Icono del sitio Trabajadores

Estados Unidos-Cuba ¿buena vecindad?

El 4 de marzo de 1933, al tomar posesión de la presidencia, Franklin Delano Roosevelt anunció oficialmente la política del “buen vecino”, con lo que presentaba un cambio en el discurso de aquel país. Después de una política exterior para la zona centroamericana y caribeña sobre la base del gran garrote y la diplomacia del dólar, con su secuela de más de treinta intervenciones militares, combinadas con controles de finanzas y aduanas, este anuncio presentaba una nueva imagen, lo que tenía una especial importancia para la Cuba de aquel momento, donde se desarrollaba una situación revolucionaria que llegaba a su momento climático.

En su investidura el nuevo presidente dijo:  “En el campo de la política mundial dedicaré esta nación a la política del buen vecino ─el vecino que resueltamente se respeta y, por eso, respeta los derechos de los otros– el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos.”[1] Esta postura se reiteró en los meses siguientes con insistencia, por lo que resulta obvio el interés en fijar en los receptores la idea del cambio de política que se iba a producir.

Un factor importante a tomar en cuenta para explicar la reiteración de la “buena vecindad” como política en el continente es el hecho de que ese año, en diciembre, tendría lugar la VII Conferencia Panamericana, en Montevideo, donde el tema de la intervención y el reclamo de rechazar el derecho a ella sería un punto clave de discusión, en un contexto complejo por demás, cuando la crisis económica mundial estaba en su peor momento y en el continente se producían un grupo de acontecimientos que retaban el dominio estadounidense en esta región, como el propio caso de la lucha revolucionaria en Cuba, o la de Sandino en Nicaragua, por citar ejemplos muy claros.

El 12 de abril de 1933, ante la Unión Panamericana en Washington, Roosevelt volvió a proclamar su intención de seguir con sus vecinos una política de respeto, así como la necesidad del reconocimiento de la independencia de las repúblicas. Esto se extendió a Cuba, cuando el secretario de Estado, Cordel Hull, dijo días después que su gobierno mantenía la política del su antecesor Stimson, quien había retomado la interpretación de Elihu Root de 1901, cuando trató de explicar a los cubanos que la Enmienda Platt no significaba intromisión en los asuntos cubanos, ante el rechazo que había provocado en el pueblo de Cuba la imposición de ese apéndice a la Constitución cubana. Hull se afiliaba a esa posición en sus declaraciones, pues argüía que no se influía donde había un gobierno estable que garantizara la vida y las propiedades de los ciudadanos.

En aquella coyuntura, cuando el gobierno de Gerardo Machado entraba en franca crisis, el gobierno rooseveltiano enviaba a su principal figura para la política continental, Benjamin Sumner Welles, como embajador a Cuba con la misión de mediar entre las fuerzas del gobierno y la oposición y con la aclaración explícita de que no podía darse una intervención militar. La llamada “mediación” trató infructuosamente de resolver el conflicto con arreglos entre los representantes de Machado y los de la oposición que se enrolaron en esa gestión, pero la fuerza de la lucha popular arrasó con esos intentos, primero llevando a Machado a la renuncia y, después, desalojando al gobierno encabezado por Carlos Manuel de Céspedes y Quesada impuesto por el mediador y sus acompañantes. Welles perdió el control de la situación momentáneamente, lo que era muy grave en la percepción norteña y de los grupos de poder en Cuba.

En diciembre de 1933, cuando se celebraba la conferencia panamericana, Estados Unidos enfrentaba una situación muy compleja en Cuba: un gobierno provisional que había quebrado el dominio político oligárquico y que no respondía a la Embajada estadounidense, estaba en el poder. Al margen de las contradicciones internas, de la falta de un programa común desde una proyección ideológica compartida, se trataba de un gobierno que de alguna manera desafiaba el dominio imperialista, por lo que la solución que se diera a ese conflicto sería muy importante para la credibilidad de la nueva política de “buen vecino”. Así lo reconocieron políticos norteamericanos de manera explícita.

La administración Roosevelt no reconoció el gobierno provisional cubano presidido por Ramón Grau San Martín ‒que tenía un consejo de secretarios heterogéneo, pero donde estaba una figura de indudable proyección revolucionaria como Antonio Guiteras‒ con lo que se iniciaba un aislamiento diplomático, aunque su Embajador continuó su estancia en Cuba donde se convirtió en el centro de la conspiración para restaurar el viejo poder. Además, rodeó a Cuba con 29 buques de guerra, lo cual significaba un bloqueo amenazante de gran fuerza. En medio de tal situación, se enarboló con insistencia la voluntad de negociar un nuevo tratado comercial y un nuevo tratado de relaciones, pero esto se haría condicionado al tipo de gobierno que existiera en Cuba. De todas formas, resultaba difícil explicar estas medidas dentro de la “buena vecindad”, por lo que, en una instrucción a sus misiones diplomáticas y consulares, se decía:

Este Gobierno, en vista de las condiciones de disturbios en Cuba, ha enviado barcos a ese país solamente como medida de precaución y no hay la perspectiva de intervenir o interferir en los asuntos internos de Cuba. Es nuestro deseo formal que los cubanos por sí solos resuelvan sus propias dificultades y que puedan formar un gobierno capaz de mantener el orden. Nosotros no hemos intentado, ni lo haremos, influir en los cubanos en cualquier manera, a escoger los individuos para el gobierno.[2]

Era vidente que no se quería mostrar una imagen interventora, pero se hablaba de que los cubanos pudieran “formar un gobierno capaz de mantener el orden”, lo que cuestionaba al existente en ese sentido. El 23 de noviembre, Roosevelt fue más directo al decir en lo que se conoce como. “Declaraciones de Warm Springs”:

[…] el reconocimiento por los Estados Unidos de un Gobierno en Cuba, supone, más que una medida ordinaria, soporte material y moral a ese Gobierno. Por esta razón, nosotros no hemos creído que sería una política de amistad y justicia al pueblo cubano, acordar el reconocimiento de ningún gobierno provisional en Cuba, a menos que tal Gobierno claramente poseyera el apoyo y la aprobación del pueblo de aquella República […] […] Nosotros hemos deseado comenzar negociaciones para una revisión del convenio comercial entre los dos países y para una modificación del Tratado Permanente entre Estados Unidos y Cuba […] No se hará ningún progreso a lo largo de estos propósitos hasta que exista en Cuba un Gobierno Provisional que con el apoyo popular y la cooperación general muestre evidencias de estabilidad genuinas.[3]

Era un verdadero llamado al derrocamiento del gobierno provisional en el marco de la “buena vecindad”. Sin embargo, en un discurso el 29 de diciembre ante la Fundación Woodrow Wilson, Roosevelt insistió en que su política era contraria a la intervención armada y en la VII Conferencia Panamericana, Cordel Hull presentó un discurso en el cual afirmaba la nueva política de respeto citando las palabras del Presidente en su toma de posesión.

En aquel cónclave se pretendió poner de ejemplo el caso de Cuba como no intervención norteamericana, ante lo cual el delegado cubano Ángel Alberto Giraudy, respondió:

Pero no es posible permanecer callado cuando se afirma que los Estados Unidos no quieren intervenir en Cuba, porque esto no es cierto (…) si no es intervención el consentir que en un pueblo inerme un representante de los Estados Unidos soliviante a parte del pueblo contra el gobierno; si no es intervención el consentir que el embajador Welles propicie una revolución en Cuba en contra de los intereses vitales del país (…), si no es intervención rodear la Isla inerme de una escuadra pavorosa para tratar de imponerle un gobierno que no queremos consentir, si eso no es intervención, entonces no hay intervención en América, señores delegados.

(…) en nombre del pueblo de Cuba, en nombre de la libertad sojuzgada, en nombre del derecho pisoteado, y en nombre de la virtud escarnecida, proclamo aquí que los Estados Unidos están interfiriendo en los problemas de Cuba, (…).[4]

Era un lenguaje muy diferente al habitual en los políticos cubanos. El 15 de enero siguiente se produjo el golpe de Estado que derrocó al gobierno provisional. El sustituto presidido por Carlos Mendieta fue reconocido por la administración Roosevelt el 23 de ese mes. El “buen vecino” no había realizado una intervención militar formal para resolver la situación, de acuerdo con el discurso que estructuró en aquel contexto; pero ¿no había empleado formas de intervención?

[1] http://www.presidency.ucsb.edu/ (consultado el 9 de septiembre de 2011).

[2] Benjamin Sumner Welles. Hora de decisión. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1941, p. 238

[3] Declaraciones de Warm Springs, en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1980, t. IV, Primera parte, pp. 525 y 526.

 

[4] Ibíd., p. 160  .

Compartir...
Salir de la versión móvil