El poder narrativo de Eduardo Muñoz Bach

El poder narrativo de Eduardo Muñoz Bach

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Cartel El Bohío, de Eduardo Muñoz Bach.
Cartel El Bohío, de Eduardo Muñoz Bach.

 

A lo largo de la historia, la visualidad, comprendida desde el arte, siempre ha sido un reflejo del alma, esa condición innata y emancipadora que captura de golpe, como quien busca exorcizar los demonios que llevamos dentro, la atención y la psiquis humana. Ya sea desde la pintura, el cartel, la escultura o la fotografía, lo cierto es que existe un placer exquisito en el hecho de identificarte con cierta imagen. Es como si allí hubiese una parte de ti, una verdad ineludible a tu ser. En Cuba, el cartel posee una amplia y sólida trayectoria, como símbolo distintivo y representativo de diferentes momentos históricos. Si se habla de la cartelística cubana fulgura un referente de todos los tiempos, Eduardo Muñoz Bach.

Nacido en Valencia, a los seis años por circunstancias de la Guerra Civil Española, sus padres deciden emigrar a La Habana, luego de haber vivido en Marsella, Antillas Francesas y Santo Domingo. La infancia transcurre sin apenas indicio de vocación artística alguna. Dibuja, como cualquier niño, pero el don siguió callado, en espera, hasta la adolescencia, cuando decide abandonar el bachillerato para trabajar en el Departamento de Publicidad de la CMQ haciendo ilustraciones y caricaturas para televisión. Llega el año 1961 y con ello el inicio de una prolífera carrera con el cartel de la película Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea.

Sobre esta primera obra, el diseñador Héctor Villaverde publica en el Diario de Xalapa: “Curiosamente en este primer cartel, que realizó a solicitud del propio Gutiérrez Alea, el autor utiliza una foto en blanco y negro de una escena del filme impresa en offset, algo que no repetirá nunca más en su producción. Su estilo es lo más distante del realismo fotográfico que podamos imaginar, su personal uso del color extrae todas las posibilidades que permite la técnica de la serigrafía (…) Ofrece en cada cartel su reinterpretación propia del filme y finalmente su nueva versión llena de encanto y fantasía”.

Su técnica era inconfundible. El maná (1960) La prensa seria (1960), El tiburón y las sardinas (1962), o Cuba sí Yanquis no (1963) son portadores de sugerentes trazos. La amplia gama cromática, el dominio pleno de la ilustración y la utilización del humor dan fe de creaciones que van más allá del mero acto de representación de una imagen, a ser portador de un discurso narrativo donde la historia resulta protagonista.

La ilustración de libros infantiles también cobró relevancia en su haber. Es posible contemplar allí dosis de ingenuidad, fusionada con desenfadado humor y sátira inteligente, máximas de su inquietante personalidad.

Gracias a su valiosa impronta fue merecedor de varios lauros, anhelados por cualquier diseñador: Concurso Internacional de Carteles de Cine en el Festival Internacional de Cine, Cannes, Francia (1973); Gran Premio Internacional de Carteles de Cine en el primer Festival Internacional Cinematográfico, París (1975) y el Concurso Internacional de Carteles de Cine, Ottawa (1972).

Autor de casi mil carteles realizados con auténtico oficio, lo distingue además su estilo ajeno al realismo fotográfico, se aparta de las producciones comerciales predominantes en los cincuenta y pone su ingenio a disposición de la inspiración, el encanto y la fantasía.

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