¿Feliz comunión?

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Daniel Martínez, periodista de Radio Reloj

Es el deporte cubano una verdadera factoría de campeones. En el planteamiento anterior no hay el más mínimo atisbo de chovinismo. Se trata de una realidad contundente y con cientos de ejemplos.

Nuestra tradición deportiva, al menos en los últimos 57 años, se ha esculpido desde la base. Ha sido imperfecta y a ratos necesitada de lúcidos retoques, pero, ¿qué obra humana no lo es?

En medio de tanto brío, esfuerzos y superación, existe una parcela, que a pesar de no estar descuidada por el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación merece un mayor grado de inflexión: el deporte entre los trabajadores.

Antes de que se disparen las alarmas, es justo aclarar que nuestra clase obrera tiene derecho a la práctica deportiva y que hay ejemplos que ilustran su quehacer; ahí están la Liga Azucarera de Béisbol y los torneos de sóftbol, entre otros.

A pesar de esas luces, son muchos los centros laborales donde semejante experiencia se desconoce. Es posible que la dinámica profesional de varios haga complicada la tarea, pero sería necesario recordar que en la sociedad moderna la actividad física no solo destierra el estrés y mejora la calidad de vida, también evita de cierta manera que la economía se resienta.

Sí, como lo lee. Un personal enfermo implica varios inconvenientes, como un mayor desembolso financiero dedicado a los servicios médicos. A eso se agrega que si la población laboral continúa envejeciendo sin recibir la dosis adecuada de relevos, la situación se tensa hacia niveles preocupantes. De ahí la necesidad de que el guion de la trama se perfeccione.

En la ya lejana década de los años 60 del siglo XX, el deporte felizmente asaltó fábricas y empresas. No solo en forma de equipos beisboleros, sino mediante gimnasias laborales que, además de romper por un rato con la rutina profesional, contribuían a mejorar la salud y robustecer los lazos de sociabilización entre trabajadores.

La experiencia, casi desaparecida, tal vez abrió caminos a otras prácticas de esparcimiento, pero arrinconó a una dinámica que siempre debió ser imprescindible. Es cierto que las autoridades deportivas, en conjunto con diversos organismos y sindicatos, han colocado gimnasios biosaludables para que la masa trabajadora, sin abandonar sus centros, se ejercite. También dentro de lo posible realizan copas y torneos.

Todo ello ratifica la idea de que no existe un divorcio entre el deporte y los trabajadores. Únicamente un pequeño extravío, que puede y debe deportarse en función de una feliz comunión, cuyo aroma permita respirar más que salud y bienestar, imperioso esfuerzo que la nación y su tejido social y económico agradecerán.

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