39 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano: El documental, a la vanguardia

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La autora del documental, Lissette Orozco (en la foto) se acerca a su tía, Adriana Rivas.

Frank Padrón

El pacto de Adriana (Chile) es no solo un conmovedor alegato contra quienes colaboraron de la peor forma con la dictadura pinochetista en Chile sino una muestra de documental creativo y ajeno a las convenciones.

Su autora, Lissette Orozco, en este su primer filme, se acerca a su tía, Adriana Rivas, quien fuera secretaria personal de Manuel Contreras, segundo hombre del sangriento régimen. Pese a que todos los testimonios de colegas, analistas e incluso víctimas o familiares de estas, apuntan a ella no únicamente como agente de la siniestra Dina (policía secreta), sino como una de los más activos dentro de las torturas, la inculpada —quien desde el triunfo de la democracia se exilió en Australia y actualmente aún enfrenta un proceso de extradición ordenado por la Corte Suprema— persiste en negarlo todo y en ocultarse tras las habituales excusas de sus colegas desde el nazismo: solo ejecutaban órdenes, se ocupaban de labores de oficina, fueron confundidos con otros que sí participaron, y parecidos argumentos insostenibles.

Lo mejor, además de la seriedad investigativa y la veracidad y fuerza de los resultados es el método que emprende la directora: el filme es un perenne work in progress que incluye la propia evolución y toma de conciencia de Lisette quien logra, no sin dolor y esfuerzo, desvincularse afectivamente de sus lazos familiares (Ariadna, conocida familiarmente como La Chany, era la tía favorita de la realizadora cuando esta era una niña) en pro de que la verdad se imponga.

Manipulada hasta la desesperación por la pariente, Orozco va evolucionando en su percepción de personaje y hechos; participa ante cámara y exhibe los recursos para establecer nexos con los entrevistados.

De modo que la perspectiva metatextual del documental lo enriquece, como también lo hace la conseguida atmósfera de suspense que logra impregnar la narrativa, recubierta de una falsa “puesta en escena” que es solo el paso a paso de un filme que se va armando a la vez que exhibe ese proceso de construcción.

Otro aspecto a destacar es la posición transgeneracional que signa el diálogo entre cineasta y entrevistados incluido por supuesto el principal objeto de estudio: son varios los sujetos que desde sus diferencias etarias, políticas y socioculturales van analizando el (o los) tema (s) que, latentes o explícitos, van aflorando tal catófilas a medida que avanza la trama y que se adentran con profundidad en aquellos, incluso analistas de varias generaciones que ofrecen puntos de vistas diversos y así aportan a la comprensión del asunto, sobre todo para los no chilenos.

El pacto de Adriana es otro gesto reivindicador, un acto de justicia, una embestida contra la desmemoria y/o la indiferencia históricas.

Tras obtener el Premio de la Paz en el Berlinale, la obra no ha dejado de obtener reconocimientos en otros importantes festivales internacionales, como acaba de ocurrir en el nuestro, precisamente con el Coral en su categoría.

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