Reparando imposibles

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Fueron cerca de 20 días de dudas, de inquietud. Nada era seguro, solo la posibilidad amenazante de que la UEB Raúl Cepero Bonilla —la Empacadora, como la conocen todos los camagüeyanos— tuviera que parar sus máquinas. La razón no podía ser más inapelable: sus casi 90 años de existencia parecían haberle caído, como un peso insostenible, encima.

Reparando imposibles
Daniel muestra la parte de la caldera que tuvo que reinventar para echarla andar.Foto: De la autora

 

Todo sucedió en solo unos días, a mediados del 2011. La caldera se había detenido, las paredes y pisos pedían a gritos un cambio, cada espacio reclamaba atención. Pero los hospitales, las escuelas, las empresas, los ciudadanos de a pie… todos esperaban por las elaboraciones que allí se debían producir. Y nadie entendía de viejas máquinas rotas y sin repuesto.

Manos a la obra

A Daniel Barrameda Tudurí no le da pena reconocer que tuvo que “inventar” para salir airoso. No había otra opción que la de innovar para lidiar con aquella vieja caldera cubano-búlgara, que tuvo que reconstruir casi desde cero, para asegurarle a la Cepero Bonilla su corazón.

“Nos dimos a la tarea de recuperarla —recuerda Barrameda— pero necesitaba un quemador. Averiguamos si podíamos adaptar otro, pero era muy grande, por lo que con cintas para medir y palos me tiré en el suelo a sacar cuentas, ver el sistema de aire y la combustión para construir un pedazo más pequeño que permitiera dar mantenimiento luego”.

Fueron 23 días de incertidumbre que no debían repetirse otra vez. Por eso, luego de superarlos, los 350 trabajadores de la industria se trazaron un plan: repararla y evitar, al máximo, posibles roturas.

“Para este mantenimiento, que se ha extendido desde entonces, nunca contratamos a ninguna empresa, nosotros mismos compramos pintura, rodamientos, elementos para pisos y cuanto fuera necesario. Pero todo lo reparamos con recurso humano nuestro”, asegura Milene Rodríguez Suárez, directora de la Empacadora.

“A toda la industria le pasamos la mano —continúa— y logramos declarar eficiente la caldera, que hoy es automática. Esta es una fábrica de 1928 que funciona gracias a nuestros innovadores, que se pasan el día inventando y revisando los molinos, las embutidoras… para que nada se detenga”.

Beneficio de un trabajo

Además de poner en marcha la UEB, Daniel, junto al equipo de mantenimiento, evitó un gasto cercano a los 20 mil pesos, elemento muy reconocido en su centro laboral, pero con poca repercusión, para él, a nivel de provincia en los encuentros de innovadores.

Desde el 2015 los planes se han cumplido y sobrecumplido y la calidad, el tema esencial para la población, se ha mantenido. “Hoy se habla mucho con los trabajadores, y establecimos que cada seis meses se revisen las partes esenciales de la fábrica. Todo eso está incluido en el plan, pues lo lógico es que garanticemos producción y calidad. Nos esmeramos con la optimización de la materia prima”, aseveró Rodríguez Suárez.

La planta cuenta con un laboratorio de calidad en el cual “se realizan análisis sensoriales y físicoquímicos, no así los de microbiología que son contratados con la Oficina Nacional de Inspección Estatal, y a través de una ficha descriptiva los catadores declaran las producciones para consumo humano”, explica Bárbaro Agüero Acosta, jefe del Departamento de Control de Calidad.

Tanto “cuidado” no resulta superfluo, con la posibilidad tangible de gestionar directamente sus ventas en divisas ahora que contarán con su propia gestora de ventas. Por eso, persisten en sus cotidianas batallas con calderas, peladoras y otras máquinas que hace tiempo debieron haberse descontinuado. En la Empacadora, nadie cree en imposibles.

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