Con-ciencia de la música en salud

Con-ciencia de la música en salud

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Por Jorge Fiallo

Aunque se habla tanto de ruido, no es común pensar en sus efectos, unos irreversibles, y hasta mortales, juntando conciencia y ciencia (la general, las de la salud, la musical). Tarda fijar el saber metódico en el colectivo, por el factor subjetivo, que no todos sienten igual y hay quien cae en un círculo vicioso: volumen-sordera-más volumen y luego, por no saber, no reconoce en su resultado la línea positiva ascendente que todos queremos como destino. Ser culto, dijo Martí, es el único modo de ser libre. Pero vamos por partes.

El rótulo de ruido sonoro se aplica si rebasa cierta intensidad, sea música o no; pero más allá de su magnitud en decibeles, hay que ver su carácter como signo, si indica algo (el humo es índice de fuego, el estruendo del acabose…). Y la música contiene signos de amplio rango, que el compositor y el intérprete incorporan desde lo racional y lo emocional. Esa carga expresiva es lo que le dice al oyente, y afecta a aquel que no padezca patologías de la captación o del procesamiento del sonido en el cerebro.

Aunque la mayoría sospecha que la intensidad excesiva daña, no todos tienen igual percepción del riesgo sobre el asunto, ni similares hábitos al escuchar música. Para colmo los equipos caseros y el de algunos centros llegan a límites suicidas, pero no es frecuente que se valoren sus daños y perjuicios. No lo ven así ni fabricantes ni usuarios: unos añaden potencia para vender más, otros, aunque en realidad no se detengan a pensarlo (¿o sí?), para imponer en cualquier lugar una música sin la aprobación de los demás, y tal vez puedan sentir eso justificado por haber invertido tanto en su equipazo, así que ¡a explotar al máximo sus potencialidades!

Paradójicamente son pocos los que ven esas potencialidades con intención de optimizar, ecualizar, balancear planos sonoros o buscar el sonido más nítido para distinguir bien, para que la buena técnica los haga mejores oyentes. Nada de eso, que a menudo ni atienden la música, siguen en otra actividad, “escuchan” (¿?) desde otro lugar de la casa, y hasta fuera de ella.

En este último caso algunos proyectan al exterior sus potentes bafles (¿les molestarán dirigidos hacia adentro?), y ya no cabe alegar inocencia. Se pueden valorar hipótesis sobre tal conducta, con la desconsideración como constante, y lo antisocial de tan primitivo modo con que toman posesión del común espacio sonoro circundante como pendón de macho alfa (no siempre: hay casos que muestran otra inclinación o rol). Y está el deseo de revivir momentos de emoción intensa, alcohol incluido, comprimiendo en casa un sonido de entorno gigantesco, y el “surround” que agrega más confusión.

En El correo de la Unesco de julio de 1967 se refiere una regresión en la tasa de fecundidad de grupos de ratas expuestas a ruido intenso. En un reporte más actual de la musicóloga norteamericana Suzanne G. Cusick, La música como tortura / La música como arma (TRANS, Revista Transcultural de Música, 10, 2006), escribe sobre el impacto que le produjo saber del uso que hace su Gobierno de la música y el sonido en prácticas de interrogatorio de la CIA, la “tortura sin contacto”, además de la ejecución de comandos de batalla, para controlar multitudes o modificar comportamientos. Si se asombra, la propia musicóloga sugiere ampliar información en: http://www.atcsd.com.

Por encima de la mera individualidad (recordar que somos seres bio-psico-socioambientales), muchos ni lo piensan, pero el efecto del ruido hecho por los semejantes, el más molesto y el que produce más estrés, diluye componentes del tejido social como los niveles de solidaridad y la belleza que debe prevalecer en las relaciones humanas. Esto exige tratarlo con rigor, en el análisis y en las medidas a tomar desde la autoridad, no esperar por la respuesta solícita o molesta de los vecinos ebrios con su sonido retumbante.

No obstante, alguien pudiera dudar si el ruido es un peligro real para la salud y para la vida. El tema demanda la extensión y profundidad de un libro, que llevo en proceso (perdón por el autobombo), con título tentativo Con-ciencia de la música, para su difusión y consumo, dirigido por igual a quien decide qué música difunde y al que la consume sin pensar en sus efectos. Si envía sus opiniones sobre el abordaje que presento como artículos aislados de divulgación científica, puedo añadir allí las más originales, con su crédito.

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