¡¿Carambola, dónde queda eso?! Fue lo primero que me vino a la mente cuando escuché la historia de Omaira Scott Alfaro (Mayi), una mujer de este sitio apartado de la geografía artemiseña, que ha logrado —más con amor que con sabiduría— transformar el entorno donde vive para bien de la comunidad.
No residía al pie de la montaña, pero amanecía allí casi todos los días. Así fue enamorándose de las bondades de la serranía, de su gente y de sus ricas tradiciones, donde no faltan las historias de esclavos y mambises, ni tampoco las del primer ingenio que existió en la zona.
Para este lugar se mudó a fines de febrero del 2008 y ya a principio de abril estaba rodeada de niños en su casa (aún sin condiciones). Confiaba en que si los pequeños se entusiasmaban, padres y abuelos también se sumarían y apoyarían cuanta iniciativa surgiera para no dejar morir las tradiciones.
Ese fue el comienzo. Desde entonces, la promotora sociocultural —graduada en la Casa de Cultura Enrique Jorrín, de la localidad— multiplicó el empeño que venía realizando, cuando muchas veces en su quehacer cotidiano caminaba alrededor de 15 o 20 kilómetros dentro del lomerío; en ocasiones sola y en otras en compañía de algún compañero del consejo popular premontaña del municipio de Candelaria, provincia de Artemisa, donde se ubica Carambola.
Hasta allá partió con una de sus hijos. “En ese entonces —comentó— la niña contaba con apenas 11 años y en la actualidad tiene 21 y se ha convertido en mi principal colaboradora”. Mayi no tuvo reparos para enfrentar parajes de difícil acceso y dejar atrás a casi toda su familia, incluidos tres de sus descendientes.
Su anhelo era vivir aquí, rodeada de una naturaleza pródiga, en una tierra rica en cultivos, frutales, y contribuir de alguna manera en el rescate y la conservación de prácticas y costumbres de las familias campesinas de la zona.
Con el apoyo de otros organismos e instituciones ella ha propiciado que muchos vecinos —unos viven cerca, otros lejos— participen en las actividades, las cuales se organizan teniendo en cuenta las diferentes edades y, por tanto, necesidades e intereses.
De este modo, el proyecto comunitario La Montaña y yo, que Mayi lleva adelante como su fruto más inspirador, promociona diversas manifestaciones artísticas, entre estas la décima, la música popular tradicional, la artesanía, el vestuario, las artes plásticas y culinarias, “porque la comida también nos identifica”, enfatizó.
A unos años de haber materializado su sueño, hoy esta mujer de la serranía se siente feliz, pues la gente asiste al Patio, aunque deba vencer la distancia de varios kilómetros. Lo más importante —aseguró— es que a partir de un diagnóstico hemos podido influir en la problemática sociocultural de la zona: jóvenes desvinculados del estudio y del trabajo, niveles altos de alcoholismo, violencia intrafamiliar y comunitaria, entre otros.
“El trabajo con (y sobre) la mujer me encanta, tengo que ver mucho con eso, pues sé de la dedicación de ella al hogar, al esposo, a los hijos, al trabajo, a toda esa población que ella es capaz de movilizar y transformar, porque las cubanas son un paradigma.
“Ser negra, además, en una sociedad como la nuestra es ser dichosa. La Revolución nos dio la posibilidad de estudiar y de participar en cualquier escenario sin ningún tipo de barreras. ¡Míreme a mí, soy un buen ejemplo, con 56 años y aún me queda mucho por hacer!”, sentenció.