El presidente Céspedes: su trágico final

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El 27 de febrero de 1874, a poco más de 5 años, después del levantamiento armado en Demajagua contra la dominación colonial, cae en desigual combate contra fuerzas españolas el padre fundador de la nación cubana, Carlos Manuel de Céspedes del Castillo.

El presidente Céspedes: su trágico final
Carlos Manuel de Céspedes del Castillo

 

Estaba próximo a cumplir 55 años y los rigores de la guerra dejaban sus huellas. En 1871, en carta a su esposa, Ana de Quesada, le contó: “Estoy muy delgado: la barba casi blanca y el pelo no le va la zaga. Aunque no fuertes, padezco [de] frecuentes dolores de cabeza. En cambio estoy libre de llagas y calenturas. Todo no ha de ser rigor. La ropa se lava sin almidón: de consiguiente no se plancha, no se hace más que estirarla para ponérsela”. Dos años después, en enero de 1873, le describió a ella, con fino humor, el impacto que sobre su físico causaban los rigores de la campaña: “Con ese atavío y con mi larga y espesa cabellera cenicienta (…) solo me falta el casco y la cota de malla para parecerme [a] un cruzado en camino de Jerusalén”.

La muerte del “presidente viejo”, como lo llamaba el pueblo humilde, aconteció luego de ser depuesto por la Cámara de Representantes de la República de Cuba de su cargo de presidente. Era el 27 de octubre de 1873, y desde esa fecha infausta comenzó a desbrozarse el camino que llevaría a la insurrección mambisa al Pacto del Zanjón, en 1878. El acto de deposición se ejercía contra el alma del levantamiento y una de las figuras que más trabajó por el logro de la unidad revolucionaria. De su histórica posición unitaria en la Asamblea de Guáimaro, José Martí advirtió:

“(…) hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y Oriente. Aquella había tomado la forma republicana; esta la militar. Céspedes se plegó a la forma del Centro. No lo creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio –lo que nadie sacrifica– (…) los dos tenían razón; pero en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente”.

Pero conflictos de diversa índole, desde políticos hasta personales, fueron fraguando el fatal desenlace y en el interior del órgano legislativo de la revolución se tramaba la conjura contra el presidente. En carta a su esposa, el 23 de diciembre de 1870, le revelaba: “Dicen que la Cámara trata de reunirse en Jericó y como de costumbre se corre que es con el objeto de deponerme para lo cual están dando pasos los enemigos de nuestra tranquilidad”.

Las hostilidades contra Céspedes no concluyeron con la deposición. Dos días después de aquel acto le fue retirada la escolta e incorporada al ejército. Al iniciador de la contienda independentista se le obligó entonces a permanecer en la residencia del gobierno, mientras se resolvían los trámites del ejecutivo de hacerse cargo de los archivos y demás dependencias; disposición que se le hizo llegar.

Esta obligación fue cuestionada por el Padre de la Patria en dos cartas a Cisneros Betancourt, el 2 y el 9 de noviembre, apoyándose en una ley aprobada en la Cámara el 25 de diciembre de 1869, en la que, entre otros asuntos, expuso lo siguiente:

“(…) no siendo un funcionario público, no teniendo carácter militar, siendo un simple ciudadano de un país libre, creía estar en aptitud [de] establecerme donde convenía a mis intereses y a ello me disponía cuando recibí la orden del Secretario del Interior para permanecer en la residencia del gobierno (…) era mi propósito trasladarme donde moraba el coronel Juan Cintra Domínguez, el cual tenía una pequeña fuerza destinada a mi servicio especial que serviría para resguardarme (…) signifiqué mi deseo [de] pasar al extranjero, en aquel punto estaba más al tanto de poderlo practicar y poder recibir correspondencia de mi familia”. La principal demanda de Céspedes a su sustituto en condición interina, Salvador Cisneros Betancourt, y al secretario de la guerra Félix Figueredo, fue que lo dejaran en libertad de movimiento y el escoger el lugar donde residir en espera del salvoconducto para salir legalmente del país y “marchar al extranjero donde quizás seré de alguna utilidad a la patria. Será un nuevo cáliz que tenga que apurar; pero al menos mis huesos volverán a descansar en mi amada Cuba”. Llegó a San Lorenzo el 23 de enero de 1874, a las 8:30 de la mañana, acompañado por su hijo Carlitos, y se alojó en la finca del prefecto José Lacret Morlot. El 17 de febrero aún no se le había entregado el pasaporte.

El presidente Céspedes: su trágico final
Levantamiento armado en Demajagua

 

El mando español sabía de la deposición de Céspedes y de sus conflictos internos con los miembros de la Cámara, asuntos que en no pocas ocasiones daban a conocer en la Gaceta de la Habana; por ello no es de extrañar que estuvieran tras el rastro del hombre que había levantado en armas a las fuerzas patrióticas de Cuba.

Los acontecimientos, según el informe rendido por el mayor general Calixto García Íñiguez al secretario de la guerra sobre la investigación llevada a cabo por el mayor general Manuel Calvar, señalaba que su hijo, el coronel Céspedes de Quesada, le dio la siguiente información: “que el Presidente había ido después de almuerzo a visitar una familia vecina, cuya casa estaba a vista de aquella en que residía y contra su costumbre dejó de llevar a su asistente Pavón que lo acompañaba siempre que no lo hacía él o el Prefecto Lacret”.

Pasado el mediodía tuvo lugar el asalto. Céspedes fue sorprendido por dos partes: “(…) de modo que cuando quiso correr en su auxilio, no le fue posible porque un ala del enemigo le interceptó el paso escapando milagrosamente”. El informe añade “que la columna que atacó a San Lorenzo, vino por la costa, burlando la vigilancia del cordón, que por su orden [de Calixto] se había colocado con el objeto de guardar la residencia de Carlos Manuel de Céspedes”.

En estas circunstancias cayó el hombre que levantó las banderas de la independencia de la patria y de la abolición de la esclavitud. El 17 de febrero, escribió la que sería la última carta a su esposa, en la que terminaba con un juicio premonitorio: “Dale un millón de besos a mis adorados hijos [que no llegó a conocer]. Haz presente mis afectuosos recuerdos a toda la familia y mientras otra cosa dispone la fortuna, mi vida es tuya”.

La fortuna dispuso el desenlace fatal y el golpe de San Lorenzo para su familia y para la lucha independentista. Al referirse a la trascendencia de la deposición, el general mambí Enrique Collazo afirmaba: “La deposición de Céspedes es el hecho culminante de la revolución Cubana y el punto de partida de nuestras desventuras (…)”.

Con su muerte, quedó allanado el camino, los conflictos que, si bien no nacieron en Bijagual ni en San Lorenzo, asumieron dimensiones políticas que no obstante la marcha arrolladora de las fuerzas mambisas entre 1875 y 1876, obstaculizaron e impidieron el triunfo de las armas cubanas hasta concluir en la firma de un pacto sin independencia. Quedaba, eso sí, el ejemplo del hombre de Demajagua y de Yara, su voluntad, tan admirado por Martí, de levantarse por encima de cualquier incomprensión para hacer patria.

Bibliografía consultada:

ANC: Fondo Academia de la Historia. Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo: Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1974.

Céspedes, Carlos Manuel: Cartas a su esposa, Instituto de Historia, La Habana, 1964.

Martí, José: Obras Completas, tomos 4-22, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975.

Enrique Collazo: Desde Yara hasta el Zanjón, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1990.

Diario Perdido, Ediciones Boloña, La Habana, 1998.

Diario de Campaña de Máximo Gómez, Instituto Cubano del libro, La Habana, 1868.

* Investigador del Instituto de Historia de Cuba.

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