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Aunque siempre salí airosa, las ciencias nunca fueron mi fuerte; pero como periodista he podido indagar, comprender y escribir acerca de las obras de hombres y mujeres que en Cuba prestigian y han sentado pautas en la ingeniería.
En momentos de celebración por el cercano Día del Ingeniero Cubano no considero muy válido citar nombres, por aquello de los olvidos involuntarios. Sin embargo, pido permiso para mencionar a los profesores Diosdado Pérez Franco y Vitervo O’Reilly Díaz.
El primero desaparecido físicamente, pero muy recordado tanto en los círculos estudiantiles, de amistades y, por supuesto, del ejercicio de la profesión. El segundo es toda una cátedra y a él le debo buenas entrevistas, la enseñanza en transmitir los saberes, consejos y algunas congratulaciones por un trabajo periodístico.
Felicitaciones para todos los que en sus diversas especialidades contribuyeron a la construcción de monumentales o sencillas aunque funcionales e importantes obras, que han favorecido la calidad de vida de pobladores en cualquier punto de la geografía de este archipiélago y en otras latitudes. También para los que continúan en tan noble quehacer, del cual están obligados a aprehender las nuevas hornadas de ingenieros que se forman en las aulas universitarias de todo el país.
El reconocimiento debe ser perecedero y el mejor homenaje individual y colectivo tiene que coexistir con la constante inconformidad de lo realizado, y no hablo de lo perfecto y sí tomo como parámetro a la eminente figura a quien va dedicado el Día del Ingeniero cubano: Francisco de Albear y Fernández de Lara.
