Idalio o el diamante de un batey

Idalio o el diamante de un batey

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Idalio Heriberto Otero Báez, uno de los trabajadores anónimos del deporte cubano. Foto: César A. Rodríguez
Idalio Heriberto Otero Báez, uno de los trabajadores anónimos del deporte cubano. Foto: César A. Rodríguez

El verdor del terreno de pelota desentona con los apagados tonos que cubren las edificaciones del batey Amistad con los Pueblos, caserío del municipio mayabequense de Güines, y que atesora un parque, una bodega, un central que ya no muele caña y una torre de la que hace cuatro años no sale humo.

Allí los domingos pasarían en un eterno sopor si no existiera el béisbol, o dicho más claro, si no existiera la Liga Azucarera de Béisbol; y si sus vecinos, y los hijos de esos vecinos, no se reunieran los fines de semana en las gradas del estadio como los fieles que asisten puntuales a misa.

Pero el verde brillante del césped no siempre estuvo ahí. Cuando hace ya tres años a Idalio Heriberto Otero Báez le encargaron el trabajo de cuidar del terreno tras la parada del central, el campo de juego estaba casi abandonado y era utilizado como cuartón de ganado por muchos de los habitantes de este pueblito perdido en medio de la antigua provincia de La Habana.

“No ha sido nada fácil, pues el INDER no tiene los recursos para realizar la inversión que se necesita aquí. Sin embargo, con el apoyo del MINAZ hemos conseguido hacer algunas cosas, en especial la cerca detrás del home y el techo de las gradas, el cual había desaparecido casi por completo”, explica Idalio, a quien nadie en el batey podría reconocer por su nombre sin antes especificar que hablamos de Palobarco.

Por muchos años Idalio fue trabajador obrero del Amistad… Luego el central dejó de moler y, como otros tantos allí, tuvo que reordenar su vida y adaptarse al opresor silencio que producen aquellos descomunales engranajes metálicos atorados en el vientre de un monstruo que tragó millones de arrobas de caña en cada zafra.

Cuenta que era casi un niño la primera vez que llegó aquí con 16 años. Por entonces era 1970 y Cuba vivía como nunca antes —y jamás lo haría después— la fiebre del azúcar: empeño en el que todo un país depositó con total candidez su esperanza de futuro.

Pero Idalio, nacido en La Habana, no fue al central para ser un machetero millonario, ni para vivir eternamente rodeado de cañaverales y con el olor a melaza gravitando sobre el tejado. A él la vida lo sorprendió en ese sitio, y la tranquilidad de las tardes, el trabajo y la familia lo ataron al batey las últimas cuatro décadas.

Hoy tiene 60 años cumplidos, su hijo juega la tercera base del equipo local, y su esposa y su cuñada son insustituibles para mantener el estadio en buenas condiciones. “Ellas trabajan tanto como yo”, asegura con orgullo mientras desde las gradas el sonido del béisbol se esparce hacia la única avenida del poblado.

Idalio explica que nada de esto hubiese sido posible para un solo hombre, “conmigo están siempre mi familia y el resto de los jugadores de la novena, haciendo de todo un poco para mantenerlo, pero lo más complicado es el cercado perimetral, que es muy importante para cuidar la calidad del césped”.

Mas los últimos tres años van dando frutos, pues hoy en el Amistad… no se juega únicamente la Liga Azucarera. Allí también recalan la primera categoría provincial, los juveniles y el sub-15 cuando los estadios provinciales están ocupados. Dicha elección no es al azar, sino basada en las condiciones en las que se mantiene el lugar, asegura Idalio, quien ha recibido varios reconocimientos del INDER por su trabajo al frente de este oasis en medio de tanto apagado color carmelita.

La gran aspiración de este hombre es dejar en perfecto estado el terreno, “cercar y terminar el relleno del infield, entonces estará apto para recibir completamente la serie provincial y hasta la nacional”. Con solo decirlo la sonrisa se le expande en el rostro: esa es su meta, la que se ha propuesto para el estadio encomendado a él desde hace tres años cuando el central ya había dejado de tragar toneladas de caña, y del sueño del azúcar y las melazas solo quedó en el caserío un perfecto diamante de béisbol que desentona con el resto del batey por su magnífico verdor.

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