Mundos antagónicos, filmes sugerentes

Mundos antagónicos, filmes sugerentes

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Por Frank Padrón

No pocas obras del Festival traen entre otras angustias las de los trabajadores en el mundo contemporáneo, muy ligado a las diferencias sociales, aunque lo reflejan con diversos enfoques y también resultados artísticos.

El filme brasileño Plaça Paris de la veterana cineasta Lucia Murat (Qué bueno verte viva!, Casi hermanos, Brava gente brasileña, …) muestra la confluencia de dos mujeres radicalmente opuestas que trabajan en el mismo sitio (la universidad), pero en puestos muy diferentes: Gloria es negra, pobre y se desempeña como ascensorista; Camila, portuguesa que viene a Río a investigar en su profesión (sicoanálisis), es blanca, más joven y pertenece a la clase media. Solas, aunque con algún romance en sus vidas, estas se cruzan cuando la profesional atiende a la obrera, traumatizada desde niña bajo las acciones de un padre violador y un hermano narcotraficante ahora preso, y a quien visita sistemáticamente en la cárcel.

La cinta es elocuente en focalizar la diversidad entre paciente y especialista, sobre todo dejando claro que, pese a las apariencias de filantropía que la sicóloga intenta (de)mostrar, todo se esfuma cuando la otra irrumpe en su vida privada y el involucramiento parece amenazar su tranquilidad y sus privilegios. La soledad, la inseguridad y el estrés, sin embargo, afectan a ambos personajes, quienes se desarrollan en una ciudad no precisamente amable, con la cual la directora establece un paralelo, que deviene espacio semantizado.

Plaça Paris descuella por la notable caracterización, el acertado trazado del ambiente y la eficacia narrativa, que no solo nos mantiene atentos hasta el final sino que invita a la reflexión; otro mérito son las actuaciones, especialmente las de las dos mujeres: Grace Passó (Gloria) y Joana de Verona (Camila).

El documental El sitio de los sitios (República Dominicana, Natalia Cabral) se estructura sobre la base de las diferencias sociales en un mismo escenario, el cual no obstante revela abismales contrastes de clase.

En una hermosa playa coexisten: un grupo de trabajadores (negros, pobres) quienes mientras laboran conversan informalmente sobre sus vidas, relaciones, etc.; una imponente residencia donde una ociosa jovencita habla constantemente por su celular y se baña en la piscina, en tanto allí mismo una criada sueña con el status que no tiene al ojear revistas que le revelan hermosos lugares turísticos a los que no puede aspirar. El montaje paralelo en este “documental de puesta en escena” insiste justamente en el antagonismo de esos seres cercanos en el espacio y a la vez tan distantes en vidas, proyectos y clases sociales; pero lo que pudo generar un logrado medio o hasta cortometraje pierde síntesis y eficacia comunicativa al devenir largo, lastrado por innecesarias reiteraciones que terminan exponiendo lo mismo hasta el agotamiento.

Otro que agrupa en un mismo relato (en este caso de ficción, aunque con una estructura documental) mundos antagónicos que conviven es La soledad, ópera prima del venezolano Jorge Thielen Armand, quien junto con el también joven Rodrigo Michelangeli escribió el guion al filme que ya fue premiado dentro de su categoría en el Festival de Venezuela este año, y con otros tantos reconocimientos internacionales.

En una vetusta y abandonada mansión dentro de una villa que aporta el título de la cinta (aunque este contiene una connotación metafórica, dado el tema del filme) y donde según declaraciones, veraneaba la familia del cineasta cuando él era niño, se enfrentan representantes de dos clases: la alta, de otros tiempos, y la baja de ahora mismo, representando indistintamente antiguos dueños y “ocupas” descendientes de una anciana que fungiera como criada.

Ambos sin recursos, en el caso de los nuevos habitantes a quienes trata de desalojar la antigua dueña, sin trabajo ni perspectivas, La soledad alude a la difícil situación de la actualidad venezolana, aunque lo hace en sordina, sin explicitar su discurso. Antes bien, se concentra en la espacialidad, con el apoyo de una matizada fotografía, y mediante largos y expresivos planos que recorren también los contrastes que expresan los inmuebles, desde la arruinada pero aún espléndida mansión, gloria de viejos tiempos, al cuartucho miserable donde mal vive la pareja protagónica.

Aunque de ritmo lento, pero justo para conferir la asfixiante rutina, los sinsabores y la falta de horizontes, La soledad logra captar ese ambiente mediante la eficaz mezcla de recursos del cine de género (la búsqueda de tesoros escondidos) y de realismo mágico (ancestros, espíritus de esclavos). Para destacar asimismo: el trabajo de los actores, no profesionales, quienes son los protagonistas reales de la historia.

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