Desde la historia podremos comprendernos mejor, dice Solís

Desde la historia podremos comprendernos mejor, dice Solís

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Foto: Reno Massola
Foto: Reno Massola

La historia compartida de Cuba y Costa Rica recuerdan los azares, las influencias mutuas y hasta los infortunios de los pueblos, y esto puede dar lugar a nuevas investigaciones, dijo el Doctor Luis Guillermo Solís Rivera, presidente de la nación centroamericana, quien instó a la Academia de la Historia de Cuba (ACH) a buscar temas comunes que puedan ser desarrollados conjuntamente. Eso nos hará conocernos y comprendernos mejor, aseguró.

Solís intervino en la tarde de este lunes en la solemne ceremonia donde recibió la condición de Académico Correspondiente Extranjero, otorgada por la Academia de la Historia de Cuba (AHC). El acto tuvo lugar en el Aula Magna del Colegio San Gerónimo, erigida en el mismo lugar que más de 3 siglos antes se levantó la Real y Pontificia universidad, predecesora  de la actual Universidad de La Habana.

El evento contó con la presencia de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, vicepresidente primero de los consejos de Estado y de Ministros; Gustavo Cobreiro Suárez, rector de la Universidad de La Habana; Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad; y Eduardo Torres Cuevas, presidente de la Academia de Historia de Cuba. También participaron los miembros de la Junta Directiva de la Academia; parte de la delegación que acompaña a Luis Guillermo Solís en su visita a Cuba; y miembros del cuerpo diplomático acreditado en la isla.

Foto: Reno Massola
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Con el título, la AHC quiso reconocer la labor tan cercana a la especialidad que ha realizado Solís a lo largo de su vida profesional, más allá de la presidencia que actualmente ocupa, y por eso tomó el Acuerdo número 54 de este año, de convertirlo en Académico Correspondiente Extranjero, citando los Artículos 14 y 15 de los Estatutos, donde se establece además, que a partir de ahora será deber del distinguido visitante, contribuir con sus conocimientos a los fines de ACH, profundizar en los estudios de historia de Cuba, así como estrechar los vínculos ya existentes con la institución, según acta leída por el vicepresidente, Pedro Pablo Rodríguez.

Tal como exige el protocolo de la AHC, presidente Solís dictó una Conferencia Magistral para sellar su investidura. Escogió para ello las relaciones históricas entre Cuba y Costa Rica. Detalló personalidades, hechos,  y nexos que a lo largo del tiempo han tejido los dos pueblos.

El costarricense reconoció que en las páginas de Historia, disciplina a la que corresponde su formación profesional, encontró inspiración, historias de vida, pero también solaz y disfrute. Ponderó el rol de los historiadores y de las academias que, como la AHC, profundizan en el pasado para entender y proyectar el presente de las naciones.

Mencionó que la academia costarricense, homóloga de la AHC, fue fundada en 1940 y que ha contribuido a escribir las páginas de la historia nacional; mientras que la cubana, creada en 1910, estuvo a la vanguardia de este movimiento en la región.

Costa Rica y Cuba tienen hoy una correcta relación diplomática, reconoció, sin embargo, más allá, entre los pueblos, ha habido múltiples contactos y relaciones afectivas que nos han acercado mucho más.

En los tres primeros siglos de la presencia española en América apenas hay un registro de 4 o 5 cubanos en Costa Rica. Pero uno de ellos, el habanero Don Juan Francisco Colina, terminó por ser muy importante, no por lo que hizo él, sino por su descendencia. Su nieto, Don Braulio Carrillo Colina, fue uno de los abogados más importantes del país, al punto que se le ha dado el título de “arquitecto del estado costarricense”, apuntó. A él se  debe la proclamación absoluta de la soberanía del país y el primer colegio para mujeres, entre otras realizaciones.

Foto: Reno Massola
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En el siglo XVIII, Costa Rica no era un lugar muy atractivo, carente de vías de comunicación, de imprenta y de un comercio desarrollado, narró Solís. No obstante, en 1797 llegó hasta allí el gobernante más extraordinario que tuvo el país durante  la dominación española.

Se trataba de Don Tomás de Acosta y Hurtado de Mendoza, nacido en La Habana en 1747, ciudad donde cursó su formación militar.  No llevó séquito, solo a su esposa y a su suegra, especificó. Los costarricenses de entonces tenían fama de díscolos, revoltosos, intrigantes y chismosos, pero Don Acosta ganó sus afectos con su simpatía habanera y su extraordinaria laboriosidad. Promovió la siembra y cultivo del café , cultivo que luego sacó al país del marasmo económico en que lo mantenía la metrópoli. De él se llegó a decir que no se sabía qué era mayor, si el acierto con que mandaba, o el afecto con que miraba a sus súbditos.

Durante 13 años estuvo al frente del Gobierno y cuando lo trasladaron, los costarricenses solicitaron que se le nombrara Gobernador perpetuo, solicitud a la que no accedieron las autoridades españolas, aunque no pudieron negarle que, una vez concluidos sus servicios, se retirara a Costa Rica, donde murió en 1821.

Solís recordó también el legado del abogado José María Zamora y Coronado, primer costarricense graduado en esa especialidad. Terminó sus estudios de licenciatura en 1809 y cuando se dirigía a España para continuarlos, un ataque de corsarios, provocó que quedara abandonado en una playa cubana, solo con la ropa que llevaba puesta. Un abogado se compadeció de él, le brindó trabajo, y se inició así una destacada carrera judicial y administrativa que lo llevó a desempeñar importantes cargos en la capital cubana y en Camagüey,  hasta llegar a convertirse en director de la Real Sociedad Económica de La Habana, donde fue invitado ocasional y ferviente admirador de Francisco Arango y Parreño. Fue un importantísimo tratadista y publicó una colección de Legislación Ultramarina, en varios tomos. Se casó en Camagüey, y tuvo una amplia descendencia. Murió en 1852.

Foto: Reno Massola
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La paz que de gozaba Costa Rica y la simpatía con que su élite del siglo XIX miraba la causa independentista de Cuba, fueron dos de los motivos que podrían explicar por qué se asentaron allí algunos patriotas, algunos de los cuales tuvieron familia y se quedaron para siempre.

Solís mencionó la carta de José Martí donde califica al país centroamericano como culto, viril, de gente trabajadora, tierra sagaz y nueva;  y también el legado de Antonio Maceo, iniciador de un proyecto de desarrollo agrícola en La Mansión,  ubicada en el cantón de Nicoya.

Don Antonio Zambrana y Vázquez, fue contemporáneo de esos patriotas cubanos, aunque es injustamente menos conocido. Fue uno de los constituyentes de Guáimaro y promotor de la abolición de la esclavitud, razones por las que tuvo que exiliarse, anotó Solís.

Zambrana fue agitador de espíritus, enamorado de la libertad humana, constante predicador de la fraternidad y la tolerancia, maestro de toda una generación de intelectuales. Él los alejó de los dogmatismos y los autoritarismos. Redactó proyectos de ley, dio clases para mujeres y obreros. Con sus textos contribuyó al sistema de libertades de Costa Rica. Murió en La Habana en 1922, en un inmerecido olvido que ahora algunos investigadores costarricenses han tratado de revertir.

A lo largo de su discurso, Solís continuó recorriendo los sucesos y personajes que han hilvanado las relaciones entre los dos países: “Admirábamos el desarrollo jurídico de Cuba, puntualizó, adoptamos el Código de Derecho Internacional Privado, de Sánchez de Bustamante; recibimos influencia del Código del Trabajo de Cuba en el nuestro de 1943; y en la actual Constitución, aprobada en 1949,  hay huella de la cubana de 1940”.

Narró algunos de los desencuentros de la política como consecuencia de los avatares de la Guerra Fría del siglo XX y de los conflictos armados que tuvieron lugar en Centroamérica entre los años 1976-1996. Rememoró que en 1998 se restablecieron las relaciones consulares entre los dos Estados y se inició una época de progresiva distención que culminó el 2009, con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y el desarrollo de vínculos de cooperación, que se han centrado especialmente en la formación en Cuba, de médicos y profesores de Educación Física.

Foto: Reno Massola
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El presidente Solís destacó la visita que el Presidente Raúl Castro Ruz, realizara en enero de este año a Costa Rica, como parte de la III Cumbre de la Celac, y reconoció que espera que la suya a la isla constituya “la puntada final  de un proceso de regularización que hemos desarrollado con madurez y respeto, conociendo las diferencias naturales  que resultan de nuestras tradiciones políticas, pero esperando que sean el punto de partida para relanzar, con más fuerza, los vínculos de amistad entre nuestros países”.

Al principio de mi intervención mencioné el papel tan importante que pueden tener las academias en la conservación y el rescate de la historia nacional, afirmó, pero quisiera también destacar lo mucho que pueden aportar a la historia compartida, a los lazos que mas allá de las fronteras unen a los seres humanos y les recuerdan la identidad primigenia de la especie.

Para concluir, el nuevo Académico de la AHC, retomó la metáfora del primer jefe de Estado que tuvo Costa Rica, Juan Mora Fernández, para esbozar lo que definió como su aspiración suprema para el futuro de la relación entre los dos países: “Tengan la venturosa vocación de cosechar siempre una espiga más y derramar una lágrima menos”.

Al cierre, el presidente costarricense Luis Guillermo Solís entregó al Doctor Eduardo Torres Cuevas, un retrato de Mora Fernández, primer presidente de Costa Rica y, a su vez, recibió uno de Antonio Maceo, realizado por el artista cubano Erick Oliveira.  La sorpresa fue cuando se escuchó la música de La Patriótica Costarricense, cuya letra ha sido identificada como de la autoría del cubano Pedro Santacilia, yerno de Benito Juárez, quien en 1850 escribió el poema A Cuba, que contiene los versos que más tarde formarían parte de la más querida canción cívica de la nación centroamericana.

Al sonar los primeros acordes la delegación tica, en pleno, cantó: Costa Rica es mi patria querida,/ vergel bello de aromas y flores,/ cuyo suelo de verdes colores, /densos ramos de flores vertió (…) La defiendo, la quiero, la adoro/ y por ella mi vida daría,/ siempre libre ostentando alegría,/ de sus hijos será la ilusión.

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