada más lejos de la verdad. Hay múltiples evidencias de que ahorrar puede ser mucho más que una medida anticrisis o una fórmula para combatir emergencias, aunque lamentablemente —y ese es parte importante del error conceptual que cometemos con frecuencia— sea en los momentos difíciles cuando más recurrimos a este término tan controvertido.

Con mucha razón criticamos los hábitos consumistas de los países ricos. Sin embargo, eso no implica que el ahorro sea por obligación solo un mecanismo para las naciones pobres. De hecho, una parte de los problemas que genera el subdesarrollo económico, es precisamente la imposibilidad de ahorrar todo lo que pudiéramos, las limitaciones que nos causa para aprovechar lo poco o mucho que tengamos en un momento dado.

Un ejemplo emblemático de esta paradoja sería quizás la generación de energía mediante fuentes renovables. Es una rama que requiere tecnología de avanzada. Mientras uno menos tiene, también posee menos capacidad para obtener electricidad del viento, el sol u otras opciones que brinda la naturaleza.

No obstante, en este mismo campo ya el país cuenta con un programa de desarrollo estratégico para comenzar a cambiar nuestra matriz de consumo energético a largo plazo, y los parques solares y eólicos empiezan a ser inversiones atractivas y posibles en varios territorios.

Lo que quiero expresar con este ejemplo es que el ahorro no debe ser una consigna ni un salvavidas desesperado, sino una concepción distinta de desarrollo, una manera diferente de organizar los procesos económicos.

En Cuba hasta ahora la mayoría de las veces hemos tenido que ahorrar —y todavía sucede— por obligación, pero tendremos que llegar a otra fase superior donde ahorremos por convicción, por estrategia, como un sistema.

De eso hablan los dirigentes de la Revolución cuando plantean que el ahorro es un recurso, una fuente de riqueza. No se refieren a dejar de hacer las cosas que tenemos que hacer ni a hacerlas mal, para darnos golpes en el pecho y decir que ahorramos, a costa de no resolver los problemas o incumplir los objetivos en la producción o los servicios.

Esa concepción diferente del ahorro no puede triunfar sin la conciencia y el concurso de los colectivos de trabajadores, bajo el liderazgo y compulsión de las organizaciones sindicales en todos sus niveles. La Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores es tal vez uno de los movimientos masivos que por más tiempo y con mejores resultados ha brindado su aporte a este propósito, pero no puede ser la única vanguardia en el cumplimiento de esta tarea que debe transitar hacia modos de hacer más orgánicos.

Porque ese es el gran reto que tenemos. Convertir el ahorro en una forma de trabajo, en un estilo de vida. Sería lo que distinguiría incluso al proyecto de sociedad que estamos defendiendo. Ser capaces de utilizar con racionalidad los recursos, de una manera ordenada y de acuerdo con una planificación real y efectiva, constituiría una extraordinaria contribución del socialismo como sistema económico contemporáneo. Desde el período especial de los años 90 estuvimos obligados en gran medida a aprender por la fuerza a maniobrar con los recursos en tiempo de escasez, pero aún hoy, en pleno siglo XXI, todavía no llegamos a apartarnos de esa concepción coyuntural del ahorro para sofocar emergencias.

Ahorrar tiene que llegar a ser, para un pueblo culto y consciente como aspira a ser el nuestro, un acto tan natural como respirar. Intentémoslo, pues.

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