Encuentro de inmortales

Encuentro de inmortales

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Solo pudo ser una conversación de hermanos. La sostuvieron aquella madrugada del 30 de noviembre al primero de diciembre de hace un año. Fue corta, porque el tiempo ha sido largo desde que se conocieron en casa de María Antonia en el que Fidel le propuso venir, pero la imagino intensa, emotiva, profunda, también llana, franca… Y en presente.

En una cueva pequeñísima, al calor de la llama eterna que se encendió para todos y también esta vez para Fidel, hablaron de los sueños y las realidades conquistadas. Allí en el Memorial, uno frente al otro, estuvieron como más les gustaba estar: de guerrilleros.

Hablaron bajito, despacio, como en susurros. Uno con el dejo del Sur, el otro mirando recto y hacia el horizonte. Los dos indeclinables en sus posiciones de principios. Los dos invencibles.

La primera frase la puedo imaginar: Aquí estoy Che, contigo, por siempre, Hasta la Victoria. “Gracias, por tu ejemplo, por tu vida, por tu historia…” Tengo casi la convicción de que este fue el momento en que el Che le reprocha haberle construido el monumento, y sé que Fidel lo convenció de que no fue él sino el pueblo, que era necesario perpetuarlo como legado para la humanidad, porque él es un ser extraordinario que convoca al mundo a lo justo.

Evocaron lo vivido. Fidel reconoció que vio en él al hombre que necesitaba para emprender el proyecto cubano porque tenía “virtudes que raras veces aparecen juntas”.

El Guerrillero Heroico se rió a lo argentino y recordó las primeras veces en que los expedicionarios del Granma comenzaron a llamarlo Che y reconoció que encontró en el ofrecimiento la oportunidad para agrandar su sentido aventurero. Fidel aclaró enfático: Pero esta vez “de los que ponen el pellejo a las balas para defender las verdades”.

Hablaron del día en que lo convirtió en el primer Comandante de Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, de su vergüenza por ostentar ese grado y no ser en aquel momento cubano. Conversaron de la unidad conquistada, de los que llegan hasta este recinto todos los días; y con ese humor fino que le caracterizó le dirá a Fidel que serán muchos más los que llegarán hasta la piedra eterna que en Santiago de Cuba, al lado de Martí, lo inmortaliza ya.

Platicaron de cómo han crecido los hijos, de los nietos, de cómo ha cambiado el mundo, de cómo África se libertó del Apartheid, del progreso de aquel Congo inmerso en la miseria por el que luchó, también de Nuestra América y de cómo Cuba ha sido la esperanza del mundo. Y aunque no se lo dijeron, “por modestia por no hablar de sí mismo”: Uno y otro son responsables absolutos de esos cambios, de ese devenir histórico, de esas conquistas.

Se intercambiaron mate y café. Fidel no permitió que hubiera humo de tabaco y ahí emprendió una explicación por el cuidado ambiental del mundo que el Che acató como una orden.

Afuera las melodías se dejaban escuchar, y aunque es sabido que ninguno de los dos tenían gran oído musical. El Che dijo: Esa canción dicen que es para mí, en una frase explica que fue una estrella quien me puso aquí, esa estrella eres tú, Fidel.

Fidel le contesta: hay corceles para ti, los agradecidos nos acompañan.

Fidel quiere llevarlo junto a Martí. El Che, gratifica la visita con un abrazo fuerte, energía para el próximo combate. Le apura para partir: el pueblo te espera.

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