El inolvidable Frank

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Fidel y Frank País durante la primera reunión de la Dirección Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, en la finca de Epifanio Díaz, campesino colaborador del Ejército Rebelde. Foto: Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado
Fidel y Frank País durante la primera reunión de la Dirección Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, en la finca de Epifanio Díaz, campesino colaborador del Ejército Rebelde. Foto: Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado

 

Por Eduardo Yasells Ferrer

El 30 de julio de 1957 fue asesinado en el Callejón del Muro, Santiago de Cuba, el jefe nacional de Acción del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, Frank País García. Junto a él cayó también baleado su compañero Raúl Pujol.

El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz destacó en una ocasión, sobre Julio Antonio Mella (1903-1929), ultimado en México a los 26 años de edad por secuaces del tirano Machado, cuánto había hecho en tan poco tiempo. Medía así el quehacer revolucionario del joven cofundador del primer Partido Comunista de Cuba.

Qué decir de la dimensión alcanzada por Frank País siendo tan joven. A los 17 años se proyectó como dirigente estudiantil de la Escuela Normal para Maestros y de la Federación Local de Centros de la Segunda Enseñanza en su ciudad natal, dentro de las condiciones de relativa legalidad permitida por la dictadura batistiana en algunos momentos; y en menos de tres años obró pacientemente como un orfebre para dar forma y vertebrar sucesivamente Decisión Guiteras, Acción Revolucionaria Oriental y Acción Nacional Revolucionaria, que puso al mando de Fidel cuando este fundó el MR-26 de Julio al mes siguiente de salir de prisión en mayo de 1955.

Frank cumplió su compromiso identificado con la idea estratégica de Fidel de reiniciar la lucha armada para derrocar a la tiranía e instaurar el poder revolucionario. Con ese propósito, encabezó el levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba en apoyo al desembarco de los expedicionarios del Granma, y luego fue artífice de la retaguardia segura de la columna guerrillera fundadora del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra con el envío de hombres, armas, medicamentos y otras provisiones; en ocasiones tomó parte personalmente en los trasiegos. Al referir estos hechos, Fidel expresó que “cuando se escriba la historia de esta etapa revolucionaria, en la portada tendrán que aparecer dos nombres: David y Norma” que eran los seudónimos de Frank y Celia Sánchez Manduley.

Por una de esas coincidencias históricas, que no es raro que ocurran, Frank nació el 7 de diciembre de 1934, a 38 años de la caída en combate del General Antonio Maceo Grajales en esa fecha de 1896. Frank profesó la fe cristiana bajo la influencia de sus padres, los españoles Francisco País Pesqueira y Rosario García Calviño, reverendo y empleada feligresa, respectivamente, de la Primera Iglesia Bautista. Cursó sus primeros estudios en una escuela religiosa y como joven activo de su congregación sobresalió, entre otros aspectos, por acompañar con el piano y el órgano al coro de la iglesia, mostrando fina sensibilidad poética y musical. Componía versos.

Lo conocí cuando estudiábamos el bachillerato, él un año más avanzado que el mío y primer expediente de su grupo. Quería ser arquitecto, aunque se decidió por el magisterio, no solo porque le gustaba, sino porque podría titularse en más breve tiempo para trabajar y ayudar a su madre viuda en el sostén de sus hermanos menores Agustín y Josué. Graduado de maestro, se desempeñó en el colegio El Salvador, y renunció a esa plaza pues Cuba lo necesitaba, según explicó en una carta. Ya entonces fungía como jefe del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba y era buscado por la jauría represiva. Doña Rosario, fuerte de carácter y valiente, lo estimulaba, pero como madre al fin estaba angustiada por los riesgos que corría el hijo mayor. Un día él la tomó por las manos y le dijo: “Alguien tiene que hacerlo. Yo tengo el deber de hacerlo”. Ella lo contó al antiguo maestro de Frank, y el religioso, persuasivo, le expresó: “Usted ni yo podemos hacer nada en este asunto. Lo de él es una decisión sopesada y madura”.

El joven cristiano, estudioso de las Sagradas Escrituras, de la obra martiana y de otros próceres independentistas, así como ávido lector de temas diversos, admiraba a Antonio Guiteras. Dio este nombre a la organización clandestina en sus inicios. De origen humilde, se situó del lado de los humildes. Fue uno de los principales divulgadores de La historia me absolverá, el Programa del Moncada.

Se internó en 1954 en el Realengo 18 para conocer la realidad en aquel escenario de luchas campesinas por la tierra. Comprendió y proyectó el trabajo con el movimiento obrero, cuidando la presencia de combatientes de esa extracción y de estudiantes en las filas de la organización, sin desdeñar la participación de pudientes, sobre todo de las capas medias. Aplicando principios básicos de la labor revolucionaria entre las masas, creó las secciones correspondientes, incluido el Movimiento de Resistencia Cívica.

Penetró con su pupila política la estructura y relaciones sociales de producción de la sociedad cubana, dándose perfecta cuenta de las causas de las injusticias y de lo que había que hacer en el poder. Lo expuso en carta a Fidel el 7 de julio de 1957, a menos de un mes de ser asesinado: “Es ya un hecho que el pueblo de Cuba no aspira al derrocamiento de un régimen o la sustitución de figuras, sino que aspira a cambios fundamentales en la estructura del país”.

No menoscababa su credo el creyente cuando empuñó el arma para matar, pues asumió por convicción la lucha como una necesidad frente a la violencia reaccionaria. No podía ver el crimen en silencio. Así lo decidió el 17 de abril de 1956, cuando supo que la Policía había tiroteado a los estudiantes a la salida de un juicio en la Audiencia y habían resultado heridos Paquito Cruz y Luis Orlando Pantoja. Salió esa noche con varios compañeros para hacer justicia, haciéndole varias bajas al enemigo.

Frank forjó su recia personalidad de soldado y jefe al asumir él mismo las misiones más arriesgadas y difíciles. Podía exigir así por el cumplimiento de sus órdenes. Intransigente en la defensa de los principios, no vacilaba en aplicar la justicia cuando era evidente una traición, deserción o apropiación indebida de armas, fondos u otros recursos adquiridos con mucho sacrificio por la organización.

Sus dos vocaciones más fuertes las constituían el magisterio y las fuerzas armadas que contribuyó a formar. Era educador en el aula y fuera de ella. Le preocupaban sobre todo los cuadros jóvenes surgidos en el curso de la lucha. Su concepción de la organización militar se aprecia con más relieve en sus actividades por el fortalecimiento del Ejército Rebelde, el intento de apertura del Segundo Frente Oriental en 1957 —plan que cristalizó en 1958, llevando su nombre, con la columna conducida por Raúl Castro— y la fundación de las Milicias, proyecto que no pudo ver realizado. De la visita de Frank a la Sierra Maestra habló el Comandante Che Guevara: “Nos dio una callada lección de disciplina al limpiar nuestras armas, que estaban bastante sucias”. En este mismo pasaje de la guerra revolucionaria lo retrató: “Sus ojos mostraban enseguida al hombre poseído por una causa, con fe en la misma, y además que ese hombre era un ser superior. Hoy se le llama el inolvidable Frank País, para mí que lo vi una vez es así”.

Frank marcó con su personalidad y proceder la historia del movimiento revolucionario clandestino contra la última tiranía batistiana. Como expresara el General de Ejército Raúl Castro Ruz, forjó uno de los mejores y más audaces destacamentos clandestinos de toda nuestra historia.

Su muerte fue un duro golpe. De tal modo lo percibió Fidel en la Sierra Maestra al conocer la infausta nueva: “Duele verlo así, ultimado en plena madurez, cuando estaba dándole a la Revolución lo mejor de sí mismo. No sospecha el pueblo de Cuba quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor”.

Su cadáver fue arrebatado al enemigo. Su sepelio, imponente, colosal. Vilma Espín Guillois, su muy cercana compañera de lucha, relató elocuentemente: “La ciudad entera se quedó vacía mientras se acumulaban más de 20 cuadras en apretada masa (…). Ese día Frank ganó la más grande de sus batallas (…). Me hice la idea de que sonreía”.

Yo estaba recluido en la cárcel de Boniato, en las inmediaciones de Santiago de Cuba, con unos 30 presos políticos, entre ellos compañeros encausados por intentar abrir el Segundo Frente Oriental. Aquella conmoción popular que derivó en una huelga general de corta duración, pero que sacudió a la dictadura, derribó las rejas de nuestras celdas para hacernos sentir junto al triunfante David.

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