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El español Goyo Montero ha estrenado este fin de semana con Acosta Danza una obra inspirada en la música y en la poesía de Silvio Rodríguez, Imponderable, que pretende ser un retrato personalísimo de Cuba, su retrato… y probablemente el de no pocos de los espectadores, para los que este país no es simplemente la postal multicolor con tumbadoras, palmeras y ron.
Muy a tono con los días difíciles que vivimos, la pieza es oscura, dramática, intensa… sin llegar al pesimismo o la desesperanza absoluta.
Como las canciones de Silvio Rodríguez (algunas de las cuales el trovador grabó en su voz, habladas, y que son intervenidas musicalmente por Owen Belton para la banda sonora), la coreografía opera en varios niveles: siempre hay implicaciones que van más allá del sentido primigenio, elemental. Las metáforas como las capas de una cebolla.
Hay una carga emocional que compartirán los que conocen la creación de Silvio: habrá que ver cómo la asumen públicos menos enterados. Pero el planteamiento es dinámico: alternan ambientes disímiles, de marcada —aunque por instantes ardua— plasticidad. La iluminación, la música, el diseño espacial, la línea del movimiento… todo deviene entramado sólido, que evita lugares comunes y folclorismos trasnochados.
Nadie espere un ensayo concluyente sobre “la cubanidad”, más que respuestas en Imponderable hay dudas. Es una zambullida en ámbitos más íntimos y por momentos inefables de nuestro itinerario. Melancólico, paradójico, inquietante… el espíritu mismo de Silvio Rodríguez, que ha sabido aprehender Montero.
Los bailarines asumen la obra con notable compromiso. Aquí vale mucho (y quizás más que la mera armazón técnica) la expresividad del gesto.
La temporada Septiembre, que concluyó ayer domingo en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, presentó también otras obras del repertorio habitual de la compañía que dirige Carlos Acosta: El cruce sobre el Niágara (Marianela Boán), Belles Lettres (Justin Peck), Twelve (Jorge Crecis) y Nosotros (Beatriz García y Raúl Reinoso).
