Cartas que no se extraviaron

Cartas que no se extraviaron

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Leer cartas nunca dejará de ser una experiencia insospechada. Es incuestionable que quienes se aventuren en la lectura de esos textos, llegarán a descubrir un universo de realidades y sueños, de sentimientos y actitudes, de angustias y desvelos, de inimaginable alcance y trascendencia.

La absoluta certeza de tal juicio, podrá ser comprobada a través de la correspondencia agrupada en el volumen titulado Cartas que no se extraviaron (Ediciones Loynaz, 2016, 200 pp), que reúne casi un centenar de misivas remitidas por la poeta y narradora cubana Dulce María Loynaz a lo largo de varias décadas.

En una primera sección del volumen, se han recopilado 45 textos, fechados entre los años 1932 y 1942, y enviados por la autora, entre otros reconocidos intelectuales de la época, a Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, José María Chacón y Calvo, Emilio Ballagas y Virgilio Piñera.

Son cartas reveladoras, que contribuyen, indudablemente, a descubrir la personalidad de la escritora, como es fácil de advertir en esta misiva dirigida a la maestra Renée Potts, autora de algunos libros de poemas para niños, creados durante su largo ejercicio del magisterio. 

A Renée Potts, 1937

He recibido su libro: Es delicado como pocos libros. Es más fácil de leer que muchos libros y estoy contenta de haberlo leído.

Eso es lo que le digo, pues no sé hacer juicios literarios; casi no sé hacer nada. Ahora creo que sé comprender la ternura de lo que usted escribe y de lo que dibuja.

Y gracias por todo.

Suya

Dulce María Loynaz

En la segunda sección de Cartas que no se extraviaron, se incluyen 47 textos, todos dirigidos por Dulce María Loynaz, desde  1971 y hasta 1991, al periodista e investigador pinareño Aldo Martínez Malo quien, por cierto firma el texto que, a manera de prólogo, presenta esta compilación.

«Por estas páginas –comenta Martínez Malo– pasan nombres, a los que ataca o define con sutil ironía. Puede estarse o no de acuerdo con sus opiniones y planteamientos (yo soy el primero que discrepo en más de un aspecto) pero su ética no puede mover a dudas ni reproches».

Antes de Cartas que no se extraviaron –aparecido por vez primera en 1997–, ya se había publicado, bajo el sello de la Editorial Gente Nueva y de Ediciones Loynaz, en el año 1994, el libro Cartas a Julio Orlando, con la insólita correspondencia que sostuvo la escritora, en los años setenta y ochenta de la pasada centuria, con un niño de apenas seis años.

Ambos volúmenes enriquecen, indudablemente, la bibliografía de Dulce María Loynaz (La Habana, 1902-1997), en que aparecen títulos como el cuaderno de versos Poemas sin nombre, la novela Jardín, las memorias Fe de vida y el libro de viajes Un verano en Tenerife. 

Leer –o volver a leer– estas Cartas que no se extraviaron permitirá no solo descubrir el mundo íntimo de la única cubana en recibir la más alta distinción de las letras hispanas, el Premio Cervantes. Porque mediante estas misivas se podrá, igualmente, conocer de las realidades, problemáticas y angustias de una época y de algunos de sus protagonistas.

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