La proeza de levantarse

La proeza de levantarse

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Jaronú es de esas tierras donde se vive por pasión. Pasión a los tuyos, a la esencia que te forma y a cada uno de los trozos de historia que te moldean. Es una mezcla de hombres de azúcar que llegaron desde diversos lares para asentarse y levantar un emporio cañero; es una suerte de esfuerzo lleno de sudor y de revolución.

Allí, más de 80 kilómetros al norte de la ciudad de Camagüey, en una ocasión le brindaron un cajón de limpiabotas a Jesús Menéndez, para que alzara su voz en defensa de los más humildes. Ocurrió durante su última visita al que por entonces se enorgullecía de ser el mayor ingenio del mundo; le quedaba poco por vivir.

La caña siempre ha sido el centro de vida en ese batey, incluso guió la edificación de su centro urbano. La distribución de las casas respondía a la posición social de los trabajadores del ingenio: la máxima distinción está en la vivienda del administrador, ubicada frente al parque, a la que rodeaban las de los especialistas y empleados de cierto rango. Más allá se levantaban la de los obreros con “contrato fijo” y los eventuales o simples macheteros.

La singularidad de ese conjunto, único en Cuba, y su “alto grado de conservación”, determinó que en 2011 recibiera la condición de Monumento Nacional.

Irma llegó y los vientos y la lluvia estuvieron a punto de arrancarle sus más valiosos atributos arquitectónicos. No obstante, hoy buena parte ya se ha recuperado, gracias al esfuerzo de muchos. Jaronú resurge de entre las cenizas, preservando su patrimonio, y regalando mejores condiciones a sus habitantes. Y todo, en tiempo récord.

Al rescate del patrimonio

Dicen quienes lo vivieron, que por casi nueve horas Irma se detuvo sobre esas tierras, con rachas que superaron los 200 kilómetros por hora. Muy pocos techos sobrevivieron en el pueblo y en el cercano central Brasil. También quedaron en tierra la mayoría de los árboles que por tantos años habían motivado el orgullo de los lugareños. Incluso cayeron las icónicas palmas del parque central, que habían sembrado los primeros pobladores del lugar.

“Jaronú es un batey tradicional, una joya de la arquitectura”, argumenta José Rodríguez Barrera, director de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC), una de las primeras entidades que se trasladó hasta la zona luego del desastre. “Irma afectó las cubiertas formadas con losas que se fabricaron en los Estados Unidos y las cuarterías, antiguos albergues para trabajadores, donde más estamos trabajando para convertirlas en unos apartamentos cómodos. Desgraciadamente los problemas económicos nos impiden emplear los materiales originales, pero apelamos a otros similares y rescatamos todo lo que se pueda”.

Según Rodríguez Barreras se trabaja en la recuperación con participación estatal y trabajadores por cuenta propia, pero los beneficios no se limitan a los elementos patrimoniales.

“También nos enfocamos en mejorar las condiciones de vida de los pobladores e iniciamos obras en el centro de elaboración, la funeraria y varias unidades de Salud Pública. Otras inversiones se destinan a un hogar del adulto mayor, un restaurante y una zona con wifi; aunque se extienden además, a las redes de servicios, como las de electricidad, agua y telecomunicaciones. Hay una voluntad de mirar hacia el futuro y mejorar las condiciones de vida de la población, a la vez que preservamos y divulgamos la historia local”.

Casi a las puertas de su primer siglo de vida y con una población que supera los 8 mil habitantes, Jaronú se halla cercana a un gran esplendor turístico, debido a su cercanía con los cayos de la costa norte camagüeyana. “Ante esa coyuntura tenemos el compromiso de preservar la identidad del territorio, vinculando patrimonio y vida”, señaló Rodríguez Barrera.

Ideas que crecieron

Enrique Sosa Nieves, secretario provincial del sindicato de Trabajadores Azucareros también fue uno de los primeros en llegar al Consejo Popular Jaronú. No se imaginaba tanta destrucción, pero “había que echar pa’ lante. Fui con varias UBPC y CPA para levantar facilidades temporales, una por cada unidad, y recuperar el central. Llegamos con la idea de hacer 56 casas, pero ese número ha aumentado por día, y si mañana quieren que construyamos más, lo hacemos”.

“Al principio, éramos alrededor de 600 trabajadores de AzCuba, de todas las industrias camagüeyanas, y de provincias como Granma y Santiago de Cuba. Vinimos con la idea de atender la caña que se había afectado bastante y traíamos además camiones, tractores y alzadoras para ayudar en la higienización del territorio. Pero era tanto lo que había que hacer que nos encargamos hasta de rectificar los datos de las afectaciones”, asegura Melba García González, directora adjunta de la Empresa Azucarera de Camagüey.

Los números resumían afectaciones en cerca del 90% de las viviendas; en Moscú, uno de los poblados cercanos al batey, solo quedaron en pie alrededor de 10 de las más de 200 casas que tenía. Hoy, ya no es el de antes, y se erige como Nuevo Moscú con cerca de 166 viviendas nuevas.

Melba organizó a sus hombres y formaron el contingente Eliseo Acosta. Las casas que erigen parten de un concepto novedoso:  tienen paredes de tablas de palma y techo de tejas de fibrocemento, pero sus baños son de mampostería, como medio de protección para las familias y sus bienes ante futuros eventos meteorológicos.

“Antes del ciclón, este era un lugar con bastante vegetación; las casas estaban disgregadas y no contaban con servicio de acueducto ni un buen voltaje eléctrico”, describe García González. “Ahora, Nuevo Moscú se urbaniza a partir de un diseño bien planificado, con un nuevo parque, una tienda de víveres y luminarias en las calles; para el futuro cercano se prevén servicios de telefonía pública”.

No son pocos los visitantes que han manifestado su asombro por lo que allí se ha logrado. Como dijera el reconocido intelectual español Ignacio Ramonet, durante una visita reciente, Nuevo Moscú “podría servir de ejemplo al mundo, de modelo a muchos países, que como Cuba sufren este tipo de catástrofes”. De ejemplo de apasionados y hombres que se levantan.

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