XXV Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso: Romper la línea puede ser un homenaje

XXV Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso: Romper la línea puede ser un homenaje

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Foto: Del autor

 

Un amigo quedó insatisfecho con el estreno mundial de Oscurio, durante la gala de apertura del XXV Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso. La coreografía de la colombo- belga Anabelle López Ochoa para el Ballet Nacional de Cuba le pareció una ruptura estéril con la gran tradición clásica. Este cronista, sin embargo, lo asume como un plausible homenaje.

Obviamente, no es novedoso ese extrañamiento de la línea más convencional (como tomar al famoso Petipá y “reescribirlo”); buena parte de eso que llamamos “ballet contemporáneo” se basa en la reformulación de dinámicas de movimiento, respetando ciertas pautas académicas.

Cambian los sentidos, se multiplican los centros, se acentúan ángulos, se toma más en cuenta el piso, se complica el dibujo… pero se mantiene el énfasis alto, la distinguida elongación y la vocación plástica del estilo clásico. “Un Lago de los cisnes con fracturas” —ironiza mi amigo. Pudiera ser, pero en este caso para bien.

Más allá de los sugerentes diseños de vestuario e iluminación (la primera imagen del ballet resulta por lo menos insinuante), llama la atención la manera en que la coreógrafa va construyendo el entramado: como si se tratara de un grand pas en que alternan solistas y cuerpo de baile.

Se evoca la formación más clásica (y son claras las alusiones a los celebérrimos cisnes) y al mismo tiempo se le dinamita, sin perder el control y el referente.

El elemento más transgresor es la música; deja de constituir puro acompañamiento para instaurar una atmósfera, una plataforma donde la danza se concreta sin influir en la naturaleza sonora.

La paleta visual es esencialísima: blanco o negro, sin matices, en una contraposición permanente que garantiza la acción. No parece haber una historia (al menos aristotélicamente entendida), pero sí núcleos dramáticos que se explicitan aquí y allá.

El final resulta elocuente, pletórico de implicaciones para el público amante del ballet.

Los intérpretes, especialmente la primera bailarina Viengsay Valdés, estuvieron a la altura; aunque quizás faltó un poco de seguridad en algunas secuencias para el cuerpo de baile.

A la neoyorkina

Uno de los grandes del ballet universal, George Balanchine, no les dio demasiada importancia (ni participación) a los hombres en sus creaciones. Ahora, en el más inspirado estilo neoclásico —a la manera del maestro— Justin Peck los pone a centrar uno de los movimientos de Rodeo: four dance episodes y hay que ver la belleza de algunas de las composiciones. Está claro: el hombre no es solo sostén, puede ser también cuerpo lírico.

Rodeo… fue sin duda el plato fuerte del programa que Dance Americana (el grupo de bailarines que encabeza Peck) presentó este fin de semana en la sala Covarrubias del Teatro Nacional. Con la música de Aaron Copland, tan cara al espectáculo neoyorkino, el coreógrafo recrea las peripecias de un equipo deportivo.

Es un entretenidísimo divertimento, con momentos de gran brillantez… pero sin abandonar nunca la elegancia y la calidad del movimiento que han distinguido al New York City Ballet, compañía con la que trabaja Peck.

En las otras piezas del espectáculo (In creases, Furiant, Year of our lord) es evidente también ese respeto a la tradición del neoclásico estadounidense, siempre pendiente de la fluidez de la línea y el dinamismo del diseño espacial.

La plasticidad de la pose nunca es elemento secundario, pero tampoco lo es la de la acción que precede o sucede.

Los bailarines cumplen tan bien su cometido que cuesta distinguir individualidades. El programa, no obstante, permitió el reencuentro del público cubano con dos figuras muy conocidas: Ashley Bouder y Joaquín de Luz, protagonistas del electrizante Furiant.

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