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Puerto Lempira (V)

Tras el paso devastador del huracán Mitch por Centroamérica, en octubre de 1998, la zona selvática de Honduras, conocida por La Mosquitia y oficialmente por Departamento de Gracias a Dios, presentaba una larga estela de destrucción y muerte, solamente superada por lo que dejó el Fifí en 1974.

Aeropuerto de Puerto Lempira. Foto: www.elheraldo.hn

Una vez que llegó la “calma” surgió la amenaza de las epidemias y se hizo sentir la desatención médica en las numerosas aldeas diseminadas por toda la región y en la localidad de Puerto Lempira, el principal municipio de la zona, donde residían en ese momento unas 20 mil personas, aproximadamente.

Nos correspondió al fotógrafo y a mí enrumbar hacia esa localidad, a la que solo puede accederse por aire o por mar. En este último caso había que bordear el litoral norte de la nación hondureña, pero la transportación marítima, hace 20 años (no conozco cómo estará en este momento), era casi nula. Compramos pasajes en Aerolíneas Sosa y un lunes, al amanecer, estábamos en el aeropuerto Golosón, en la ciudad de La Ceiba, devenida “puesto de mando” para los representantes de la prensa escrita cubana.

A eso de las 7:30 a.m. ya ocupábamos asientos en el pequeño avión. El tiempo estaba tranquilo y la travesía se hizo sin sobresaltos. El asombro llegó cuando alguien dijo: “Ya vamos a aterrizar”. Miré por la ventanilla y no visualicé ni aeropuerto ni pista. El aparato descendía gradualmente y de pronto el tren de aterrizaje tocó tierra. Sí, tierra, pues la “pista” en Puerto Lempira era –y aún debe ser– un terraplén de tierra rojiza, y la terminal, un pequeño local sin paredes, donde sitúan el equipaje para que los viajeros lo recojan.

Nos esperaba el coordinador de la brigada médica cubana en el Departamento, un epidemiólogo espirituano, quien gentilmente nos llevó hasta un alojamiento que una organización religiosa nos ofreció, construido con madera y sobre pilotes para evitar el ascenso de las serpientes y también posibles inundaciones.

En el trayecto divisamos en lontananza la impresionante Laguna de Caratasca y apreciamos el notable contraste entre muchas pequeñas casas donde viven indios Misquitos y algunas suntuosas mansiones en las que residen, por lo general, adinerados estadounidenses y europeos matrimoniados con bellas mujeres indígenas.

El coordinador nos informó que gracias a la presencia de los colaboradores cubanos de la Salud el único hospital de Puerto Lempira, adonde acudían los residentes en las 31 aldeas de la municipalidad y de muchas otras de la extensa selva, tenía vitalidad. Allí estaban en ese momento especialistas en Cirugía, Medicina General Integral, Epidemiología, Ginecología y Obstetricia y Fisiatría. La doctora de esta última contaba con el apoyo de un técnico. Con ellos nos encontraríamos poco después.

(Continuará)

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