Del techo hacia arriba

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Andrea Doimeadiós, Jonhatan Navarro y Enmanuel Galbán en una escena del filme. Foto: Cortesía Icaic

Frank Padrón

El más reciente estreno del cine cubano procede de una joven guionista y realizadora: Patricia Ramos, y se titula El techo. Egresada de la Escuela de Cine y TV de San Antonio de los Baños, a este, su primer largo de ficción le preceden dos atendibles cortos: Nana (2004) y El patio de mi casa (2007); en ambos, el espacio ocupa un lugar considerable dentro de las ideas que mueven los textos fílmicos: en el primer caso el complejo asunto del exilio y la permanencia se ofrece desde la perspectiva de dos niños que escuchan en un jardín; en el segundo, también un espacio abierto es peculiar escenario de labores domésticas (como el lavado de ropa que la protagonista emprende) y que a su vez las trascienden.

Con El techo, Patricia vuelve a semantizar el escenario de su acción, al punto de que este deviene todo un personaje: en elevadas azoteas del barrio habanero de Cayo Hueso tres amigos, dos varones y una muchacha, deciden armar una pizzería para mejorar su estatus de vida, pero sobre todo, allí empinan, cual papalotes, sus sueños y esperanzas.

La novel realizadora ha logrado ante todo conferir interés y pasión a una historia que se crece y desarrolla mediante conflictos que obedecen a la contemporaneidad cubana: los adolescentes protagónicos exhiben las carencias y falencias de muchos de nuestros coterráneos a esas edades, pero también su capacidad de resistir, de no renunciar, de ensayar cada día proyectos que los hagan trascender su entorno, de imaginar historias y fantasear, por lo cual es mucho más importante que el propio techo lo que se eleva sobre este, verdadera diana conceptual del filme.

Otros personajes enriquecen la espesura de la plataforma ideotemática, como ese padre de uno de los jóvenes que no se levanta de su cama o algunos de los vecinos que encargan pizzas solo fiadas, lo cual impide en buena medida la prosperidad del negocio, mientras focaliza una característica del cubano medio: la familiaridad, la solidaridad cotidiana y común.

Lo cual además alude a referentes conocidos como las famosas “pizzas voladoras” de la calle Infanta, que llegan a los clientes mediante una canasta conducida por una soga hasta la calle; mientras el nombre fictivo de la pizzería (Sicilia Valdés) parafrasea por supuesto a nuestra clásica novela decimonónica de Cirilo Villaverde y al destino añorado de uno de los muchachos que sueña con encontrar su parentesco en Italia.

Para esa referida fuerza que detenta en el filme la espacialidad, Ramos se ha apoyado en eficaces colaboradores, tales el director de fotografía Alan González (La profesora de inglés), quien se ha concentrado en reproducir la iluminación abierta, acorde con los presupuestos dramáticos que alimentan la narración, pero sin que ellos desbordaran ante los excesos solares que sobre todo en esa parte de La Habana podrían haber desequilibrado la propuesta imaginal.

No menor importancia diegética tienen los elementos sonoros, tanto el diseño de Angie Hernández que persiguió (y en buena medida consiguió) atrapar la peculiar “bulla” habanera, como la partitura sugerente, llena de propuestas sutiles en cada comentario, apoyados tanto en motivos cubanísimos como en elementos internacionales muy bien empleados a cargo de los experimentados músicos Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán.

Aunque pueden rastrearse antecedentes y referentes por su relato y ambientación, El techo es suficientemente original —hasta el punto que puede serlo el arte hoy día, ya se sabe— y proyecta una sana perspectiva más generacional, existencial y ontológica que política, sin que por supuesto renuncie a refractar, aunque sea así, oblicuamente, acuciantes realidades socioeconómicas.

En tanto las actuaciones, se anotan puntos en las caracterizaciones, por la frescura y a la vez autoridad que confieren a sus roles, Andrea Doimeadiós y Enmanuel Galbán; no así Jonhatan Navarro, quien pese a sus esfuerzos no logra conferir la frescura y espontaneidad que demanda el personaje.

El techo suma a su joven realizadora a la escasa lista de cineastas femeninas del patio, pero más allá del género, se trata de un filme notable en sí mismo, que admite lecturas y apreciaciones para enriquecer a cualquier espectador cubano o de cualquier sitio, más allá de nuestros peculiares techos y azoteas.

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