“El que no quiera trabajar, que no venga para Danza Contemporánea de Cuba”

“El que no quiera trabajar, que no venga para Danza Contemporánea de Cuba”

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Danza Contemporánea de Cuba (DCC) cerró 2016 con una extensa gira por varias ciudades de Europa. Fue el colofón de un año intenso, en el que la agrupación debió renovar buena parte de su principal elenco. Entrevistamos a Miguel Iglesias, director de la compañía.

Esta puede parecer una pregunta tonta, teniendo en cuenta los más recientes éxitos; pero, ¿en qué momento está DCC?

En todo el tiempo que llevo en Danza Contemporánea nunca ha habido alguna función que haya sido un desastre. Pero en los últimos años he sentido que las palabras se han puesto más serias. Nos hemos presentado en muchos festivales, en teatros muy importantes, en lugares donde se presentan primerísimas figuras del arte universal, y mucha gente nos dice: “Ustedes son los mejores”.

No es que yo me lo crea, pero algo está pasando. No me pongo a pensarlo mucho, pues corro el riesgo de ver solo lo bueno y la verdad es que la vida son risas y llantos. Sí te puedo decir que nunca ha sido un itinerario aburrido.

Este último año lo tuvimos muy difícil, pues de un golpe salieron de la compañía 17 bailarines. No es lo mismo que salga uno, que salgan dos, eso es normal. ¡Pero fueron 17 bailarines! Eso pudo haber puesto en riesgo muchos compromisos, la caída pudo haber sido muy grande. Los empresarios de la gira europea que acabamos de terminar hubieran podido poner en duda la calidad de la compañía. Sin embargo, puedo decir que estoy satisfecho por la manera en que nos recuperamos en tan poco tiempo.

La única forma de salir adelante fue mezclar en escena a la gente que tenía la experiencia con la que no la tenía. Porque talento había. Pero faltaba bagaje y hubo que contar con bailarines que no estaban del todo maduros. Ahora te puedo decir que ya tengo de nuevo un buen grupo, un grupo hecho.

Se dice que DCC es la madre nutricia de la danza moderna cubana. ¿Qué la distingue de otras compañías del país?

Es la madre nutricia porque fue la primera y durante mucho tiempo prácticamente la única. Cuando surgieron los demás proyectos, nacieron de aquí. Y fueron proyectos de autor: el proyecto de Marianela Boán, el de Narciso Medina, el de Rosario Cárdenas… Y esta compañía ya era una compañía de repertorio, o quizás sería mejor decir “de autores”. Porque quizás hablar de repertorio pudiera asumirse como vivir de glorias pasadas… y esa visión nunca la he compartido.

Esta compañía, por esa condición, requiere de una dirección artística, de una dirección coreográfica, porque hay que escoger entre muchas opciones. Y ahí está de alguna manera mi modesta obra, mi estética, que es bastante contaminada (es una palabra que Marianela utilizaba mucho). Yo creo en la contaminación, que es la acumulación de distintas calidades.

Vamos a tomar como ejemplo un año, 2015. Mercurio, de Julio César Iglesias; Reversible, de Annabelle López Ochoa. He ahí dos maneras completamente distintas de asumir el cuerpo y el movimiento, de asumir la danza.

Cuando tú tienes noción de dónde viene cada cosa, de lo que has acumulado a lo largo de tu vida, podrás enfrentarte con éxito a miradas tan distintas. Mira otro coreógrafo, Billy Cowie, que montó con nosotros Tangos cubanos: Un submarino diminuto que te recorre las venas de arriba abajo, a la manera de Eugenio Barba, pero también con la implosión del budismo zen.

¿Cómo decirle a un joven bailarín, cuya potencia es esencialmente explosiva, que dosifique toda esa carga y la vuelva implosiva?

Y está George Céspedes, con su influencia física-matemática, que pide otra cosa… y nuestros bailarines están a la altura.

Yo creo que pocas academias en el mundo reúnen a tantas y tan disímiles maneras de enseñar la danza como las tuvimos en un solo año en Danza Contemporánea de Cuba.

Hablando de academias, ¿cuál es el vínculo de DCC con el sistema de enseñanza de la danza en Cuba?

Yo no preocupo por las escuelas, yo me ocupo. La escuela no enseña a ser artista, más bien provoca al artista que el niño tiene dentro… o demuestra que no lo tiene. La escuela tiene que dar vocabulario para que el niño pueda encauzar su talento.

Yo he hecho muchas propuestas. El sistema de enseñanza de la danza en Cuba tiene muchos problemas. Pero tiene una gran virtud: existe. Sin ese sistema no pudiéramos hablar de tantas compañías; esta misma compañía no hubiera podido renovarse tan rápidamente.

Creo que las escuelas de danza del país necesitan replantearse muchos procesos de enseñanza. Y en eso estamos en este momento. Estamos ahora mismo analizando los planes de estudio. Aunque yo creo que el problema principal no está en el plan de estudio, sino en la persona que lo aplica.

No se puede enseñar a un artista si el profesor no tiene vocación, sensibilidad con el arte. Los profesores tienen que estar al día. Las escuelas tienen que tener homólogos en el mundo, referentes de lo que se está haciendo en otros países. No significa que haya que copiar, pero la confrontación es necesaria.

Se habla mucho de la crisis de la coreografía, pero DCC no deja de estrenar…

La gente habla de una crisis, pero hay mucha gente creando. Y a lo mejor la crisis, más que de calidad, es de novedad. Y hoy por hoy, los interesados pueden ver más danza que nunca. Está claro, al poder ver más, menos cosas te sorprenden.

En nuestro afán de no aburrirnos, estamos siempre a la caza de cosas nuevas. Cuando veo algo que me seduce, me interesa, quiero compartirlo con mi compañía. Por eso no dejamos de estrenar.

Se trabaja mucho, pero tampoco estamos aquí para sufrir. El trabajo tiene que ser motivador, inspirador, divertido. El bailarín que no quiera trabajar (y divertirse) que no venga para Danza Contemporánea de Cuba.

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