¿Pero se mueve?

¿Pero se mueve?

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Por Luis Mario Rodríguez Suñol

Soy un cuerpo estático en el universo. Ahora mismo Einstein debe estar revolcándose en su tumba, o en su urna. Ahora mismo nada es relativo. Soy yo contra el movimiento. Todo gira a mi alrededor, literalmente, y yo sigo aquí, en el mismo lugar y sin la misma gente.

La escena es costumbrista, cíclica, monótona. Necesito llegar temprano al trabajo y el ómnibus Diana pasó sobrecargado de “flechas”. Ni siquiera este cuerpo ondulado, escuálido y flexible pudo hacer blanco. Para colmo, en la soledad de mi cartera cohabita, holgadamente, mi “guevariano” billete de la suerte. Sin alternativas al movimiento, recurro a mis habilidades gestuales o a mi capacidad creativa con el cristal: voy a “hacer señas”, o lo que resulta igual, “hacer botella”.

Esta acción, común en la cotidianidad del cubano “de a pie”, es un elemento que nos singulariza. No conozco ningún país del mundo (es cierto, no lo conozco) que tenga en esta práctica una metodología tan original como la nuestra. Para “hacer señas”, con resultados de traslación, por supuesto, se precisa talento. Yo, que generalmente rompo récord en la espera de un buen chofer que me recoja, he acumulado cierta experiencia en la observación de este fenómeno.

Primero, se asume la postura inicial: brazo perpendicular al torso, formando un ángulo de 90 grados. Luego, miramos fijamente al chofer en la medida que se acerca. En pocos segundos, establecemos una compleja comunicación. Muchas pueden ser las respuestas gestuales. Dedo índice señalando hacia el frente: “Voy hasta allí” (siempre he pensado que “allí” es un parqueo). Mano con la palma hacia arriba y dedos verticales: “Voy lleno” (en ocasiones de aire). Están los que responden con la aceleración del vehículo; otros, con el suspenso; los que categóricamente te dicen que no y, desde luego, en su mínima expresión, los que te recogen.

No son pocos los que como yo integran cada día ese grupo de acólitos anónimos que se aferran a “la botella”. A veces, muchas veces, la solución es agarrar el P2, esas dos piernas que subestiman cualquier distancia y se escudan en el argumento de que el deporte es salud. Pero hoy tengo la calma dilatada y prefiero ahogar mi fe en “la botella”.

Por eso sigo en el mismo lugar, en un juego perpetuo por llegar a mi destino. Mi brazo sigue erguido. Mis piernas ruegan una flexión. No me rindo, hasta el momento. Una chapa estatal se acerca. No acelera. No gesticula. La puerta se abre y mi subconsciente grita: ¡Se hizo el movimiento!

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