La otra cara de la luna: Estados Unidos más allá de la coyuntura electoral del 2016 (final)

La otra cara de la luna: Estados Unidos más allá de la coyuntura electoral del 2016 (final)

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Ilustración: Malagón
Ilustración: Malagón

 

Jorge Hernández Martínez*

En el 2016, la plataforma que acompañó a Trump tuvo un antecedente no solo en las propuestas de la Nueva Derecha que impulsaron, junto a otras corrientes, a la Revolución Conservadora, sino en el movimiento en ascenso, también de inspiración populista, nativista, racista, xenófoba, encarnadas luego, casi 30 años después, en el Tea Party. Entretanto, descolló la tendencia encarnada por Bernie Sanders, identificada como radical y socialista, que tenía como antecedente al movimiento Ocuppy Wall Street, exponente de una orientación de inconformidad y rechazo ante la oligarquía financiera, que no logró constituirse como fuerza política que rompiese el equilibrio establecido por el sistema bipartidista ni el predominio ideológico del conservadurismo. Este fenómeno, efímero, pero significativo, respondía al mismo contexto en que nació el Tea Party y el fenómeno Trump.

El movimiento conservador cuyo desarrollo se hizo notablemente visible al comenzar la campaña electoral a inicios del 2016, alimentado por el resentimiento de una rencorosa clase media empobrecida y por la beligerancia de sectores políticos que se apartan de las posturas tradicionales del partido republicano, rompe los moldes establecidos, evoca un nacionalismo chauvinista, acompañado de reacciones casi fanáticas de intolerancia xenófoba, racista, misógina.

Estas recientes expresiones del conservadurismo reflejan la frustración del sector de hombres blancos adultos, acumulada desde los años 60, a partir de hechos como la emancipación de la mujer, la lucha por los derechos civiles, las leyes para la igualdad social, el dinamismo del movimiento de la población negra y latina, de homosexuales y defensores del medio ambiente y de la paz, por considerar que le han ido restando poder y derechos, así como robando sus espacios de expresión. Se trata de ese sector poblacional blanco, de clase media, que se ha ido incrementando durante las últimas décadas, que fue orgullo de la nación en los años de la segunda postguerra, sobre todo en los 50, pero que ha sido, según sus percepciones, maltratado por la última revolución tecnológica, la proyección externa de libre comercio y la reciente crisis económica.

Esa clase media blanca, anglosajona y protestante, que se considera afectada y hasta herida, reacciona contra lo que simboliza sus males e identifica como amenazas o enemigos: los inmigrantes, las minorías étnicas y raciales, los políticos tradicionales. Intenta reducir la competencia, que considera injusta, propone medidas proteccionistas, se opone a los tratados de libre comercio y pretende que los Estados Unidos sean la tierra prometida, pero solo para los verdaderos norteamericanos. A ella movilizó Trump.

En resumen, el desarrollo de la contienda presidencial dejó ver, desde su despliegue a comienzos del 2016, la tendencia referida, en un entorno de acusadas contradicciones ideológicas y rivalidades partidistas, que se inscriben en el expediente de la crisis cultural que como telón de fondo acoge, como ha sucedido en otras oportunidades, a una diversidad de figuras que van quedando en el camino, entre esfuerzos dirigidos a su propia promoción y a la descalificación de los demás contrincantes.

En la sociedad norteamericana de hoy se han hecho más intensas y profundas las fisuras en el sistema bipartidista. Luego de la inimaginable elección de un presidente negro en el 2008, ahora se asistió a la no menos inusitada nominación de una mujer presidenciable, con imagen de político tradicional, y de un hombre antiestablishment, cuya proyección totalmente escandalosa, irreverente, iconoclasta, herética, desvergonzada, le hacían ver como no presidenciable.

El 8 de noviembre, como de cierto modo se anticipó, salvando las distancias, en la Convención Republicana, realizada en Cleveland, Ohio, a pesar de la tardía conciencia de los republicanos tradicionalistas por salvar la imagen y la coherencia de su partido y de la búsqueda de alternativas, se impuso la figura de Trump, con su retórica demagógica y expresiones fanáticas de xenofobia, espíritu antinmigrante, intolerancia, excentricismo e incitación a la violencia.

Los esfuerzos de los republicanos tradicionales y de los neoconservadores por presentar opciones a Trump dejaron claro tanto la polarización al interior del partido, como el hecho de que no se sentían reconocidos con su figura ni con el ideario que pregonaba.

No debe perderse de vista que en el partido republicano coexisten grupos muy diversos, con posiciones hasta encontradas, como los conservadores ortodoxos, los variados e inconexos grupos del Tea Party, los cristianos evangélicos, los libertarios y los neoconservadores, siendo estos últimos los principales críticos de Trump, que inclinaron sus preferencias hacia el partido demócrata. Trump encontró un terreno fértil, según ya se ha explicado, en las condiciones que han afectado el lugar y papel de un sector específico de la sociedad norteamericana, lo que ha podido explotar en su beneficio en la medida en que fue capaz de hablar su mismo lenguaje, de dirigir su discurso populista y patriotero hacia los corazones y las mentes de los wasps.

Los Estados Unidos han dejado de ser hace tiempo el país que los norteamericanos creen que es, o dicen que es. Las contradicciones en que ha vivido y vive hoy, en términos ideológicos y partidistas, no pueden ya ser sostenidas ni expresadas por la simple retórica. Escapan a la manipulación discursiva tradicional —mediática, gubernamental, política—, y colocan al sistema ante dilemas que los partidos, con sus rivalidades, no están en capacidad de enfrentar, y que no llegan a cristalizar en un nuevo consenso nacional.

Como lo expresaron en un pormenorizado, bien documentado y oportuno análisis los especialistas Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona, al evaluar los resultados electorales del 8 de noviembre, “la división política contenida y expresada durante el ciclo electoral que se cierra en el 2016 tuvo como dilema central poner a prueba la capacidad del sistema de ajustarse y sobrepasar sus contradicciones, o seguir manifestando estancamiento y falta de funcionalidad, para regir los destinos de la nación en la etapa contemporánea”1.

Esa no era, desde luego, la realidad (o al menos, toda la realidad) de una sociedad, que mostraba, como la Luna, solo su cara visible, definida por su carácter multicultural, multirracial, multiétnico, su imagen mítica como “la tierra prometida”, el país de la igualdad de oportunidades, símbolo de la democracia, del liberalismo político, en la que no solo era posible que un hombre de los llamados afroamericanos, con eufemismo, sino también una mujer, arribara a la presidencia.

1 Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona, La victoria de Trump (segunda parte), en https://www.trabajadores.cu/20161113/lavictoria- de-trump-una-aproximacion-preliminar-ii-parte/. La Habana, 13 de noviembre del 2016.

*Sociólogo y politólogo. Profesor e Investigador Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de La Universidad de La Habana y presidente de la cátedra Nuestra América.

La guerra más peligrosa 

El pasado 22 de diciembre Donald Trump escribió en Twitter y Facebook que “Estados Unidos debe fortalecer y expandir en gran medida su capacidad nuclear hasta el momento en que el mundo llegue a sus sentidos con respecto a las armas nucleares”. Como era de esperarse, el comentario generó decenas de miles de respuestas entre los usuarios de las redes.

Mientras tanto, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ordenaba reforzar la capacidad nuclear de su nación para el 2017, que incluye el desarrollo de misiles capaces de atravesar todo sistema de defensa “existente o futuro”: “Las fuerzas estratégicas convencionales deben elevarse a un nuevo nivel cualitativo que permita neutralizar cualquier amenaza militar”, declaró.

Un lector bien informado como el profesor emérito del Instituto de Tecnología de Massachusetts y activista político de EE.UU., Noam Chomsky, calificó las afirmaciones de Trump como “una de las declaraciones más aterradoras que he visto recientemente”.

Todo parece indicar que el desarrollo nuclear y la confrontación internacional que ello generará será uno de los puntos neurálgicos de la política exterior del próximo presidente de Estados Unidos. | Yimel Díaz Malmierca

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