Asdrúbal Baró: un pelotero admirado y querido

Asdrúbal Baró: un pelotero admirado y querido

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Este martes falleció en La Habana el legendario pelotero Asdrúbal Baró Hernández (Mayarí, Holguín, 21 de noviembre de 1928), incinerado hoy miércoles, cuya vida enteramente dedicada al deporte nacional de Cuba, el béisbol, dejó profundas huellas entre los aficionados y entre muchas de las grandes figuras de este apreciado pasatiempo. Por su importancia, reproducimos una reseña sobre este humilde y modesto hombre, admirado y querido por su pueblo, publicada en febrero del año 2008 en Prensa Latina por el colega Rogelio A. Letusé.

ASDRUBAL BARO UN MAYARICERO DE CLASE.

Estar cerca de Asdrúbal Baró Hernández no solo significa permearse de los buenos modales que lo han caracterizado, sino también insuflarse de un contagioso espíritu beisbolero pletórico de experiencias adquiridas en disímiles diamantes.

Y es que este augusto hombre de béisbol, traído al mundo en este poblado de Mayarí, actual provincia de Holguín, el 21 de noviembre de 1926, ha dedicado su existencia a dignificar el pasatiempo nacional cubano por excelencia.

Baró, cuya vocación se definió casi desde la cuna, creció y se desarrolló en un ambiente hostil a sus sueños más señeros, pues de manera respetuosa tuvo que enfrentar la oposición paterna a que fuera pelotero, ya que debía aprender un oficio.

Mas, él no cejaba en su empeño de entregarse al deporte de las bolas y los strikes por entero, y se inició oficialmente con el equipo Preston, que participaba en ligas desarrolladas en circuitos del norte de su provincia.

En 1945 tuvo un debut exitoso con la escuadra Caimanera, de la Liga Amateur de Oriente, y corroboró sus potencialidades con la misma formación al año siguiente; ya no quedaban dudas: Baró sería el pelotero que siempre quiso ser.

Sin embargo el veinteañero, que aún era perseguido por el requerido aprendizaje de un oficio, fue enviado a Matanzas por decisión maternal- ya entonces su padre había fallecido- para que un tío lo encaminara en la mecánica.

Pero él ya había hecho causa común con la pelota y nada lo detendría.

En 1947 ingresó a la muy fuerte Liga de Pedro Betancourt con el Club Jalsia, desde donde se trasladó al conjunto Matanzas, de la Liga Central de Santa Clara.

Allí su desempeño fue tan soberbio que finalizó como líder de los bateadores, con un promedio por encima de los ensoñadores .400, quedando por delante de figuras ya establecidas como Roque Contreras y Julito Bécquer.

Ese quehacer de Baró, tanto madero en mano como con el guante en los jardines, llamó poderosamente la atención de Napoleón Heredia, un «viejo zorro» del béisbol, que oficiaba como asistente del Cienfuegos y quien presagió en el mulato oriental un futuro prospecto para la Liga Profesional Cubana.

Ya en ese momento el joven de 5.9 pies de estatura y 165 libras de peso había pulido sus facultades en todos los aspectos del juego, a tal grado que no demoró en ser firmado para el Almendares por Julio Sanguily, y siempre a la vera de su descubridor Napoleón.

Realmente, Baró no tuvo muchas opciones en 1951 como reserva de los azules.

Pero su posterior paso por el campo de entrenamiento de los Dodgers en Vero Beach, y, más aún, su inserción en el equipo Santa Bárbara, sucursal del Brooklyn (triple A) ese propio año, fueron los hechos que lo catapultaron hacia nuevas alturas.

Su inclusión en el Miami Sun Sox en 1953 reafirmó su valía e integró el conjunto Todos-Estrellas de la Liga de la Florida.

Tales méritos en esas lides del aún casi bisoño Asdrúbal se magnifican si tomamos en cuenta que sólo seis años atrás se había roto la barrera racial en los Estados Unidos y este tuvo que soportar privaciones en ese sentido que de una u otra forma socavaban su status psicológico en el terreno.

Un año después, sería un integrante destacado dentro de los Cuban Sugar Kings, escuadra en la que militó hasta 1958.

Baró siempre se caracterizó por ser un bateador oportuno.

Jugando con los Cubans (triple A), muchos fanáticos recuerdan los dos jonrones decisivos conectados en el Gran Estadio del Cerro, en días sucesivos, contra el Buffalo, así como el que logró a costa del Richmond cuando el triunfo parecía irse de las manos cubanas.

En el ámbito doméstico, estuvo con el Almendares en 1953, y ya en febrero de 1954 participó con ese propio conjunto en la VI Serie del Caribe, celebrada en Caguas, Puerto Rico.

Ese equipo, que estuvo dirigido por Bobby Bragan, concluyó en el segundo lugar de la lid detrás del Caguas, y estuvo conformado además por luminarias como Héctor Rodríguez, Conrado Marrero, Willie Miranda, Ángel Scull y Oscar Sardiñas.

Una discutida transacción de la dirección azul llevó a Baró al Marianao en 1954.

Mas, nuevamente en ese momento resurgió el problema racial, pues los Senadores de Washington, quienes tenían sus miras puestas en el ascendente jardinero, ya habían completado el cupo aceptable de «jugadores de color» dentro de su franquicia y éste no pudo acceder a la «Gran Carpa» por ese motivo.

En los campeonatos profesionales cubanos de 1956 y 1957 tuvo actuaciones protagónicas – quedó segundo de los bateadores – y ganó igualmente las Series del Caribe en las que participó.

Dos años más tarde, en 1959, se trasladó al Club Habana, con el que rindió notables actuaciones hasta la erradicación del profesionalismo en la isla en 1961. Entonces, y aún en plenitud de facultades, siguió jugando en la Liga Profesional Mejicana.

Entre sus actuaciones más recordadas allí está la realizada en 1961 con los Rojos del Águila, conjunto que ganó el campeonato de ese año bajo las órdenes de Santos Amaro, y en el que Baró alcanzó un promedio de bateo muy por encima de .300.

Su retiro como jugador activo sobrevino en 1964 con el Campeche, e inmediatamente regresó a Cuba para poner su magisterio en función del desarrollo de esa disciplina en su país de origen.

Así, se insertó en los Azucareros como entrenador de bateo en la IV Serie Nacional de Béisbol en 1964 y luego pasó por su estreno como piloto de los Centrales en la V Serie- aquella de los 19 y un tercio de innings y los dos no hit-no run consecutivos lanzados por Aquino Abreu.

Fue también pionero del desarrollo beisbolero pinareño en la VII Serie y trató de enmendar los resultados de un maltrecho equipo matancero, siempre como un caballero ejemplar para todos los pupilos bajo su batuta.

Hoy, y siempre con su perenne sonrisa a flor de labios, Asdrúbal Baró Hernández continúa ligado al béisbol ya sea desde su «trabajo» en uno de los palcos bajos del Estadio Latinoamericano o en la peña del Parque la Normal, del populoso barrio del Cerro.

El ícono sigue soñando y expresa con optimismo, a la altura de sus 81 años, que si volviese a nacer sería pelotero nuevamente, porque el béisbol es su vida.

 

 

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Un comentario en Asdrúbal Baró: un pelotero admirado y querido

  1. Cuando se hable de Asdrubal Baro tenemos que senalarlo como uno de los buenos peloteros de la decada de los 50,lastima que e beisball profecional haya sido mutilado en e ano 1061, pues huieramos tenido decenas de atletas en triple A y en las ligas myores,hoy despues de 55 anos han vist tamano eror y se les permite a los atletas insertarce de nuevo en el baisball rentado, esperamos que figuras nuevas puedan probarce en equipos de renombre,espero que sigamos brillando ,gracias y ojala pueda tener el placer de ver mi opinion,Saludos

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