Sabemos aquilatar el valor de las ideas

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Hassan Pérez Casabona⃰

El Presidente de Cuba, Raúl Castro, despide a Barack Obama después de su visita a Cuba en marzo del 2016.
El Presidente de Cuba, Raúl Castro, despide a Barack Obama después de su visita a Cuba en marzo del 2016.

El 17 de diciembre del 2014 la opinión pública internacional se estremeció con los anuncios simultáneos, realizados por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, de comenzar una nueva etapa en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. En el más estricto apego a la verdad histórica, esa fue la voluntad de la dirección revolucionaria desde el triunfo de enero de 1959.

Bastaría para probarlo la revisión de las múltiples intervenciones que realizó Fidel durante su visita a esa nación, entre el 15 y el 27 de abril del propio año, en el que constituyó su segundo viaje al exterior, luego del que efectuó a Venezuela, apenas dos semanas más tarde de su entrada épica a La Habana, el 8 de enero.[1]

La élite política estadounidense, sin embargo, no aceptó que a escasas millas de su territorio se instaurara un proyecto sobre códigos diferentes a los preconizados por ellos, al tiempo que tampoco toleró que emergiera una experiencia que fracturaba el sistema de dominación interamericano impuesto por Wall Street a lo largo del siglo veinte. No podían perdonar, en otras palabras, el ejemplo que emanó de una alternativa no vista en el hemisferio y que se cimentó sobre la participación consciente del pueblo y sólidas bases culturales.

Desde entonces se apoyaron en los más variados instrumentos y estratagemas. En oportunidades prevaleció un enfoque en el que se entremezclaba la mano fuerte (que tiene como punta de lanza la compleja madeja que enhebra el bloqueo económico, comercial y financiero decretado oficialmente por Kennedy el 3 de febrero de 1962, aunque las sanciones comenzaron mucho antes, y las agresiones de toda índole puestas en práctica durante décadas)[2] con un tono más sutil (valiéndose en este caso de opciones más “refinadas” que transitaban desde el financiamiento a determinados programas e intercambios hasta un amplio abanico de opciones dentro de los contactos people to people) si bien ambas posiciones perseguían metas exactas: acabar con la Revolución Cubana y reinsertar a nuestro país en la órbita de naciones subordinadas a los designios de la Casa Blanca.

Lo cierto es que las dos posiciones –el garrote y la zanahoria- se estrellaron contra la resistencia heroica de un pueblo.[3] Lo mismo en los albores, cuando las presiones yanquis propiciaron que gobernantes de la región se plegaran a sus intereses, que años más tarde –convertidos en gigantes en cuanto a solidaridad y política exterior- la Mayor de las Antillas sorteó con éxito cada desafío, aunque ello implicó colosales sacrificios. La clave, dicho de manera breve, fue encarar con dignidad todos los valladares.

Volviendo a ese miércoles del 2014, que trascendió como el 17 D, la situación de Cuba  distaba del panorama imperante en los 60 de la centuria anterior. Ni éramos imberbes en ningún frente ni estábamos desamparados en el concierto internacional. El capital humano formado en todas las ramas de la creación (bajo la óptica de acercarnos al hombre nuevo que vaticinó el Che, capaz de superar las rémoras del capitalismo enajenante y consagrarse a la construcción de una sociedad erigida por otros valores) se convirtió en tesoro sumamente apreciado en cualquier latitud.

El primer mandatario afrodescendiente en el poderoso vecino tuvo el mérito de reconocer que el amplio arsenal de herramientas utilizadas no logró las aspiraciones supremas diseñadas contra nosotros, entendidas estas como eliminar el sistema político y desacreditarnos a escala global. El pueblo siguió participando con cotas impresionantes (desconocidas en otros lares) en elecciones y otras tareas y 191 países condenaron con energía por enésima ocasión al bloqueo, desde la sede neoyorquina de Naciones Unidas.

Santos y Timochenco suscriben el acuerdo de paz en La Habana. Junto a ellos, el presidente cubano Raúl Castro.
Santos y Timochenco suscriben el acuerdo de paz en La Habana. Junto a ellos, el presidente cubano Raúl Castro.

A ello habría que añadir, apelando a pocos ejemplos, la autoridad acrecentada para un proyecto tanto por el envío de sus doctores a combatir el ébola en el África Occidental como por la firma en su capital de la proclama de América Latina como Zona de Paz; la contribución decisiva a la resolución del conflicto colombiano (el más longevo en el área) o la celebración en su urbe emblemática -declarada como una de las maravillas universales contemporáneas- de la llamada reunión del milenio entre el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, el Papa Francisco, y el Patriarca Kirill, de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Un encuentro entre los máximos jerarcas de estas religiones no ocurría desde el año 1058.  Esos hechos era imposible continuar ignorándolos.

Al mismo tiempo, y es algo que lamentablemente algunos no aprecian en toda su significación, el presidente Obama hizo énfasis en que el restablecimiento de relaciones  diplomáticas era resultado solo de un cambio de métodos en el actuar de su gobierno, pero nunca del abandono de los objetivos cardinales con relación al archipiélago caribeño, los cuales se remontan en muchas de sus esencias a los Padres Fundadores de aquella nación.

“Creo que nada es más efectivo que los valores del modo de vida americano”, fue la raíz de lo que apuntó más de una vez por esos días.[4]  Dejaba claro así que le apostarían con potencia al encantamiento como carril principal, en aras de consumar sus viejas pretensiones.

Se trataba de acudir, en resumen, a lo que diferentes expertos denominan la “guerra cultural”, como fórmula en la que tienen cabida una amplia gama de opciones, algunas de las cuales no son asumidas como agresiones del adversario, incrementando estas las posibilidades de ser efectivas. [5]

Una precisión no puede quedar en el tintero: de este lado de la trinchera no estamos receptores pasivos, desprovistos de la capacidad de pensar y anonadados por el elixir imperial. De San Antonio a Maisí (es también una cuestión irrefutable) hay más de 1, 4 millones de graduados universitarios y una sociedad que aquilata en toda su dimensión el valor de los conocimientos y las ideas.

Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.  

Notas, citas y referencias bibliográficas.

[1] En el almuerzo ofrecido por la Asociación Americana de Editores de Periódicos, en el Hotel Statler, el 17 de abril de 1959, el líder cubano expresó: “Hay muchos intereses en las distintas naciones y muchas veces esos intereses están en conflicto, pero nuestras necesidades la única manera que podemos resolverlas sin discusión alguna, es defendiendo el derecho de los cubanos a mejorar su país y su propia situación.  Eso es lo que queremos que el pueblo norteamericano comprenda. ¿Significa eso que no le vayamos a comprar a Estados Unidos? Le vamos a comprar más a Estados Unidos, pero debemos comprar las cosas que más necesitamos y producir las cosas que podemos producir en Cuba. (…) Cuando alguien me preguntó si no veíamos a buscar dinero de qué manera podía Estados Unidos ayudarnos, contesté únicamente con un trato justo en materias económicas. En segundo lugar, con una comprensión justa y cabal, porque una comprensión justa y cabal es lo único que necesitamos”. Fidel Castro y los Estados Unidos. 90 discursos, intervenciones y reflexiones (Compilador: Abel Enrique González Santamaría), Ocean Sur, 2016, p. 14.

[2] La investigadora estadounidense Jane Franklin expresó sobre este momento, en su libro Cuba-Estados Unidos. Cronología de una historia, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales en el 2015, que: “La administración Kennedy anuncia un embargo total sobre el comercio con Cuba a partir del 7 de febrero. Desde la prohibición de las exportaciones (ver 19 de octubre de 1960), el embargo se volvió extraterritorial debido a las regulaciones que prohibieron reexportar a Cuba cualquier artículo o dato técnico producido en Estados Unidos. El Congreso decreta una ley que priva de la ayuda  norteamericana a todo país que “proporcione asistencia” al gobierno de Cuba”. Ed. Cit., p. 68.

[3] Para uno de los expertos en estos asuntos, a la hora de aproximarse a los factores que permitieron al presidente Obama actuar de modo diferente, hay que tener en cuenta que: “La política de dos carriles trataba de conciliar el aislamiento y las sanciones, con el aumento de la influencia por los denominados instrumentos blandos, como los viajes y las remesas, identificados también como ´diplomacia pueblo a pueblo´. Sin embargo, la práctica fue demostrando una contradicción  irreconciliable entre estos dos carriles, y lo peor es que desde la perspectiva norteamericana se hacía cada vez más evidente su fracaso: no se lograba derrocar al gobierno revolucionario y socialista”, a lo que añadió: “El aislamiento a Cuba impuesto por Estados Unidos con bastante éxito en la década de 1960, había acabado representando un desafío no solamente para su política hacia Cuba, sino también para las relaciones con América Latina y el sistema interamericano”.  Luis René Fernández Tabío: “Obama: ajustes en su política  hacia Cuba (2015-2016)”, en Revista de Estudios Estratégicos, No. 03-Primer Semestre de 2015, Centro de Investigaciones de Política Internacional, La Habana, pp. 59-60.

[4] Un especialista en la materia considera que: “Los componentes que se ensamblan como piedra angular del ´americanismo´ incluyen principios, valores, definiciones, que desde el proceso de formación de la nación se expresan en el pensamiento de los padres fundadores y en los documentos históricos que simbolizan la independencia y el surgimiento de los Estados Unidos: el rol mesiánico, la vocación expansionista, la convicción de ser un pueblo elegido, el fundamentalismo puritano, la ética protestante, el destino manifiesto, la consagración de la propiedad privada, la armonización entre los intereses individuales y el interés general, el mito sobre la igualdad de oportunidades, la certeza en el papel del mercado y la competencia como reguladores de todas las relaciones sociales, la complementación entre liberalismo y conservadurismo, el etnocentrismo y la convicción de que el estado requería ciertos límites en su actuación social”.  Jorge Hernández Martínez: Estados Unidos, hegemonía, seguridad nacional y cultura política, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 86-87.

[5] En su intervención en el X Congreso Internacional de Educación Superior Universidad 2016, Abel Prieto Jiménez explicó que: “Estamos todos, incluso los cubanos, por supuesto, asediados diariamente por esa avalancha de subproductos culturales, cuyos propósitos básicos son al parecer vender y divertir; aunque es evidente que traen consigo una carga de valores altamente tóxicos: consumismo, violencia, racismo, exaltación de la imagen y los hábitos de los colonizadores, una competitividad feroz, la promoción de la ley del más fuerte, el culto fanático a la tecnología en sí misma (más allá de su utilidad y del sentido ético) la tergiversación de la historia o su disolución en una amnesia inducida”. Citado por Ernesto Limia Díaz en su libro, Cuba ¿fin de la Historia?, Ocean Sur, 2017, p. 91

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